“De qué estás formado, depende de la genética; en qué te convertirás, de la política”, citando a Stanislaw J. Lec, se me antoja abordar las apetencias políticas de pocos, aunque parezca un espejismo, por lo fácil que es ser candidato a un cargo de elección popular, en el caso que nos ocupa, ser diputado de la Asamblea Nacional. El solo hecho de ser candidato le convierte a usted amigo lector, en una persona pública, de quien los periodistas querrán escuchar opiniones, argumentos o ideas. Ser principal, supone un liderazgo descomunal en su comunidad, en su municipio, en su región, aunque no lo conozcan ni siquiera en la bodega más cercana a su casa. Ser candidato a diputado principal, significa tener un discurso admirable desde Lincoln a Martí, a pesar de no poder pronunciar con claridad una oración completa. Ser diputado principal significa comprender su nación y tener una idea de lo que debe ser un gobierno para sus conciudadanos como lo pensó Cesar, por citar un ejemplo “maquiavélico”, si me permiten el término que casi me fractura el dedo. Ser candidato suplente, sería lo mismo, pero en la reserva.
Pero, también ser candidato, significa la mirada suspicaz de los vecinos, la desconfianza absoluta de los medios, y el odio intestinal de viejos amigos. La lucha ideológica queda reservada para una vulgar conversación en cualquier cafetín de la ciudad.
Ser diputado es lo importante, no candidato, sino ser diputado en toda la extensión de la palabra. Cambia el tono de la voz, y la mirada cual Bolívar en el Monte Sacro. El saludo es completo, con el abrazo de los que ríen y lloran contigo, pero que nunca aparecen casualmente en los momentos malos, muy malos. Y atreverse a contradecir sus planteamientos te convierte en mercenario o ignorante charlatán que no sabe de política. ¿Política?, no es casual que comience con la P… de la profesión más antigua del mundo. Y allí radica el mal de los males. Porque ser político resulta para muchos algo asqueroso, hasta para Franco en la España de los lamentos. Incluso la gente con orgullo, y como muestra fehaciente de su pureza dice “Yo no soy político, no me gusta la política, no sé de política y no me interesa la política”. Un argumento precioso e ingenuo para definirse honesto, pero que no lo es. Y es tal la creencia, que hay quien quiere ser diputado pero lo niega hasta ver su nombre en el último listado de candidatos. La vergüenza le hace esconderse, pues reconoce la mancha del político en su ropaje, por lo menos hasta que la candidatura sea oficial, y cuando es electo, pues salta el orgullo herido del defensor de los pobres. Querido lector, ser diputado es muy fácil. No es tan malo, tienen sentimientos cuando pierden el curul. Lo que es peor e indignante es negar la política y minimizarla a unos pocos. Decía Savater que “La política no siempre es ni mucho menos buena, pero su minimización o desprestigio resulta invariablemente un síntoma mucho peor”. Déjese de hipocresías y asuma que es político, ocupe un espacio si piensa que puede hacerlo mejor, quizás nunca se arrepienta de haber dado el primer paso. Esta ambición masiva pueda que transforme nuestra sociedad, al obligarnos a debatir con ideas y no con insultos. Quizás también permita hacer más exigente el camino para llegar a ser candidato.
En diciembre serán los comicios, y nos preguntamos nuevamente si sobrevivirá la barbarie o la razón. Durante los comicios de concejales y juntas parroquiales mataron a un funcionario del Consejo Nacional Electoral, supe de un amigo que por su derrota apuntó a la jefa de la mesa con un arma. Viejos amigos diputados que hoy sienten el peligro de ser excluidos me niegan el saludo, amigos que hoy son diputados me consideran su enemigo. ¿En que se convertirá usted cuando gane?, depende de la política. ¿Usted quiere ser diputado?.
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