La semana pasada leí en el semanario Quinto Día, en la columna Exclusivas de Ultimas Página, que la línea aérea American Airlines (AA) estaba trabajando muy mal. La denuncia concreta fue que el equipaje de los pasajeros se estaba “extraviando” con frecuencia. Las quejas sobre el servicio, según, abundan. Me interesé en el asunto porque, casualmente, tenía planeado viajar con esa aerolínea a la ciudad de Toronto, en Canadá, haciendo escala y trasbordo en Miami.
Pero entre una cosa y otra olvidé el asuntillo, aunque no por eso dejé de viajar con la mencionada línea aérea. Y es que no había otro chance. Cero cupos hasta septiembre. La crisis, la crisis, dirían los dirigentes de oposición.
Lo cierto es que volé con AA el día viernes 12 de agosto en el vuelo 902. Hasta Miami mi inglés machucado funcionó porque en Miami todos hablan castellano. Los problemas empezaron en Toronto. A las cinco de la tarde del mismo día 12 nos paramos en la “correa” a esperar tres maletas. Desde que salimos de Miami estuve segura de que no llegarían a Toronto.
Y es que si a mi me costó llegar a tiempo a la puerta A16 en el aeropuerto de Miami, que no digo yo a las pobres maletas. Vivir en ese aeropuerto debe ayudar mucho a quemar calorías. Son pasillos y pasillos sin un alma a quien preguntarle algo o darle las buenas tardes. Cuando al fin llegué tuve la certeza: No “trasbordarán” las maletas. “Boca e sapo” le dicen a eso. El vuelo 1562 de AA Miami-Toronto iba sin nuestro equipaje.
En la “correa” que nos tocó del Aeropuerto Pearson de Toronto estuvimos alrededor de 45 minutos, esperando. Cuando la “correa” dejo de vomitar bultos me dirigí al mostrador de AA y ahí empezó Cristo a padecer. Ellos entendieron perfectamente qué me pasaba cuando les enseñé los tickets. Tanto entendían, tan acostumbrados están, que me sacaron un muestrario (sí, un muestrario) de maletas. Por un momento pensé que estaba en el Sambil. Pero no, sencillamente maleta perdida, muestrario a la mano. “Look, look” decía la amable y bella negra canadiense. Y me señalaba las maletas, para que yo le dijera cómo era las mías. “Ok, llegan esta noche a las once y “midia”, dijo por fin en machucado castellano, porque machucar un idioma no es mi exclusividad. Y mi inglés no se entendió, pero mi cara si. Deciden entonces buscar alguien que me entienda y sostuve un diálogo telefónico con una señora con el cantadito de Eva Golinger:
-Su equipaje llega esta noche a las once y “midia”, y mañana entre ocho y once se las enviaremos a la dirección que nos indique.
-O sea, que ustedes sabían que mis maletas no llegarían.
-Si.
-Y por qué me hacen esperar como una idiota 45 minutos, para ver salir unas maletas, que ustedes sabían que no llegarían.
-Cálmese, señora, No fuimos nosotros, es el gobierno de Estados Unidos. Ellos tienen derecho a revisar los equipajes
-Sin duda, pero yo también tengo derechos como pasajera y mañana tengo un paseo muy temprano. ¿Cómo hacemos?
-Bueno, no queríamos molestarla tan tarde (¡!¿?), pero si usted insiste, a la una de la madrugada estarán donde nos diga.
-Muy bien, las espero esta noche.
Llegaron las diez de la mañana del día siguiente. No imagino como será el regreso, pero algo aprendí de AA. Si usted va con cara de preocupación a un mostrador con unos tickets de equipaje, ellos están entrenados para decir de inmediato: ¡Missing baggs! Indefensión total.
*Periodista
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