Por razones personales hace bastante tiempo que decidí no ver películas que muestren el dolor, el drama humano. La razón: miedo al sufrimiento. La muerte de mi hermano Pedro me dejó tan exhausta, que desde entonces trato de esquivar todo lo que me angustie, me afecte o me entristezca. Casi nunca lo logro. Pero yendo a la práctica, a lo que depende de mi voluntad, soy muy rigurosa con las películas que veo. Desde 1993 para acá sólo he visto dos películas “fuertes”. Sólo dos “dramas”. La mexicana Amores perros (2000) y la venezolana Secuestro Express (2005). Sí, me he perdido excelentes dramas. La primera la vi por ignorancia. Nunca pensé que ese título trajera detrás toda esa realidad y toda esa ficción que puede envolver a unos amores en México. Amor es dolor, es muerte, es pasión, es esperanza, es sacrificio. Así la promocionan. Y la ví. Pero no la disfruté. Me es muy difícil disfrutar de esos buenos dramas. Tal vez un psiquiatra me pueda orientar. Con las películas dramáticas me pasa como con los carros. ¿Para que sufrir con un sincrónico si existen los automáticos? Y no había parado de ver comedias hasta la semana pasada. Así andaba sin ocuparme de los cambios, de lo más feliz, hasta que un amigo (que no es mi amigo) me “incitó” a ver Secuestro Express.
Salí del cine con taquicardia. Un verdadero drama, de la Caracas en la que vivimos, de la Caracas violenta, de la Caracas dura, de la Caracas inhumana.
Les confieso que las imágenes iniciales no las entendí muy bien. Sobre todo porque la única que mi memoria me permitió ubicar, fue la tristemente célebre de los “pistoleros de Llaguno”. Imposible no recordarlas. Son las imágenes más repetidas en los noticieros. Y eso me pareció, digamos, fuera de lugar. Pero las olvidé de inmediato. Alguien me argumentó que nada tiene que ver el Golpe de Estado de 2002 con el secuestro express. Los realizadores argumentan que hay imágenes del paro petrolero. Que quisieron mostrar la realidad que vivimos como país. Y sin duda es parte de la realidad. Una pal gobierno y otra pa la oposición. Mucha gente no lo ve así. Mucha gente lo ve así. Democracia maravillosa.
Y es que nuevamente la polarización que los realizadores no buscaban, manda. El “pistolero” elegido para “inmortalizarse” en el film, muere luego de solicitar un amparo, por la utilización no autorizada de las imágenes. ¿Dramático no? La realidad superando, otra vez, a la ficción.
Un alto funcionario tilda a la cinta de “miserable”. Y otra vez saltan las voces apocalípticas anunciando mordazas y censuras que nunca llegan. Que nunca llegarán. Y olvidan episodios como los que provocó Ledezma, el Caso Mamera. Y tantos otros. Ven la realidad y viven su ficción, desde su ombligo, que se tocan sólo para pensar en Chávez.
Pero no son las imágenes de Puente Llaguno las que hacen buena o mala a la película. Miserable o no muestra un drama humano que nos ha tocado muy cerca. Y hay que verla. Y cada quien que piense lo que quiera. Mientras, yo preferiré los carros automáticos. Secuestros perros.
*Periodista
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