Si algo ha resultado difícil para el proceso revolucionario y su máximo líder, es el manejo de la política de aliados. Es natural que así sea, porque el apoyo a Chávez, para decirlo como solía decir Carmelo Laborit, en otras circunstancias, es en gran medida aluvional. Gente de muy diferente procedencia, adhiere emocional y racionalmente, consignas y rutas que el presidente marca. Esa es la realidad.
Hay entre la gente que le apoya, mucha definida desde antaño como socialista y otra que antes la sola palabra le daba piquiña. Incluso, ahora aparecen apoyando a Chávez más de uno que ayer le lanzó denuestos. Lo que no quiere decir que todos esos no hayan tenido razón en su momento o sean oportunistas, sino que esos son los hechos. Estos, como hubiese dicho Jean Paul Sartre, están totalizados en la dialéctica, como ésta misma.
Por eso, suceden muchas cosas que dificultan configurar al partido y Polo Patriótico como Dios manda, para decirlo con un lugar común muy sabio y con cuatro dedos de frente.
Esa diversidad de origen del fenómeno chavista, hace complicado el manejo de las alianzas y acuerdos más allá de la figura del líder. No es extraño, que en una región, entre grupos, se quiera a alguien en particular y no a otro como gobernador. Esa aluvionalidad de la que hemos hablado, junto a otros factores muy difíciles de abordar en este espacio, ha impedido también la formación de liderazgos regionales sólidos; pero sí la de grupos que pugnan por controlar la dirección y ritmo del proceso. Este fenómeno también es comprensible y tolerable.
Eso facilita o propicia las divergencias naturales que han emergido ahora mismo a la hora de escoger candidatos a gobernadores. Claro, algunos camaradas, distintos a aquellos como el Gato Briceño o Henry Falcón, de Monagas y Lara respectivamente, quienes simplemente saltaron la talanquera, no pudieron gestionar con la suficiente eficiencia y coherencia con lo demandado por el cambio, como para hacerse acreedores del respaldo de todos. De modo, que la emergencia de aspiraciones distintas a las aprobadas en la Dirección Nacional, tienen fundamento.
Lo que pasa es que era necesario que ese asunto se manejase anticipadamente con la búsqueda del consenso o por la vía electoral interna, pero volvimos a caer en la trampa que nos suele tender el tiempo. La cooptación, de fórmula excepcional, se ha convertido en rutinaria.
De manera que lo que ahora sucede con las discrepancias frente a gobernadores se esperaba; como también se espera la posibilidad de un acuerdo o salida que ponga por delante el interés colectivo y por supuesto del proceso. Por eso, luce como ilógico y hasta imprudente, esas expresiones que denigran más de quienes las pronuncian que a quienes se dirigen. Como esos discursos o escritos personalistas y anticomunistas, elaborados para atraer la atención sobre quien los elabora, contrarios a la necesaria unidad y obligación de despejar los caminos.
Expresarse de manera denigrante de los aliados como el PCV o alguna individualidad, a esta altura, por una discrepancia natural, lógica e inevitable, pero no irreductible y menos de las fundamentales, es favorecer al enemigo. Nunca, nuestro ego, deseo de figurar o intereses particulares, pueden prevalecer sobre los inherentes al movimiento popular.
Esas expresiones, gestos denigrantes y denuestos, contra quienes discrepan de una candidatura, no son los mejores argumentos para manejar las relaciones entre los aliados.
Eso es natural y hasta primario entre los enemigos.
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