Desde Buenos Aires, deseo expresar públicamente mi pesar por la muerte de la madre de Orlando Chirinos. Sé de su amor por su madre, sé de su conciencia del valor ético que tuvo ella en la formación de él. Por eso sé de la dimensión de la pérdida.
Conocí a la madre de Orlando en 1985, cuando viajé a la fría y bucólica montaña de San Luis de la Sierra en compañía de Marisol Plaza Irigoyen. Encantadora como toda vieja de campo, nos sirvió las arepas calientes a la mañana y su sonrisa de mujer feliz el resto del día.
Recuerdo su buen humor y la respuesta que me dio cuando le pregunté por una característica de su hijo que me interesaba indagar: "Es que Orlando nació con la inteligencia de un diablo". Me sorprendió con esa contestación. "Una inteligencia de Diablo".
Si consentimos que el Diablo, Lucifer, Satanás, Demonio, Leviatán, Ángel Caído, o como se le quiera llamar, es la representación "del mal" inventado por la iglesia romana para condenar a la hoguera a los rebeldes de la vieja Persia, Arabia y Fenicia, entonces, debemos concluir que la madre de Orlando tuvo razón aquella tarde de diciembre de 1985. Orlando es un rebelde endiablado.
Ella, que lo crió en su útero, reveló al Orlando que acompañamos sus amigos en cientos de huelgas obreras y en todas las luchas posibles, especialmente la más sublime y difícil, la que procura el socialismo como forma de convivencia humana.
En ellas, como ahora en Ginebra, Orlando sigue siendo la inteligencia más completa y la moral más vertical que yo he conocido en el movimiento obrero venezolano. Tal como lo reveló su madre, que lo amaba tanto, aquella tarde de bruma silenciosa en la Sierra de San Luis.
Esta nota ha sido leída aproximadamente 2792 veces.