La desigualdad existente en la historia de la humanidad desde sus
tiempos más remotos y que se ha extendido por el mundo en los últimos
siglos de capitalismo, ciertamente ha sembrado una ideología
profundamente individualista en los seres que se han desarrollado en
este entorno.
Aunado a la cultura del individualismo, perdura ese instinto humano
general de lucha por la supervivencia y búsqueda del mayor confort que
conduce a los más beneficiados del régimen imperante a aferrarse a sus
privilegios, sin importar que su bienestar provenga de la expropiación
de los frutos del trabajo ajeno y el sufrimiento de las grandes mayorías
sociales.
Por estas razones, al adentrarnos en un análisis científico, comprobamos
que los principales conflictos acaecidos en nuestra historia se han
producido en el marco de una feroz lucha de clases y que de ello se
desprende la génesis de toda revolución.
Por una parte, que la burguesía obra inescrupulosamente por preservar
las condiciones que la favorecen (propiedad privada industrial) y que
jamás renuncia pacíficamente al estatus que ha alcanzado; y que por otra
parte, los excluidos y vilipendiados de toda la vida insurgen
violentamente por conquistar la existencia digna que siempre les ha sido
negada.
Así las cosas, es comprensible que al plantearse la feliz idea de una
revolución para instaurar la plena justicia social, vemos que los
niveles de compromiso y los grados de identificación no serán los mismos
entre ricos y pobres. Que los más humildes tienden a ser la fuerza
impulsora de los cambios reivindicativos, mientras que los pudientes se
disfrazan para defender sus parcelas y oponerse al progreso colectivo.
Esta aseveración, lejos está de constituir un dogma, es más bien el
reconocimiento de una tradición caracterizada por la pugna entre
explotadores y explotados. Es, en resumidas cuentas, el producto de la
reflexión metódica y serena de quienes durante décadas hemos militado en
la lucha científica por construir una sociedad sin clases.
Hallándonos actualmente en vísperas de la promulgación de una nueva Ley
Orgánica del Trabajo, ratificamos nuestro compromiso obrero y
proletario, como clase más comprometida e identificada con la revolución
desde el sindicato, la fábrica, el abasto, la mina, el almacén, la
oficina, el campo y el boulevard, de que en el marco de la nueva
legislación laboral, unidos como pueblo seguiremos impulsando nuestro
principal aporte para la patria y el mundo entero: la sociedad sin
clases.
Constitucionalista. Profesor de estudios políticos e internacionales.
http://jesusmanuelsilva.blogspot.com