Días como navajas

Mezquindad

La irritación es imprecisa. Primero surge  como  vaga incomodidad y luego se despliega en conatos de furia, como hoy, cuando al atravesar la avenida, observa a  quien hasta hace poco era sirvienta de su esposa, franqueando, en plan de estudiante, las puertas de la Universidad Bolivariana de Venezuela “haberse visto” susurra entre dientes. Al llegar a casa, extenuado de la jornada laboral, Andrés Lozada, ironiza con aquello de la educación tapa amarilla, señala, “hasta nuestra antigua cachifa, esa india bruta estudia en ese antro y qué universitario, haberse visto”

Miriam de Lozada, su mujer, casquivana pero simpática no le presta mucha atención, sólo está pendiente de hacerle arrumacos y convencerlo de hacer una “reunioncita  con su nuevos amigos los ingenieros y sus esposas” El planteamiento lo sulfura un poco, el dinero es insuficiente, pues sobreviven con las privaciones de un salario de medio pelo, pero, al final, pasa por alto la falta de liquidez. Y cavila postrado “hay que mantener las apariencias”.

Andrés y su esposa sueñan con un destino mejor, fantasean una vida cómo la del patrón, “esa sí es vida” coinciden. El dueño de la empresa donde trabaja viaja con frecuencia al extranjero, “él y toda su familia”, veranean en lugares exóticos, todos tienen carros último modelo, y visten con envidiable elegancia. Las mujeres de esa familia tienen  múltiples operaciones estéticas, “lucen de un lindo”  suspira Miriam con envidia, él la consuela reiterándole la promesa de la liposucción, “una vez que pague la deuda que contraje hace dos años para hacerte las tetas mujer, no seas disconforme”

En la oficina Andrés recibe una llamada de su madre, saluda escueto y piensa “qué me irá a pedir”, la señora tierna pregunta por Miriam y le recuerda ese asunto de los nietos que todavía no llegan, “se les va a pasar el tiempo” Esa cuestión invariable lo fastidia, “apura mamá que tengo trabajo”  Interrumpe adusto “te llamaba a ver si puedes ayudarme con los medicamentos de la tensión, en Barrio Adentro los cubanos no tienen lo que me recetó el cardiólogo, y tu hermana, pobrecita, me ayuda con los taxis para las terapias de cervical en el centro de rehabilitación, tú sabes que es gratis pero no puedo ir en por puesto” Bueno, ya veré cómo te ayudo, concluye seco.

Cada vez que habla con su madre algo se revuelve en él,  no lo tiene claro, pero la voz materna le recuerda ese origen rural que tanto lo avergüenza, “Uno debería poder elegir a sus ancestros” Balbucea  y  evoca esa inoportuna familia de ropa humilde y color de cobre, “son una pesadilla”. Alega con desprecio, “esa raza malsana son una caterva de flojos  aprovechándose  de cuanta misión inventa esta desvergüenza de gobierno con el cuento de la justicia social,  que si vivienda Venezuela,  que si hijos de Venezuela, que si pensión para los viejo, puro derroche” sentencia, desdeñando su propio origen.  El jefe  interrumpe brusco  sus cavilaciones demandando celeridad en no sé cual informe; él se disculpa servil y sonriente, zambulléndose frenético en el trabajo. Y sólo aplaca al entregar el informe requerido.

A la noche, en la reunión con los  nuevos amigos Andrés es muy cauto, tiene que estar pendiente de las frivolidades de Miriam, es bonita pero bruta, a veces de verdad imprudente y uno nunca sabe cómo se van a recibir los cometarios del otro lado. El otro día en la oficina, en la reunión de los cumpleañeros del mes, a la tarada casi se le sale que los pasapalos que llevamos estaban hechos con ingredientes comprados en Mercal, te imaginas la vergüenza, estando nada más y nada menos que la mujer del jefe.

Así transcurre la velada y abordan el tema político. No hay sorpresas, pues allí  todos coinciden con las ofuscaciones   “de los muchachos del programa Buenas Noche”, “Hay que confrontar al tirano Chávez y votar por Henrique” convienen confianzudos y  petulantes. Todos ellos, profesionales de clase media, con casas adquiridas con la optimizada ley de política habitacional y con vehículos obtenidos con créditos favorables en la banca pública. Y todos temiendo la hipotética “expropiación” esa que amenaza inciertos caudales “¿y cuál riqueza?” pifia otra vez su indiscreta mujer. Calladita se ve mejor la entrometida, justo ahora cuando ellos, medio borrachos, sienten y enjuician como si fueran la cúpula de Fedecamaras preocupada de embargos inminentes.

Al despuntar el alba rumia semidormido “Mejor me levanto” mientras gira en la cama tratando de espantar la resaca.  Es nuevo día y, aunque no tiene fuerzas, tendrá que levantarse  para la oficina. En fechas como ésta crece dura la tristeza, “debe ser los tragos” se justifica. Trepa una enorme  congoja que origina sentimientos encontrados, ya que, a pesar de tanto esfuerzo por parecerse a quien le domina, de tantos bríos plagiando estilos y  prejuicios, la anhelada “superación” no acaba de llegar. Asoma al espejo y maldice, y acepta,  su cara de animal domesticado.

Llega  a la oficina y adulante saluda al jefe, quien, sin responderle el saludo, va directamente a su escritorio  y, mirándolo con ultraje, lanza una carpeta y suelta: “hazlo de nuevo carajo, este informe es una mierda”

 diascomonavajas2010@hotmail.com



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Marcos González Barroso


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