El libro era una joya de la picaresca universal y además, el poeta se estaba volviendo viejo. Fue mi expresión y nos pusimos a reír. Después miré el libro. Me sorprendió tener en mis manos "Los diálogos del divino Pedro Aretino, generalmente denominados Diálogos Putescos, ahora por primera vez puestos de la lengua toscana en castellano. Los traduce y anota D. Joaquín López de Barbadillo". Todo eso aparecía en la portada de semejante obra. Una edición tomada del original, editada en Madrid, en 1914 y posteriormente publicada por Ramón Akal González, en 1978.
Mientras leía se me fueron amontonando los recuerdos. La Umbría italiana donde viví mis años postuniversitarios. La etrusca Perusa (Perugia), y la toscana Arezzo, donde el 20 de abril de 1492 nació el "divino" Pedro Aretino, "azote de príncipes"
Hijo de "carne de placer" entre una modelo de pobres pintores, cortesana de baja ralea y de un gentilhombre. El rostro de su madre, Tita, era el que aparecía representando a la mismísima Virgen María en la iglesia de Arezzo. Barbadillo así lo indica: "Durante mucho tiempo se vio su efigie sobre la portada de San Pedro de Arezzo, representando a la Virgen María, que recibía del arcángel Gabriel la Anunciación. Y varias veces Pedro, en sus escritos, se envaneció de que su propia madre, pobre y bella hembra de mil machos, hubiera sido al par madre de Dios, merced a los pinceles que hicieron de ella aquella santa copia"
Pedro Aretino creció en su pueblo natal, entre el abandono, la vagancia y la caridad de los parroquianos. Fue, además de limosnero, ladrón, y apenas con 16 años compuso su primer soneto contra la nobleza y el clero. Debió refugiarse en Perugia, y posteriormente lo vemos transitar por Roma y El Vaticano, junto a nobles, cardenales y el mismísimo papa Julio II. Como también por Venecia, entre palacios y palacetes, y donde en 1534 aparecen publicados sus "Ragionamenti": Diálogos de la Enana y de la Antonia, habido en Roma, bajo una higuera. Compuesto por el divino Aretino, por su capricho, para corrección de los tres estados de las mujeres. Dos años más tarde, aparecería la segunda parte: Diálogo del señor Pedro Aretino, en el cual la Enana el primer día enseña a la Pippa, su hija, a ser puta; en el segundo le cuenta las truhanerías que hacen los hombres a las mezquinas que les creen, y en el tercero y último la Enana y la Pippa, sentadas en el huerto, oyen a la Comadre y la Nodriza, que hablan de la alcahuetería.
En el libro hay una narración, más bien breve, sobre una doncella hija de nobles, quien ejerció la prostitución de una curiosa manera: salía al caer la tarde por las calles solitarias y los puentes de la Serenísima Venecia, ofreciendo su cuerpo a los mendigos y limosneros.
Nefixa era ella. Aparece también citada como Nefisa o Nefissa (Ne-fissa: lat. "sin fisura, sin raja o rajadura") en obras de autores, como La lozana andaluza, de Francisco Delicado; Cárcel de amor, de Diego San Pedro; Descripción de África, de León el Africano (Giovanni Leone di Medici); Una historia madrileña, de Pedro García Moltalvo.
Con apenas 12 años a Nefixa se la veía sentada "in ponte Sixto" "sin pompa ni atavío". Tanto fue su entrega a los pobres y desamparados hombres en la lagunar Venecia, que el pueblo pronto la vio con fervorosa pasión y comenzó a hablar de la joven misericordiosa que daba su cuerpo a los mendigos.
A su prematura muerte Nefixa fue elevada a los altares y su hazaña alcanzó los pasillos del Vaticano, donde nadie puso impedimento para que le prendieran velas. Era llamada la Virgen, la Santa de las Prostitutas, de las meretrices y de las cortesanas.
Siguiendo la jerarquía prostibularia romana clásica (Delicatae, Famosae, Lupae, Noctilucae, Copae, Fornicatrici, Forariae, Bustuariae, y Prostibulae) a Nefixa se la ubicó en el santoral pero por muy poco tiempo. Tuvo su vigencia como patrona de cortesanas y prostitutas de baja ralea, como María de Majdala (llamada también Magdalena), Librada o Afra.
Pero quizá la moralidad vaticana o el advenimiento de nuevas santas, llevaron a Nefixa a descender de los altares y caer en el olvido.
camilodeasis@hotmail.com
Por su parte, Pedro Aretino, quien se burló de santos y no tan santos, recibió a su muerte, en 1557, su epitafio: "Aquí yace Aretino, que, cuando vivía, de todos habló mal. Tan solo de Dios no lo hizo. Y al preguntársele por qué, se excusó con decir: Porque no le conozco"
(*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis