Europa se retuerce con un aguijón clavado en el flanco. Se derrumban las frágiles murallas mercantiles y en su caída arrastran el estado de bienestar social que presumían hasta hace poco. Allá la crisis económica es un agravio persistente y nadie sabe muy bien cómo salir de ella.
En esas tierras se activan los oxidados engranajes de la protesta social. La revuelta general zarandea fuerte a los adormecidos. Y los insumisos, obligados por el dolor del mundo toman la calle para confrontar la miseria que se esparce peligrosamente por toda Europa.
Crece pujante el tumulto de quienes no cejan en el empeño de decir lo que tienen en el corazón. Mientras estalla en mil pedazos la burbuja del más cerrado narcisismo, típico de la clase media.
Y todos, absolutamente todos: obreros, clase media, medianos y pequeños empresarios, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, convergen en la calle enardecida para frenar el ajuste neoliberal.
Entretanto, dirigidos por la canciller alemana, Ángela Merkel, y secundados por Mariano Rajoy en España, Mario Monti en Italia,, Andonis Samarás en Grecia, Pedro Passos en Portugal y François Hollande en Francia, los gobiernos respectivos aplican a sangre y fuego la constreñida austeridad y los dramáticos recortes al gasto público, exigidos a estos países por las transnacionales financieras.
Con el pomposo nombre de Tratado Presupuestario Europeo, y con la alcahuetería de sus gobernantes, utilizan los eufemismos de “rigor financiero” o “disciplina presupuestaria” para hacer posible que el pueblo pague la deuda y la banca se lleve los beneficios.
El cuadro se agrava, en tanto la gente se siente estafada por las incumplidas promesas electorales, ya que la mayoría de estos gobernantes resultaron electos con la promesa de renegociar los demoledores efectos de la crisis y, una vez en las alturas del poder, se arrojaron vergonzosamente, a los pies del gran capital
Ahora mismo, en alguna capital del mundo desarrollado, en lo alto de algún lujoso rascacielos, se reúnen insensibles directivas de los llamados organismos multilaterales, para decidir cómo esquivar la crisis que derrumba los mercados y cómo lanzar sus efectos devastadores sobre el grueso de la población europea. Originando cínicamente, una carnicería social, con la cual aspiran mantener vigente el dogma neoliberal.
Por fortuna en Latinoamérica hay un giro a la izquierda que promueve importantes transformaciones en los ámbitos económicos sociales. Un esfuerzo enorme para conquistar independencia y autodeterminación. Un atrevimiento político que involucra países diversos como: Venezuela, Brasil, Cuba, Argentina, Bolivia, Uruguay, Ecuador Nicaragua, Bolivia, entre otras naciones.
Quienes se oponen a la dinámica mundial, esclavizada a las reglas del capitalismo financiero, que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. En ésta región del mundo ha privado la sensatez de los acuerdos internacionales que avivan la unidad latinoamericana y enfrentan la voracidad imperial
Aquí se han tomado, y se toman, diversas iniciativas gubernamentales que pone acento en lo social y reorientan los ingresos para beneficio de las mayorías. Con actitudes claramente patrióticas y favorable a la unidad e integración de América Latina y el Caribe. Con posturas que promueven la paz en un mundo pluripolar.
Todo esto, acompañado de corajudas decisiones, tales como: expropiar transnacionales, ensayar el poder cooperativo, ayudar a los más necesitados, realizar grandes obras de infraestructura y transporte. Y, al mismo tiempo, promover el protagonismo popular en las decisiones de envergadura.
En Latinoamérica estamos perspicaces, y ojos de lince con los abismos de la realidad. A diferencia de la Europa traicionada por los cantos de sirena, entre nosotros la reflexión política va de la mano con la utopía posible, ese ideal de construir un mundo de justicia, libertad, igualdad, y con la más amplia solidaridad.