La inteligencia social lleva a participar activamente en todos los sectores de la sociedad, laboral, recreativo, cultural, deportivo, político o educacional; permite interesarse no sólo por el propio trabajo sino también por el progreso de la empresa donde se prestan servicios; sentirse bien en el lugar donde se habita; tener curiosidad por el pasado personal y por la historia del país donde se vive; trabajar en equipo; colaborar para mejorar el mundo; ser solidario; ver a los otros como hermanos y no como enemigos; destacarse en lo que se sabe hacer para contribuir al proyecto común valorando la participación de los demás y no creerse imprescindible. La inteligencia social desarrolla el sentido de comunidad y de pertenencia y hace posible identificarse con el entorno. Para poder desarrollar la inteligencia emocional hay que sentirse parte del todo y no un individuo separado; preocuparse por los que están alrededor tanto como por sí mismo, sentirse responsables y estar disponibles cuando es necesario. La inteligencia emocional es poder darse cuenta de lo que le está haciendo falta al otro, percibir su estado de ánimo más allá de las palabras y tener el tacto suficiente como para no introducir en la comunicación con él cuestiones que puedan crearle molestias.
La inteligencia social es poder compartir momentos gratos e intentar hacer felices a los demás; lograr ser bien recibido en todas partes, tener buen trato y llevarse bien con todos. Se actúa con inteligencia social cuando se aprende a escuchar, cuando se deja de criticar y se aceptan a los demás como son porque se puede entender lo que piensan y sienten. La inteligencia emocional reduce la brecha generacional porque une a la gente y no permite discriminar; hace que la persona se pueda poner a la altura de cualquier interlocutor, sea quien sea, con respeto y sin prejuicio alguno y pueda aprender de él. La inteligencia emocional armoniza los vínculos familiares y hace posible mantener relaciones de pareja estables.
(*) Político y Científico Social.