Nada justifica las críticas disparatadas que los políticos “más encumbrados” de la oposición, incluyendo al flamante candidato presidencial de la Mesa de la Unidad de Democrática (MUD), Henrique Capriles Radonski, hacen de la nueva Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras (LOTTT). Ni siquiera el odio que expresan al presidente Hugo Chávez, ¿o será que esta gente disfruta viendo echar a la calle a una mujer preñada?
Desde que se anunció que el ansiado instrumento legal contemplaba el incremento de los períodos pre y post natal, se ha desatado una especie de locura colectiva en contra de este beneficio tanto por los medios de comunicación como por las redes sociales, de hombres que adversan el proceso revolucionario y me imagino que a las mujeres también, y pido disculpas por esta temeraria aseveración, mis amigos y amigas lectoras, pero no me dejan otra alternativa.
Los períodos pre y post natal que favorecen a las mujeres -que ya por el hecho de ser mujeres se lo merecen sin ninguna discusión- además de beneficiar a las madres busca proteger la maternidad, el bebé antes y después de nacer, ese mismo bebé que por cierto, hacen muchos de esos machos que ahora critican la LOTTT…¡Ojo!, y digo muchos cuidándome de no generalizar, porque hay constancia pública de que algunos se tomaron su tribuna para aclarar que, a su edad, todavía no han tenido tiempo para ellas.
No soy un “Santo Esposo” como mi amigo Roberto Ospino, pero aún con los defectos que me caracterizan sé que un hombre con el más mínimo grado de humanidad y sensibilidad, debe tener conciencia de que ese beneficio, como cualquier otro, que se le pueda brindar a ellas en la vida, nunca será suficiente para lo que merece una mujer como trabajadora, esposa, madre, hija y ama de casa.
Y es que sí algunos opositores no lo sienten así, al menos, por un gesto de caballerosidad deberían apoyarlas en cada uno de esos logros, porque digan lo que digan, ese como otros beneficios, son objetivos específicos que las mujeres han alcanzado en su duro batallar por la igualdad de géneros a través de los años.
Muchos hombres se defienden argumentando que no han leído la LOTTT, yo tampoco, pero al verificar que, en efecto, este instrumento legal contempla el incremento de los períodos pre y post natal, que me voy a poner a buscarle cinco patas al gato, o a estar inventando que si esto o lo otro ¡Por Dios!, ese es un gesto de justicia social dentro del universo de cosas buenas y bonitas que ellas merecen… Se lo ganan todos los días.
Vuelvo y les reitero, no soy un “Santo Esposo” como mi amigo Roberto Ospino. Han sido varios los fines de semana que me he hecho pipí en la nevera o en la lámpara de noche. O me acuesto atravesado en la cama, me hago dueño de la sábana y tomo el espacio para mí solo en medio de estruendosos ronquidos que no dejan dormir a Yudi, aferrada a una esquinita, pero reacia a no dejarse quitar el área que dice le pertenece por completo.
Me olvido del fútbol, del beisbol y de las noticias del día que ella ve y analiza con la seriedad y rigurosidad de cada caso, y me impongo a lo mero macho haciéndome dueño del control remoto del televisor, para disfrutar de la Reina del Sur, una novela inspirada en ese gran escritor español Arturo Pérez Reverte, y desde ya advierto que no voy a descansar hasta ver que sucederá con Teresa (Tesa) Mendoza. Y eso supongo que será al final. Tampoco voy dejar de ver Deseos de Mujer ni la Casa de al Lado y ahora menos en sus capítulos finales.
No lavo corotos, ni hago comida ni se aplanchar, igualmente no cargo muchachos, no puedo con ellos, me cansan; les hago cariños y muchos, me encanta, se los confieso, sólo que en brazos de sus madres. Cuando me obligan a tener a mi nieta Luisana le saco el chupón para que llore y argumentar que no me quiere. Creo que a sus diez meses ella comprende que eso es una maniobra de mi parte. Es más, tengo la convicción de que se ha hecho mi cómplice, porque después me mira y ríe con picardía.
Con esto, por supuesto, no les quiero decir que yo gane, que siempre me salga con la mía, ¡no señor!, ¡nunca!, si así lo piensan, están muy lejos de la realidad. Yudi se desquita, se pone a cazarme y se torna implacable con el velado propósito de hacerme daño y ponerme a sufrir tanto como ella quiera; disfruta con pasmosa perversidad que yo mismo tenga que servirme la comida y buscar la llave de la camioneta que nunca sé donde dejé tirada. Ríe gozosa para sus adentros cuando no encuentro la ropa por ningún lado del closet. Pareciera que le hicieran cosquillas viéndome amarrar los cordones de los zapatos como si ese fuera trabajo mío.
Y lo peor: sabe esperar con paciencia alevosa el mejor momento para saborear el plato frío de la venganza y en las circunstancias más apremiantes, en que más lo necesite, dice que no me va a ayudar a colocar las medias y los interiores. Discutimos duro, pero finalmente tengo que hacerlo yo como pueda. Así como lo leen, amigos y amigas lectoras, ni siquiera me quiere dar la pastillita de Atenolol para la tensión. ¡¿Y un vaso de agua?! ¡Jamás!, por nada en la vida me lleva un vaso de agua; esté sentado donde esté sentado, tengo que levantarme e ir por mis propios pies a la nevera. Se niega a cumplir con su deber. Me abandona a la suerte de Dios. Son momentos duros, difíciles para mí.
Pero eso es una cosa y otra que salga como un energúmeno lleno de desprecio hacia las mujeres, porque luego de una larga y concienzuda discusión, el presidente Hugo Chávez le puso la rabo ‘e cochino a una ley que además de beneficiarlas a ellas, tiende a cuidar de nuestros hijos desde que están en su vientre y que tanto gozamos engendrándolos, así sea resbalándonos en una sábana sedosa durante la tormentosa bulla de una cama con las patas y las juntas flojas, y el aire acondicionado dañado.
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