No creo que exista últimamente en el sumario del despecho cuarta republicano una perla más brillante y doliente que el relato que de esa historia escabrosa, tristona y sanitaria –y tan natural y comprensible, por cierto, después del golpe del 11-A-, como la que exhibió la periodista Milagros Socorro en El Nacional en los días de los rodillazos de Corina Machado rozando las de Bush, que buscaban enjaular la verdadera presa, la cosa nostra (ah, mundo, camarada Roberto Malaver, no es nostra, es de ellos!)
Las miserias y sus pantomimas suelen aparejarse o a veces unas le dan cien metros de ventaja a las otras, pero eso depende. Depende de la dependera. Y como todo depende, sobre todo cuando en el circo no hay mayor ilusión que mostrar, o cuando no existe ni siquiera el truco que justifique el valor de la entrada a la carpa, el espectáculo depende del humor y de la visión del contribuyente. Si, está bien: ¡ vaya, qué rótulas, qué canillas, qué tan limpias y depiladas y embauladas lucen los mosquiteros del picón, cuyos códices de piernas paracinematofráficas, no traducen otra cosa que no sea una renovada solicitud de váticicos al Imperio para refinanciar la deuda del complot contra el comandante Chávez y su tendencia abarcante e influyente en la América Latina!
Pero en la platea hay quienes piensan que no se le puede pedir peras a José Luis Perales ni mucho menos olmos.
Porque una cosa es el inquietante flash que la entrepierna de Corina Machado asoma y lo que suscita en la Silla Turca de uno, sujeta a los vaivenes de un hipotálamo malogrado, susceptible y bombardeado por los humores que aún traspiran aquellas marchas que partían de Chuao con sus las franelas mojadas de Primero Justicia o de Mujeres por la Libertad, y otra cosa es despertarse en Buenos Aires, a escasos días de la entrada del invierno, con la cara fotocopiada de Felipe Mujica en un diario de la nación Argentina quejándose del “ populismo autoritario de Chávez” y “exhortando” al Presidente Kirchner a “apoyar” a la “democracia venezolana”.
Busca Mujica (y otro que lo acompaña, de apellido extraterrestre : “Ramplesand, Ramplepetkoff, Ramplepuchi, vaya uno a saber), interlocución nada más y nada menos que con el Congreso Bolivariano de Los pueblos, con los Sin tierras y el movimiento popular argentino organizado que lucha contra el neolibelismo y promueve, desde sus espacios de acción combativa, la unificación de la América Latina.
Perdidos en el espacio de la pampa Húmeda, gozando de la viatiquería que les prodiga el picón de la Machado en la Casa Blanca y acentuando sin rubores esa condición apátrida, mediocre y vergonzosa, carmonista y antibolivariana, llegaron y se fueron como las golondrinas del poema de José Emilio Pacheco.
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