La muerte del Papa es el capítulo final de una culebra noticiero-farandulera-cinéfila que se inició con la exitosa proyección de las películas Mar Adentro y Million Dollar Baby, las cuales trajeron a la palestra nuevamente el tema de la eutanasia y la “calidad” de la muerte de los seres humanos. Como cualquier tema que logra captar la atención (y el morbo) del público, las cadenas de televisión necesitaron urgentemente un “reality” que de alguna manera ilustrara las agonías de una persona de carne y hueso ante una muerte lenta y dolorosa. Es así como surge la zaga de Terri Schiavo, y de la noche a la mañana, los más mínimos incidentes del caso de esta joven fueron seguidos por millones de televidentes a nivel mundial. De esta forma, Mar Adentro, Million Dollar Baby y Terri Schiavo prepararon el terreno para que el mundo católico y no católico se abstrajera observando las agonías de Juan Pablo II.
Apartando las circunstancias de orden mediático, que definitivamente contribuyeron a incrementar el interés del público por el estado de salud del Papa, nadie puede negar que el catolicismo, a diferencia del protestantismo, se ha perfilado a lo largo de sus 2.000 años de historia como una fe con gran culto y vocación al sufrimiento. Desde pequeño recuerdo que mi mamá nos enseñaba que solo es buen católico aquel que sufre, aquel que se sacrifica, aquel que como penitencia camina kilómetros de rodillas hasta llegar a la iglesia, aquel que se da golpes de pecho, aquel que acepta su pobreza material con alegría, y a aquel que después de haber sido golpeado la primera vez pone la otra mejilla. La pasión y muerte de Jesucristo, más que un pasaje religioso y fundamento esencial de la doctrina cristiana, representa una enseñanza y forma de vida (y muerte) del católico y la católica. Los santos y las santas en la Iglesia Católica también ilustran esta cualidad. Desde San Agustín, que dejo todas sus riquezas y vida lujuriosa, para dedicarse al Señor en estado de pobreza, pasando por San Ignacio, que fundó la Compañía de Jesús en medio de tantas limitaciones. Así, prácticamente todos los santos y santas del universo católico comparten una cuota de sufrimiento terrenal. Y que podemos decir de Maria? Nada más y nada menos que la mujer abnegada y sacrificada, y de acuerdo a los criterios católicos, ejemplo a seguir por todas las mujeres de la Iglesia. En gran medida el machismo tiene sus orígenes culturales en la devoción católica y culto a Maria la Virgen.
Es por esta razón que la dolorosa muerte del Papa encaja perfectamente bien con la tradición de sacrificio que históricamente ha servido de emblema para las y los fieles católicos del mundo. Si antes Juan Pablo II se parecía a Jesucristo, ahora se parece más todavía, y esto definitivamente a muchos fieles los emociona. No obstante, contrario a lo que muchas personas piensan, la “etapa” de sufrimiento del Papa transcurrió fundamentalmente en los últimos años de su vida. Por ejemplo, el Señor William Ojeda, en su columna titulada Juan Pablo II (Ultimas Noticias, viernes 08-04-05), afirma lo siguiente: “Desenmascaró, porque lo había sufrido desde niño, al comunismo y sus perversiones”. Ojeda aparentemente ignora dos importantes datos históricos. El primero que Polonia fue ocupada por la Unión Soviética en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y el segundo que Karol Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920. Así que el niño Karol Wojtyla jamás “sufrió” bajo un sistema comunista.
En definitiva, las grandes beneficiadas de todo este drama papal fueron sin duda alguna las cadenas noticiosas y los emporios trasnacionales que las controlan. El Vaticano seguirá adelante con sus 2,000 años de tradición y experiencia. Y mientras el pueblo laico continúa con su cruz a cuestas, se abre el debate acerca del sufrir y el parar de sufrir, así como el tema de la Iglesia ante los retos del postmodernismo.
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