No se confunda: no es el título de una teleculebra de esas que la dictadura de los canales-basura le impone a Norkys y otros autómatas de la farándula. Tampoco una columna de consejos sentimentales de cómo curar un corazón partío. Se trata simplemente de la imposibilidad cierta de controlar las ansias de traicionar a su país de tantos y tantos que con sus acciones venden a la Patria en pedacitos, todos los días, como aquél que contamina el río de todos porque no bebe agua.
Ya se ha dicho tanto, y tanto se ha repetido la burla a la noción de Patria, que pareciera una necedad insistir en el tema. Algo lleva a una buena parte de este bravo pueblo al suicidio cotidiano que Balzac llamaba resignación, como si el futuro fuera una novela de ciencia ficción que le toca a otros escribir. Hemos sido capaces de liberarnos primero del yugo español y luego de las bridas coloniales y neocoloniales que le sucedieron, pero al parecer estamos indefensos y condenados a repetir lo que criticaba Bolívar en Angostura, y se nos sigue dominando más por la ignorancia que por la fuerza; así como es anti natura pretender que cada ciudadano sea vigilado por militar o policía para que no caiga en la tentación de vender a su país, no hay agente del orden que pueda entrar en cada mente alienada y liberarla de las estupideces que la agobian y trastornan.
No hay lucha contra la inseguridad que valga si para todos la Ley es de opcional cumplimiento, de acuerdo a nuestra conveniencia; no hay tribunal lo suficientemente justo ante la pretensión de que toda pena es conmutable por el precio adecuado; no habrá productos suficientes ante la locura de las compras compulsivas, bien sea por nerviosismo mediáticamente inoculado o por el lucrativo negocio de extraer la sangre del país por unos dólares más; no habrá Ley lo suficientemente fuerte para condenar estos y otros delitos de lesa patria, ni soldados y jueces para hacerlas cumplir, si todo un pueblo se empeña en el lucro fácil, así maten de hambre y zozobra al país entero.
No hay alcabalas para controlar cerebro y corazón, envenenados por décadas de consumismo, de cuánto hay para eso, del llegué de último a la cola pero me muevo para ir primero, del estacionarse en los puestos de los discapacitados, de portarse bien en el extranjero pero aquí no, de la competencia desleal, de la intriga contra el justo y la alabanza con el mediocre que se deja comprar.
Ya quisiera Darwin estudiar nuestra mutación como sociedad, la misma que hace casi 200 años retratara el Libertador con angustiosa certeza. Observaría asombrado a antiguos recolectores y agricultores trastocados en saqueadores seriales de alimentos al servicio de mafias trasnacionales; a pobres de solemnidad defendiendo hasta la muerte la plusvalía que los azota y el derecho del capital; a soldados que juran lealtad ante la bandera, caídos en acción frente a un puñado de bolívares; a multitudes que lloran las muertes de sus ídolos mediáticos pero ignoran el luto del vecino; a los que dicen que el país va hacia el abismo y aprietan a fondo el acelerador, como aquellos pingüinos suicidas que Darwin conoció.
Chávez intentó modificar estas conductas, entendiendo que a estas alturas del partido se han convertido en un problema fundamentalmente cultural y generacional. Nos quedará entonces reprimir por medio del imperio de las leyes las locuras de los vendedores de Patria, mientras abogamos, en cada hogar y cada escuela, por miles de corazones nuevos para una Patria buena que no necesite alcabalas para evitar su autodestrucción.
Periodista y docente de la UBV
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@raboscandanga