En términos gramscianos, esto que llamamos “revolución bolvariana“ y otras veces “el proceso“ podría definirse como un bloque histórico. Este concepto permite aclarar algunas cosas que pese a su evidencia, son en ocasiones olvidadas por mucha gente en el debate político cotidiano.
Un bloque histórico es la unidad de fuerzas políticas y sociales diferentes que tienden a mantenerse unidas mediante una concepción común del mundo. Estas fuerzas políticas y sociales conservan hegemonía, es decir, dominan como bloque a sus enemigos políticos, mientras preserven en la unidad, reconociéndose en sus diferencias.
Destruír el bloque histórico alimentando esas diferencias es un objetivo obvio de quienes al no compartir la hegemonía de aquel, sencillamente la padecen.
Por eso el relevo efectuado en la Asamblea Nacional entre los camaradas Fernando Soto Rojas y Diosdado Cabello ha despertado inmediatamente una catarata de interpretaciones destinadas a crear o amplificar diferencias y desconfianza. De eso que llamamos la oposición, los majunches, los escuálidos, o como mas plazaca calificarlos, es obvio esperar estas reacciones, pero sería torpe que las mismas tuvieran eco entre algunos camaradas con poca o ninguna claridad política.
Lo mas socorrido que he oído por ahí no deja de referirse de algun modo a los viejos enfrentamientos de los años ´60. Soto Rojas viene históricamente de la lucha armada de aquellos años, se adscribe a lo mas honesto y consecuente de la izquierda radical. Diosdado Cabello viene de la fuerza armada y compartió responsabilidades históricas con el Comandante Hugo Chávez desde el mismo 4 de febrero de 1992 y hasta el presente, de modo que tambien tiene un prestigo bien ganado, amen de que la fama que se le ha endilgado de corrupto se basa como casi siempre sucede en tales casos en alguna hipótesis convertida en sospecha, transformada despues en rumor y finalmente decantada en parte del imaginario colectivo en calidad de verdad revelada y sin sustento.
Nada mas perentorio para el enemigo que confrontar estos dos grandes elementos del bloque histórico simbolizado en estas dos figuras emblemáticas. Para ello se acude hoy a viejos prejuicios mutuos largamente alimentados por los mismos que ahora quisieran destruír ese bloque histórico en que hacen vida común y armónica ambas fuerzas.
La necesidad del ataque sistemático y crónico al binomio pueblo-fuerza armada, explica en gran medida por que una buena parte de lo que en la Cuarta República se autoproclamaba “izquierda“ –pompeyos, teodoros y otras malas hierbas- son hoy voceros tarifados del imperio.
Es por demas interesante analizar el tema de la Fuerza Armada que tanto preocupa a algunos daltónicos que ven el mundo en blanco y negro. Nuestra fuerza armada, como la de cualquier otra parte del mundo, tiene un carácter estamental, como lo tienen los gremios profesionales o el clero y en consecuencia, bajo la óptica de la lucha de clases no puede ser objeto de un juicio de valor inapelable.
Tratemos solamente de imaginar que Trotsky en 1917, en lugar de atraer a fuerza de persuasión a los cuadros militares del ejército del Zar, los hubiera mandado a la cárcel o licenciado, solo porque eran cuadros del viejo régimen monárquico. Es seguro que en lugar de consolidar el poder de los soviets contra viento y marea, contra los alemanes primero, contra la “entente cordiale“ de Inglaterra y Francia despues, contra las bandas blancas de Kolchak, Denikin, Kornilov, etc., hubiera sido derrotado y juzgado por la historia como un gran mentecato.
Los Denikin y Kornilov de 1917, són por así decirlo, los Gonzalez Gonzlez o los Rosendo de 2002: Canallas “preñados de buenas intenciones“ cuya conducta no puede ser motivo para cubrir de ignominia a toda la Fuerza Armada Bolvariana
Nuestra Fuerza Armada no es ni burguesa ni proletaria, es un estamento en cuyo seno se reproducen las mismas tensiones que en el resto de la sociedad venezolana, y por el mismo motivo: ¡Por la lucha de clases!, que no es una frase manida sino un hecho cotidiano y constatable. Calificar a la fuerza armada de forma tan mostrenca como lo hacen algunos, no es útil a la Fuerza Armada y mucho menos a la Revolución. Si acaso, puede que semejante juicio satisfaga las pulsiones narcisistas de quienes creen que hacer la revolución es salir a la calle con una banderita que diga “Hasta la Victoria Siempre“ o “Chocolate con churros para todo el mundo“.
Es seguro que el compañero Salvador Allende y con el, el pueblo chileno, hubieran corrido con mejor suerte en 1973 si hubiera dispuesto de una Fuerza Armada Bolivariana como la que hoy nos acompaña y garantiza. La lucha cotidiana por construír el socialsmo se da en todos los terrenos, incluída la Fuerza Armada, donde –quien lo duda- seguramente existen cosmovisiones diversas y por que no, hasta enemigos de la revolución sin que eso nos permita hacer juicios rotundos y maniqueos. En todo caso, la obligación de todo revolucionario es acercarse a esa Fuerza Armada comprendiendo cabalmente que todo soldado no es sino pueblo en armas.
Podríamos ir mas lejos. El capitalismo ha sido definido como un “sistema mundo“ y por consecuencia nunca será cabalmente derrotado mientras no seamos capaces de sustituírlo por otro sistema mundo que hemos convenido en llamar socialismo. La historia reciente nos dice que el socialismo en un solo país fué una estafa. Luego de sostenerse por mas de sesenta años se derrumbó aparatosamente -en eso parece que esa historia terminó por darle la razón a Trotsky- y acudo a este señalamiento porque sin la fuerza de las armas, nuestra incipiente semilla de socialismo sería aplastada en un instante. El Ejército Rojo no se creó por decreto ejecutivo de nadie, se fué transformando en la lucha por la sobrevivencia de un pueblo agredido por todas partes, tal como hoy se agrede a Venezuela desde todos los frentes, tanto externos como internos. A nadie le sirviría ponerle una etiqueta de “burguesa“ a nuestra fuerza armada. Sería entre otras cosas olvidar que sin el papel que esa fuerza armada jugó el 12 de abril de 2002, en el mejor de los casos estas líneas u otras mas oscuras, se estarían hoy escribiendo desde el exilio.
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