Estamos en el país del dolor. Eleazar León
Siempre admiré la capacidad de Eleazar León (1946 2009) para memorizar sus poemas y la de sus más entrañables cercanías, como Li Po, Ezra Pound, Ramos Sucre, Walt Whitman, San Juan de La Cruz, entre tantas voces universales similares a su impecable registro vocálico. Voz recia, cadenciosa, rítmica y de áurea nitidez.
Fue, además de amigo, mi profesor en la Escuela de letras en la Universidad Central de Venezuela, asesoró mi tesis de grado, y fue mi compañero de bares y caminos.
En el verano de 1978 vivía en la etrusca ciudad de Perugia, al centro de Italia. Estudiaba lengua, literatura y cultura italianas. Cierta tarde de finales de julio, estaba frente a la universidad con unas amigas practicando el bella ciao, la emblemática canción de los partisanos italianos, sentados justo diagonal al célebre Arco etrusco. De repente vi detenerse un autobús de la ruta comunal. Entre parroquianos y turistas vi descender a Eleazar, quien risueñamente se unió al grupo para terminar nuestro canto.
Después de los abrazos y las formales presentaciones nos fuimos a un bar y terminamos en la madrugada leyendo poesía, frente a una empedrada chimenea, en una vieja casa de campo que nuestras amorosas amigas alemanas habían alquilado.
Esa vez Eleazar escribió dos poemas donde los pájaros, los antiguos muros y las estrechas calles del pueblo, llamado Colombina, giran y son alegrías vespertinas en esos días calurosos.
Con Eleazar también recorrí el pueblo del poeta seráfico Francisco de Asís. Conocimos la iglesia antigua, disfrutamos los frescos del Giotto y descendimos a ver las tumbas de los hermanos del poveretto. Caminamos hasta la iglesia donde reposan los restos de Clara Favorino, la enamorada de Francisco. Allí nos extasiamos con las diligentes y hermosas monjas de azules ojos que nos obsequiaron estampitas con el legendario poema Canto del Hermano Sol.
Mi amigo era todo alegría y celebración. Escucharlo siempre fue para mí un estremecimiento y amor reverencial por la palabra. Fueron días intensos de gozo y plenitud, donde la palabra poética, la figura femenina y el vino tinto eran el centro de todo discurso.
Conservo como un talismán sus primeros textos poéticos, agrupados en una plaquette Precipicio de pájaros, (1971) donde se despliegan versos luminosos sobre el fondo de unos azules pájaros llenos de agua dulce, entre el canto de aves y esa marca poética donde la cuadratura de su versificación habla de ritos, de antiguos cantos y ese verdor que pueblan sus poemas.
Esencialmente poeta también fue ensayista, crítico literario y pedagogo de la palabra en la Universidad Central de Venezuela, donde dirigió por varios años el taller de poesía.
Sus libros son de obligada lectura para comprender la voz de la poesía y la cultura venezolana: Por lo que tienes de ceniza, (1975); Estación durable, (1976); Cruce de caminos, (1977); Palabras del actor en el café de la noche, (1982); A la orilla de los días, (1982); Reverencial, (1991); Hechura de palabras, (1992); Cuartetas, (1993); Descampado, (1999); Papeles para un adiós, (2004); Sonetos peregrinos, (2005); Rubayyats, (2009).
Apreciemos uno de sus poemas:
Cénit
Una chicharra teje a mediodía
el único deseo de su tonada. Es
un violín de una sola cuerda:
árbol y canto. Por
lo extremado de su número fijo
debe ser un gran deseo. No
se sabe qué dice ni qué procura:
vibra nada más
en delirio monótono de lluvia.
No demasiado, no se le pida
mucho al canto sonámbulo
ni al deseo de la chicharra:
repite en el cénit
la sola claridad que conoce su sueño
sin variaciones ni riquezas, fija
y hermosamente fatal.
A la vuelta de un día será hojarasca
pero habrá conocido bajo la cúpula
de un cielo de inclemencias
ebriedad, consagración, fiesta, destino.
La poesía de Eleazar León inaugura un universo de esplendores, de lucidez, de imágenes en permanente movimiento, como agua y barro que construyen el poema. Se nutren mientras al fondo, como un eco, la voz del poeta va iluminando el paisaje donde pájaros, brisa y alegría conviven con la historia que permanece en la piedra que el río desplaza en su dulcísima ola hasta llegar a la mar.
Es una poética basada en la oralidad, en la pura esencia de la palabra que celebra el nacimiento y la muerte. En su poesía no hay destino, solo un constante, permanente fluir de la poesía. Esa es su verdad, la lucidez de su existencia.
Fue ese su devenir, fiel defensor de esa libertad. Maestro y místico de la poesía. Sencillo, silencioso y amoroso, todo en ti fue pasión mientras construías tu artesanía de la palabra, cultivada en verso libre, en soneto o cuartetas.
Ahora existes en ese precipicio donde los antiguos pájaros reconocen tu voz y tu brillo.
P.S. Para quien desee escuchar la voz del poeta, puede ir a este enlace: http://migueleguedez.wordpress.com/2008/06/07/eleazar-leon/
@camilodeasis