La igualdad hay que sentirla. No se puede simular

Cuando se habla de igualdad hay que empezar por sentirla. Desarrollar un sentimiento de igualdad debe anteceder a toda acción. Tienes que sentirte igual al otr@. Ni superior ni inferior. Es decir no puedes tener complejo de superioridad ni de inferioridad. Debe ser además espontáneo, natural. Debes extraer de ti, todo aquello que el medio social te ha inyectado y que te hace sentir por encima o por debajo del otro. De nada vale que manejes un discurso que promueve la igualdad entre los seres humanos, si no desarrollas en profundidad el sentimiento de igualdad. Podría ocurrir que luchas por igualdad y la justicia porque te sientes un ser superior que mira a los demás desde una cima elevada. Por ello tienes que ser humilde y defender la humildad con todas tus fuerzas. Lo cual implica que no te creas el dueño de la verdad partiendo de una superioridad intelectual o moral. Este principio es básico para desarrollar una verdadera democracia participativa, en la que las decisiones sean consultadas horizontalmente. Nadie, por más estudios que tenga sobre el tema, se siente con capacidad para decidir, sin consultar con el pueblo beneficiado.

Lo que debes sentir entonces podría resumirse así: Ni soy superior a nadie, ni soy inferior a nadie. Todos somos iguales. Al que me quiera aplastar, le exigiré respeto, al que quiera humillarse ante mí, le pediré que se levante y se coloque en un plano de igualdad.

En este sentido, desarrollarse moralmente, tanto en el aspecto individual como social, constituye un proceso complicado, exigente y permanente. Dentro de ese desarrollo la igualdad ocupa un lugar central, unido a la justicia y muy ligado a ella. Para desarrollarla se requiere sentirla circulando en nuestras arterias.

La sociedad capitalista trata de inyectar, al contrario, un sentimiento de desigualdad de manera constante. A unos los hace sentir superiores, la élite, la crema y nata. A otros, en cambio, los hace sentir derrotados, frustrados, con un complejo de inferioridad creciente. Sólo triunfan los superiores, pero en esa lucha por destacarse muchos se estrellan contra un sólido muro. En el fondo la libre competencia no es tan libre y el camino está lleno de obstáculos para algunos y privilegios para otros. En verdad, lejos de palpar una realidad llena de competidores, en una lucha neutra e imparcial, nos encontramos con pocos competidores que impiden que otros participen, monopolizando la contienda. Esta realidad es global, es decir no se circunscribe a cada país, sino que funciona como un totalitarismo económico que pretende arrodillar al que ose oponerse a su modus operandi.

Luchar contra la desigualdad debe partir del sentimiento de igualdad lo cual constituye la base para disminuir las desigualdades reales.

Sólo una persona desarrollada moralmente, es capaz de vencer el egoísmo, e inyectar sus actuaciones con sentimientos de igualdad que le hace promover sinceramente un mundo donde se combata la injusta distribución de los beneficios y las cargas. Los de tendencia conservadora, los que se creen una raza superior o una clase superior, los que miran a los demás desde las alturas cual semidioses, no pueden ocultar esas emociones y se les manifiestan aunque traten de ocultarlas. Es lo que le ocurre a los líderes opositores cuando tratan de aparecer como progresistas, cuando sólo defienden los intereses de la oligarquía nacional y transnacional. Así cuando expresan su rechazo a la solidaridad con otros pueblos, a la solidaridad con los desposeídos, se les refleja esa visión según la cual sólo la casta superior merece todos los privilegios, y a los demás les llegarán las migajas que quedan del festín. Por ello no sorprende el paquete neoliberal que querían ocultar para luego aplicarlo a sangre y fuego. Medidas como ésas no las acepta nadie, ni sus seguidores más recalcitrantes, y sólo podrían ejecutarse en un gobierno dictatorial. Véanse en el espejo de Europa, para que observen el panorama que se desarrollaría.

Volviendo al sentimiento de igualdad hay que subrayar que lo que se puede y debe garantizar en una sociedad es la Igualdad de condiciones y la igualdad de oportunidades que constituyen las bases de sustentación de una sociedad más justa. Lo cual no contradice la aplicación de principios indispensables en una sociedad como el darle a cada quien según sus méritos y según sus obras. Esto puede generar un cierto grado de desigualdad pero basado en el sentido de justicia. Así no se cae en un extremado igualitarismo como lo ha reconocido el gobierno cubano al plantear la necesidad de modificar su modelo socialista. Si el flojo, el vivo, el inmoral recibiera lo mismo que el trabajador, el honesto, las cosas estarían funcionando desviadamente y con consecuencias nefastas. Por ello una sociedad justa lo que puede garantizar es la igualdad de condiciones y de oportunidades, pero a partir de allí todo depende del esfuerzo, la moral y los méritos de cada quien.   

Pero para concluir estas reflexiones, de nada vale todo una extensa y profunda reflexión acerca del valor moral igualdad, sino se siente latiendo en nuestros corazones y nos hace palpar y ver el mundo sin distingos entre los seres humanos. Todos merecen ocupar este espacio, todos merecen bienestar, todos deben tener oportunidades para soñar y posibilidades reales para materializar esos sueños. Por ello cada vez que se nos consulte nuestra opinión estaremos del lado del Socialismo y de líderes como nuestro Presidente Hugo Chávez, que nos permite seguir construyendo y perfeccionando un modelo del cual nos sentimos orgullosos. Todos somos iguales, tanto al interior de nuestras sociedades, como en nuestras relaciones exteriores. No hay país por más potencia que se crea, que tenga el derecho de pisotear nuestra soberanía e imponernos sus decisiones. Sólo el Socialismo nos fortalece y nos hace dueños de nuestro futuro.

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Manuel Feo La Cruz P.


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