Nada hace memorable la fecha, nadie ha registrado el día en que un venezolano comió perrarina por primera vez. Un día como cualquier otro que tampoco registra la historia, a María se le murió su hijito mientras pedía prestados a la vecina los cinco “bolos“ que costaba el pasaje para salir del barrio. Era cualquier día de cualquier año desde un tiempo impensable, porque hasta la historia nos la habían robado, cuando todo el dolor se dió cita en un instante. Era casi por casualidad, un 27 de febrero cuando la desesperación se hizo multitud, cuando miles de almas que nunca habían leído el Manifiesto Comunista, comprendieron que ya no tenían “nada que perder, salvo sus cadenas“. Fué solo un relámpago, una explosión de rabia que terminó en masacre y peste, para convertirse luego en un sordo rencor subterráneo que todavía no termina de extinguirse. Las explicaciones -como siempre- vinieron despues. Los doctos, los “pedantes gramáticos“ hubiera dicho Giordano Bruno, nos discursearon de forma impertinente sobre economía, sociología y pedantología. Y lo siguen haciendo, hasta la náusea.
El primer verdor, la primavera, burlándose de equinoccios y otras nimiedades astronómicas, decidió adelantarse e irrumpió magnífica, cuajada de esperanzas un 4 de febrero. Cual título de película, ese día “amaneció de golpe“. Las armas que habían masacrado al pueblo desde la muerte de Zamora, se limpiaron de sangre deramada y el golpe, el verdadero golpe fué sobre nuestras conciencias reprimidas. Fué un golpe de verguenza para todos los mansos que veíamos sin poderlo creer, cómo un hombre, un solo hombre humilde pero cargado de humanidad, tomaba aquel día sobre sus hombros toda la responsbilidad de la derrota.
Se fué sin protesta a las mazmorras, pero en una suerte de cambio de guardia, aquel hombre nos entregó las llaves de la Historia, grabando en nuestra carne el hierro candente de un “por ahora“ que nunca mas habría de borrarse.
Luego, tambien en febrero, Hugo Chávez tomó las riendas del Estado o el Estado lo hizo prisionero de sus riendas –eso es algo que nunca terminará de discutirse- para abrir nuevas puertas, para proponernos la construcción colectiva de una Nueva Alianza, de un nuevo modo de vivir juntos.
Si la Constitución es nuestra Nueva Alianza, no se puede evitar el rescate alegórico de una suerte de Nuevo Testamento recorrido por la impronta de un Mesías al que los fariseos desean dia y noche la muerte, solo para hacerlo mas inmortal cada día. La verdad es que yo no sé si Chávez ascenderá un día a los cielos, como dicen las escrituras o si solo se irá a descansar en Sabaneta, pero si se que yo tambien soy Chávez y que el menguado tiempo individual que me resta, se lo regalo desde ahora y para siempre al tiempo histórico donde mora Chávez.
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