El escrito que sigue es un relato sobre el caballo blanco que montó nuestro Libertador, Simón Bolívar, y cuya estampa vemos en la mayoría de las pinturas ecuestre del héroe venezolano. Veamos como obtiene el Libertador el caballo que lo condujo a tantas exitosas batallas.
Cuando Simón Bolívar se dirigía a Tunja, Colombia, en noviembre de 1814, para dar cuenta al Congreso de los sucesos ocurridos en Venezuela entre los años 1813 y 1814, llegó al sitio rural denominado Santa Rosa, Colombia, montando un caballo enfermo. Allí hizo un alto por varios días esperando que la bestia se recuperara, pero viendo que el caballo no se mejoraba decidió contratar un peón para que cargara las alforjas y le sirviera de guía. Durante la travesía Bolívar empieza una conversación con el baquiano, quien desconoce a la persona a la que sirve
- Juan, dime una cosa. ¿Por qué no quisiste alquilarme la yegua?
-Señor, esa yegua va a tener un potro y podría perderlo.
-Pues yo te hubiera dado también el valor del potro.
-No, no lo hubiera aceptado tampoco, porque mi mujer soñó que el potro va a ser para un gran general y a la Casilda nunca le falla un sueño.
-Y ¿Cómo pinta ella a ese general?
-Ella lo ve como un hombre chiquito y no muy blanco. Y... ¿Usted no cree en los sueños?
-Si, yo si creo en los sueños, yo he vivido soñando con la libertad de mi patria y de toda América.
-Señor, tenga por seguro que ese sueño se cumplirá. – le responde el campesino.
Bolívar explica su conducta ante el Congreso y poco después realiza los viajes a Jamaica y Haití pidiendo ayuda para liberar su patria. Unos meses después Bolívar emprende la campaña libertadora de la Nueva Granada y en víspera de la gloriosa batalla en Pantano de Vargas, 1819, arenga a sus tropas y al final habla con el coronel Rondón, comandante de la caballería patriota, “Coronel Rondón, la república está en sus manos”. Y aquel hombre, victorioso en muchas batallas, le responde: “No se preocupe, mi general, que Rondón todavía no ha peleado”. De pronto una montuna voz saca a ambos de la emoción que les embarga. – Mi general, aquí tiene su potro, se lo manda Casilda.
El Libertador volvió la vista sobre aquella persona y reconoce al guía de Santa Rosa, de inmediato se recuerda del sueño de su mujer y toma aquel incidente como un aviso del cielo; y sobre el blanco lomo de Palomo cabalgó en Pantano de Vargas y dirigió la batalla de Boyacá, último baluarte de los españoles en la Nueva Granada. Bolívar a su regreso a Venezuela tiene pendiente pasar por casa de Casilda y darle las gracias por el regalo del potro, y al despedirse le dice: -Señora, ¿No ha tenido otro sueño respecto a mí? porque son vaticinios y yo creo en ello. –Si general, lo he visto en mi caballo entrar a muchas ciudades después de ganar grandes batallas.
Simón Bolívar amaba a su Palomo y éste reconocía su voz y también el ruido que hacía con sus pasos, y cada vez que lo montaba se veía al noble animal como temblaba de respeto y relinchaba de alegría. El Libertador sobre la blancura del Palomo parecía un Dios guerrero venido del Olimpo y sobre él dirigió la batalla de Carabobo, vio como los españoles abandonaban el más glorioso campo de su patria y lloró a los valientes que cayeron en el combate; y después de algún tiempo marcha montado en su Palomo al sur para libertar a esos países y quedarse definitivamente en la cumbre de la gloria.