Estudié periodismo casi por azar. No sé por qué a los 16 años tuve la convicción de que mi “futuro” estaba en la ingeniería… eléctrica. Pero no fue eso lo que estudié, pero si fue mi primera opción en la planilla del Consejo Nacional de Universidades (CNU). De la mano de mi hermano Pedro, lo primero que intenté estudiar fue Metalurgia en el Instituto Universitario de Tecnología de la Región Capital, conocido en los mundos estudiantiles como “el IUT”. Rápidamente los profesores del IUT se percataron de mi pobre base en matemática y me enviaron para “el Preparatorio”. Ahí me las ví feas. Sólo aprobé una materia llamada Lengua y Comunicación.
En ese ínterin salgo en el listado del CNU para estudiar ¿adivinen qué? Mi primera opción: ingeniería eléctrica en la Central. Ahí también rodé con los números. De las cuatro materias del primer semestre sólo aprobé una llamada Problemas Nacionales. Absurdo nombre para unas clases de historia contemporánea.
Estos resultados, que mi hermano Pedro seguía muy de cerca, decían algo. Un buen día Pedro me dijo: Mecha, ¿por qué no intentas estudiar periodismo?. A ti te gusta leer, apruebas sólo las materias humanísticas”. Me opuse y discutimos porque yo quería ser in-ge-nie-ro (cuando eso no se le paraba mucho al género). Pero si algo tenía Pedro era poder de convencimiento. Y me convenció. Insistí con el CNU y un año después logré entrar a la escuela de Comunicación Social de la Central.
Era el año 1989 cuando terminé las materias y, ahora de la mano de mi comadre y amiga Teresa Ovalles, comencé a trabajar en Últimas Noticias. No como reportera, sino como secretaria de redacción, que ahora se conoce en los periódicos como departamento de diseño. Es decir, otra vez, equivoqué el camino. En lugar de poner rayitas en una hoja debí poner letricas.
Entre una cosa y otra nunca escribí. Nada. Ni opinión ni información. Terminé siendo coordinadora de una sección en la época del rediseño de Ultimas Noticias. Hasta que salí de ese diario, ahora de la mano de un conocido profesor, como corcho é limonada. Fue en febrero de 2002.
Y en abril de ese mismo año comencé a escribir, literalmente, de golpe. La cayapa mediática estaba en pleno apogeo. En el clímax. Mi primera incursión en el periodismo de opinión fue el 24 de abril de 2002. Escribir se convirtió en una necesidad, en un escape, en una forma de protestar contra el abuso, contra los dueños de los medios, contra el periodismo parcial. Y lo hice través de una herramienta válida para los periodistas: el periodismo de opinión. Ese en el que los periodistas podemos opinar. Y lo hice a través de un medio de comunicación en pleno desarrollo: Internet. El Colectivo Panacuates publicó militantemente mis escritos y los hizo circular por la superautopista mundial.
En octubre de 2003 comencé a escribir en el vespertino El Mundo, esta vez de la mano de Kico. Descendí del ciberespacio a una publicación impresa. Y decidí enviar parte del trabajo publicado este año en el vespertino El Mundo, a la Fundación Premio Nacional de Periodismo. Y me dieron una Mención Honorífica, lo cual me honra. Y que dedico amorosamente a mi hermano Pedro. Pero los lectores de El Mundo no se han enterado. ¿Será que eso es periodismo de opinión?
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