Boda funeral




Si alguien me preguntara cuál palabra definió la vida de mi hermano Pedro Chacín, diría que irreverencia. Pensando en eso estuve el 7 de mayo pasado cuando viajé a Altagracia de Orituco a presenciar la doceava misa que mi madre le “mandó a hacer” a Pedro. Y pensé en eso porque fue la misa más sorprendente de todas a las que he asistido por motivos “funerarios”. Cosas de Pedro desde el “más allá”.

Comía con entusiasmo una cachapa cuando mamá hizo el anuncio: la misa de Pedro la oficiará el Obispo. Mira tú, le dije, Pedro debe revolcarse incómodo en su tumba por tan inmerecida suerte. Primera pista de que algo iba a pasar.

Horas más tarde, cuando nos dirigíamos hacia la iglesia San José Obrero a presenciar la “eucaristía”, observo que enfrente se estaciona un carro “adornado” como para llevar a dos flamantes futuros esposos. Segunda pista.

Ya con los pies dentro la iglesia las dudas se fueron disipando. Muy cerca del altar estaban las sillas adornadas para sentar a los novios y del techo hasta los viejos bancos de madera que tanto usé en mi infancia, guindaban cintas amarillas y blancas que terminaban en arreglados lazos de los mismos colores. Realidad imposible de ignorar.

Llegamos diez minutos antes de las 5 de la tarde, hora pautada para la ceremonia, no matrimonial, sino litúrgica, según los planes de la familia Chacín Díaz.

Las caras de los amigos y familiares merecían ser fotografiadas debido a las muecas de asombro y extrañeza que mostraban, al ver aquella parafernalia amarilla y blanca que guindaba del techo.

A las 5:15 pm salieron los dos sacerdotes, párroco y obispo, dando las gracias por “acompañarnos en la celebración de este santo matrimonio”. Ahí ya Pedro se estaba revolcando en su tumba, muerto, pero de risa, al vernos con cara de angustia oyendo atentamente al cura, esperando que “lo nombraran”. Ir a una misa funeral y que no nombren a “tu” deudo es una verdadera estafa religiosa. Es perder el tiempo.

Yo no aguanté media hora aquella bo (ba) da. Los hermanos armamos nuestra propia homilía colectiva fuera del “santo recinto”. Mi hermana siempre optimista aguantó los 120 largos minutos pues a Pedro “lo van a nombrar al final”. Reencarnado en el novio, pensé, porque esta misa, cual Ortega en pleno paro, “se nos escapó de las manos”.

A los reclamos de mamá contestó el párroco, que no sabía que “tenía este matrimonio” y que cuando ella lo dispusiera hacía la misa, como Dios manda, nombrando a Pedro y todo. Un feligrés desconfiado comentó que esa parejita debe haberse “bajado muy bien de la mula” para tener el honor de que su boda haya sido bendecida por un obispo.

“El pueblo blanco” de la poesía “serratiana”, que alberga los restos de mi hermano, será escenario en el 2006 de la misa funeral número trece, porque si en algo coincidimos los asistentes a la peculiar “boda funeral”, es que ya este año se cumplió el ritual, aunque ningún cura haya mencionado su nombre.

*Periodista



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Mercedes Chacín*


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