Napoleón Bonaparte en sus notas o comentarios que hace de “La guerra de las Galias”, de Julio César, pareciera querer restarle méritos a éste al establecer comparaciones que no tienen cabida en vista de la diferencia de épocas, aunque él trata de homologarlas haciendo algunas suposiciones. En dichas notas asoma la idea de que el triunfo de César en sus ocho años de campaña en las Galias, a pesar del número relativamente reducido de hombres que componía su ejército, que nunca llegó a sobrepasar los ochenta mil según el propio Napoleón, y combatió ininterrumpidamente, a lo largo de sus campañas, contra más de tres millones de guerreros bárbaros (galos, helvecios, germanos y britanos, entre otros), no se debió tanto a la genialidad de César y a la organización de su ejército, sino a la incompetencia de los galos por falta de orden, disciplina y dirección militar, a pesar de su resolución y valor. Es decir, que comparados con Cesar, los bárbaros eran BRUTOS, lo cual le permitió, con ese reducido ejército de ocupación, integrar las Galias al Imperio Romano, llevándolo a su máxima expansión y así se mantuvo hasta la caída del Imperio de occidente, 500 años después de su muerte. Así que los bárbaros, por BRUTOS, contribuyeron a la glorificación de Julio César.
Pero César no sólo pasó a la Historia por sus glorias militares. Fue un extraordinario político, de una familia de patricios cuya genealogía se remontaba hasta la diosa Venus pero que cuando llegó al poder se enfrentó a la aristocracia, de la cual él provenía, iniciando un programa de reformas en beneficio de las provincias conquistadas, que limitaba los privilegios y alteraba el estatus oligárquico de esa clase la cual decidió acabar con él, como en efecto lo hizo cuando un grupo de conjurados, entre los cuales se encontraba su hijo adoptivo, Marco Bruto, lo acribilló a puñaladas a la entrada del Senado. La Historia refiere que cuando César fue acribillado por los conjurados vio a su hijo y exclamó: “¿Tú también, BRUTO, hijo mío?”. Y así pasó a la Historia que a pesar de que de las veintitrés puñaladas que recibió César, sólo una fue mortal para suerte suya, ya que las restantes sólo le causaron daños menores, y para desgracia de BRUTO, a quien desde entonces le atribuyen que fue su daga la que le causó la muerte, y por eso todo el mundo responde, cuando lo llaman bruto, que: “BRUTO fue el que mató a César”. Por cierto, BRUTO ya había participado antes en otra conjura contra César instigada por Pompeyo (no Pompeyo Márquez, aunque éste por su edad bien pudo haber sido testigo del crimen) y César le había perdonado la vida al igual que al resto de los conjurados. Los BRUTOS son muy malagradecidos. Hay que cuidarse de los BRUTOS.
Hoy Venezuela está gobernada por un líder surgido del pueblo y que además de tener el apoyo mayoritario de éste cuenta con el respaldo de un ejército organizado, disciplinado y nacionalista que interactúa con ese pueblo. Pero la oligarquía criolla, al igual que la aristocracia romana de la época de César, se siente amenazada por las reformas que adelanta ese líder en favor de la mayoría abrumadora de ese pueblo y parece haber decidido eliminar la amenaza supuesta que éste representa para ella, para lo cual algunos bárbaros que forman parte de esa oligarquía están procurando traer desde el exterior algunos BRUTOS, olvidando que el sucesor de César, que pasó a la Historia con el nombre de Augusto, no fue tan clemente como su antecesor y vengó su asesinato “raspando” a todos los que participaron en el mismo y continuó la obra que César comenzara hasta llevar al Imperio Romano a su máximo esplendor. Y duró 500 años más.
Señores bárbaros: no sean tan brutos.
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