Kitsch Festival

La cultura institucional anticipa el cauce de lo kitsch tanto por la vía de la problemática nacional con sus sensiblerías y ridiculeces melodramáticas, como por el caos ideológico y organizativo producido por la complicidad del sistema político democrático con la industria y el comercio, la política y los políticos, el sistema de poder y los partidos políticos.
La esencia de nuestra cultura pernocta escondida debajo de una pared que enciende la luz de una lámpara de querosén impuesta como negación de los valores contenidos en nuestros orígenes. En la lámpara de querosén se desarrolla el sentimiento de lo trágico, la amargura de la desilusión y lo kitsch entusiasta de McLuhan, y su hipertrofia por la televisión: comunión irónica, brillantez multiforme; destacada por la kitsch indecencia de la bolsa de valores de un país ni muy grande ni muy chico, administrado por carretillas de políticos endebles que calzando pies de arcilla bastardizan los valores más elevados de su antidemocrática representación. Me pregunto si vale le pena opinar. Si es viable incorporar en nuestro proceso político, disposición a la reflexión y a la cultura de la supervisión de las instituciones del Estado. Conviniendo, claro está, la regularidad con que debemos examinar, cotejar y supervisar las maledicencias de los provectos que nos disparan desconsideradamente sobre el abismo de una cultura que exalta el individualismo y la corrupción.


Compromiso


Los profesionales del teatro debemos asumir responsabilidades con el proceso histórico del que somos protagonistas; gústenos o no, tenemos la obligación de reflexionar sobre el destino y la supervisión de los dineros que dispone el Estado para el desarrollo endógeno de nuestro país. Concertando la regularidad con que debemos examinar y cotejar las maledicencias de los proyectos que nos disparan desconsideradamente sobre el abismo de una elite, amasada de pletóricas partidistas; unida entre si, por las privilegiadas asignaciones que el Programa de Financiamiento Cultural dispone para el disfrute de las organizaciones privadas pertenecientes al Registro Permanente de Instituciones Consolidadas.

El teatro vive entre la esperanza de desenmascarar la realidad de la Revolución Cultural y una impía fe que apresura la mecanización social de la cultura dominante. De esta vida estítica se masturba el término que manipula las posibilidades de establecer relaciones entre la personalidad de una disciplina, la forma ideal de formarse profesionalmente dentro de las asignaturas que la comprenden y, el pan y circo, dispuesto por el sector cultural privado.

Esta reflexión genera desavenencias entre los privilegios históricos de las fundaciones y organizaciones privadas, la realidad de las artes escénicas y los cambios estructurales, adelantados dentro de las instituciones que subsidian las artes escénicas. Estos cambios demandan preguntas que levanta el telón del espacio escénico: ¿el subsidio consignado a las organizaciones culturales privadas es un vampiro que chupa el dinero destinado al espacio escénico en general o es una piraña que mira la acción de sí misma a través de la manipulación como procedimiento totalitario y rector de los privilegios que aun poseen las personalidades que se dan la gran vida con los dineros de los venezolanos? Es bueno destacar que las estructuras financieras privadas conciben el usufructo de sus franquicias sin medir las consecuencias reales de su dañina vocación.

Durante demasiado tiempo las producciones culturales construidas entre cortesanos generaron una serie de desequilibrios. Estos vividores se apoderaron de los recursos del Estado para favorear la economía de los entes privados tutelados por el Estado. Conformándose a sí mismos como una generación de artistas consagrados según fueron concedidas las complicidades y las vagabunderías que los convirtieron en patronos del teatro y el sistema de festivales en Venezuela. De la consagración a la confiscación de los espacios teatrales: subvenciones, viajes, salas, escuelas, teatros, técnicas, premios, concursos, publicaciones y festivales da fe; la invisibilidad de un público, desunido al teatro por las vivacidades, la alienación y las femineidades representadas por sus dueños y dueñas. Podríamos especular que la desaparición del público y la ineptitud demostrada en la creación del mismo fue una estrategia interpuesta para ejercer las artes escénicas entre las complicidades conexas al subsidio. Esta aberrante idea aguijoneó una generación de fundaciones y organizaciones civiles, a la cultura del beneficio corporativo acordado por el afán de lucro y la corrupción en todos sus sentidos.

Sería demasiado kitsch objetar que el pan y circo no puede ser reemplazado por el romanticismo formal que rescata al ser humano de la prisión impuesta como privilegio de la evasión y la anti-venezolanidad declarada a través del control que las organizaciones privadas ejercen sobre el mundo del teatro. Hacer una evaluación de los presupuestos dilapidados por ese sector desde el año 1958 nos sumergiría debajo de un tsunami; representado sin valoración de la contraprestación social requerida para el desarrollo de nuestra cultura nacional. Bajo esta premisa, el dinero del Estado fue secuestrado por una mafia organizada desde el mismo Estado. Esta manada de facinerosos causó los desequilibrios que se manifiestan en el carácter de las artes escénicas y en su proyecto estanco.

Los gestores culturales, los festivales-despilfarro, el Ateneo de Caracas y tantos otros… utilizan la máscara de asociación, organización o fundación sin fines de lucro para vivir con el dinero del Estado. Utilizando estas caretas mantienen un proyecto ideológico donde los ideales, los valores y las lealtades son diseñados desde las oficinas de poderosos grupos de televisión y personalidades dueñas del sector cultural tarifados por un poderoso grupo editor. Es a través de estas entidades que el poder político-cultural añade las complicidades y el esquema habitual de festivales y romerías mediáticas.
El subsidio degeneró en un drama realista que transfiere masas de dinero a las lavanderías que han creado las personalidades, los grupos y las instituciones que permutan los placeres de la corrupción.


IV República


La esencia del desarrollo del teatro es la educación. Ella como pieza maestra formará teatristas: dramaturgos, técnicos, directores, productores, escenográfos, vestuaristas, aliados y divulgadores dentro del juicio de la unidad, la corresponsabilidad, la profesionalidad y el respeto al crecimiento del público.

Habría que preguntarse antes de reflexionar sobre el sistema educativo sí la “acción” de nuestros proyectos escolares fue sometida por la incompetencia y la sucesión de interlocutores, sujetados a la cultura de la anarquía y al maniqueísmo descubridor de las vacas sagradas. Estas personalidades pasaron de potros y potrancas en la década de los sesenta, a dueñas y dueños absolutos de las artes escénicas en Venezuela. Esta caterva de operadoras y operadores privados siempre fue un malicioso aparte, magnificado a espaldas de nuestro pueblo y de nuestro ahuyentado e invisible público.

El espectador común y corriente no percibe estos acontecimientos de manera límpida; los alumnos no quieren pensar ni participar, los educadores tampoco enseñamos a pensar, tampoco participamos. Solo queremos montar obras teatrales tal como en los sueños, delegando nuestras responsabilidades en tahúres de oficio sin la formación necesaria para desarrollar las artes escénicas en general. Tratase en realidad de la conflictiva e irresponsable dedicación a la usura, planificada como santo y seña de un sistema educativo penetrado por la televisión y las analfabetas funcionales en su descarada ignorancia.
Una vez penetrados en carne y tuétano, se consagraron como socios de una bestia travestida que inventa misses, morales y actitudes criogénicas por doquier. De esa manera usurpan el maquillaje de una realidad bizarra encarnada para mantener el letargo exógeno que prevalece en nuestra cultura ciudadana.

Este carácter inocula el tejido kitsch del protagonismo comercial y mediático, instruido sobre la eventualidad de un teatro de audacia televisiva; incorporado a través del marketing que genera mediocridad, irresponsabilidad, vulgaridad y monotonía.


Festivales


La arbitrariedad escenificada por la figura del subsidio se purificaría si las agrupaciones culturales no estuvieran conformadas por las contradicciones que preñaron el comportamiento de los partidos políticos. La percepción de los daños causados por las agrupaciones privadas nos permite extraer, tomando como ejemplo los festivales todo su sentido: estas festividades financieras actúan como metodología mercantil. Cuanto más enérgica es la corrupción de sus anti - valores.

Evidentemente la organización de un festival produce el alza y la jerarquía del sistema privado de organizaciones teatrales. Este sistema de consagración es compatible con el asalto de los dineros del Estado aunque sea incompatible con la formación ciudadana Los festivales imponen el narcisismo que genera la descalificación de los requerimientos formativos dentro de las artes escénicas. Esta afectación se comprende por el desinterés manifestado por la literatura dramática y los caracteres de la teatralidad, su estructura e historia. Suposición predominante que publicita la creencia de que cualquier diálogo que se escribe es, ex profeso, una obra dramática. Este viciado comportamiento, praxis generalizada de nuestra literatura dramática, produce la incapacidad crónica de nuestros puestistas para distinguir entre la creación efectiva de un dramaturgo y un ejercicio dialogado de un libretista de televisión.
Ciertamente, el sistema narcisista adaptado por la televisión, comprometió el desarrollo de las artes escénicas al incluir el diálogo como la condición central de la literatura dramática. El manifiesto televisivo y teatral del libreto se maneja en Venezuela exactamente igual que las novelas de televisión: siempre desde la perspectiva del marcketing que produce respuestas a las complicidades y a las necesidades de programas a muy bajo costo. Este sistema, transfiere el hambre de la egolatría al meneo “profesional” dispuesto por los vicios de un sistema artificial de consagración. Característica de la ansiedad que se aparea a la movilidad profesional de un novelista, un poeta, un teatrista, un amigo o un amante, que practica la cultura de los operadores políticos en la literatura dramática.

Para poder tratar esta monada debemos expulsar la osadía como un mal hábito de la inteligencia práctica que corrompe nuestro espíritu. Después de esto sería necesario asociar las características subjetivas y los conflictos prototípicos de nuestra educación a la irresponsabilidad como comportamiento. De esta manera llegamos al eslabón consagratorio, al compadrazgo y a la permutación circular de grupos, individualidades e instituciones… dueñas de nuestro sistema de subsidio.

Venezuela, hoy por hoy, luce el mayor número de dramaturgos de país alguno en el orbe. Estadísticamente - por cada mil habitantes - tenemos un político más un dramaturgo invidente: en relación a técnicas, estructura y teatralidad. Definitivamente confirmamos las mentiras de la élite como una manifestación extasiadamente sorda del oportunismo. Llámese amiguismo, burocracia, gerencia cultural o directores y actores dedicados a la destrucción de cuanta obra dramática emerge como representación de este gris panorama.

La situación de las artes escénicas está esbozada como una creatura institucional y un sistema educativo que sólo cobraría forma real después de revisarse a sí mismo. El carácter de ese lamento lo define entre otras cosas, la tensión cerrada en la evaluación. El teatro tiene que avalar el desempeño de sus afiliados como si estuviera ensartado en una palanca de frenos, agudizada sobre el limitado temblor de nuestras carencias. Las mismas son consecuencia del afán de lucro diseñado por la intelectualidad burguesa que secuestró para sí los espacios culturales.

Las referencias inherentes al desempeño de las actividades académicas en las artes escénicas son demasiado subjetivas en sus orientaciones y en el desconocimiento de la desidia programática; dispuesta para el estatismo de una disciplina atada a las festividades teatrales, las vacas sagradas, las televisoras privadas y un grupo editor.

Mientras nuestro teatro pierde su capacidad para educar y asombrar, las vacas sagradas ocultan las razones que representan: el por qué, y el para qué, de tanto arte escénico (puesta en escena) y festival, edificado y vendido como un sistema de cortesanato ejemplar; dispuesto en torno a un sistema de privilegios exógeno al desarrollo de una disciplina que debería planificar en sus programas:

A.- Técnicas dirigidas a la no-mecanización de los pensamientos y sus respuestas. Memoria, imaginación, emoción, improvisación e interpretación de la realidad, inherente a la venezolanidad.

B.- Técnicas de dinámica de grupo referidas a la responsabilidad del proceso ideológico y de organización en la Revolución Cultural propuesta por el Socialismo del Siglo XXI.

C.- Técnicas dirigidas a la enseñanza de la historia de Venezuela y universal partiendo de las civilizaciones originarias.

D.- Técnicas de lectura oral y su aplicación, como tentativa integradora de las artes escénicas y las disciplinas que desarrollan la nacionalidad, y el desarrollo endógeno.

En el sentido de lo práctico, la crítica de la idea de progreso en el teatro apunta al desarrollo de las manifestaciones que seducen al ser en sí y por sí, creador de:

A.- Conciencia del sí propio.

B.- Conciencia del otro.

C.- Conciencia del grupo.

D.- Conciencia del entorno social y cultural.

E.- Conciencia del medio ambiente.

D.- Conciencia del Colectivo.



Educación


A la observación de nuestro proceso cultural se le agrega una virtud anacrónica en la relación entre el profesor y el alumno. Esta sociedad no es asumida de un modo natural, ni a través de respuestas audibles, menos, como una relación provechosa en virtud de los estímulos de los que se deben disponer para:

A.- Motivar al educando correctamente.

B.- Evaluar las escuelas y los resultados obtenidos en ellas. Conciliando la premisa fundamental de la filosofía griega, la verdad.

La práctica de un sistema de evaluación que retrata los esfuerzos del maestro como docente ideal no corresponde a la verdad de nuestra crisis. Esta característica es parte integral del culto a la personalidad y la falta de responsabilidad inoculada al sistema educativo en general.

La unidad primordial del teatro ha sido rota una vez más. Ya no es una disciplina al servicio del desarrollo cultural de la nación. Es una división realizada para constituir privilegios. Es la conjura burguesa dispuesta como creación de instituciones privadas dispuestas para la imposición de la cultura occidental dominante.

Me parece que si deseáramos practicar un sistema de evaluación útil, deberíamos insertar al maestro de teatro dentro de un sistema de evaluación cuyo poder imaginativo e intelectual constituya un antídoto contra la subordinación de nuestro teatro a los astutos valores de lo inmediato. Esto actúa como la construcción diletante de una crisis educativa, reconociblemente receptora de la indiferencia entre el fondo y la forma, una vez que, difícilmente un mismo grupo de alumnos podría ser evaluado con la objetividad ideal que satisfaga la homogeneidad del tema y la forma.

Los métodos que se utilizan para validar esta situación han sido institucionalizados por sus actores. Esta relación sostiene una convención estática maestro-alumno cuyo comportamiento admite como valor, una complicidad histórica; opuesta a los valores que jerarquizan reiteradamente las causas y consecuencias que jamás son cuestionadas desde el punto de vista reflexivo que le debe la educación a su desarrollo. El encuentro con las razones descritas merece un lugar especial en los siguientes objetivos:

A.- Desarrollar la autoconciencia y la responsabilidad del individuo en la producción de espacios colectivos.

B.- Desarrollar y relacionar la conciencia del grupo con las comunidades.

C.- Desarrollar y racionalizar la conciencia de la interrelación del grupo y del individuo con el desarrollo endógeno de Venezuela.

D.- Desarrollar nuestra propia conciencia y nuestra responsabilidad, en relación a los valores del Proceso Revolucionario y sus cualidades.

Supongámonos que asistimos a una escuela de teatro en la universidad más prestigiada de un país En ella, el colectivo se manifiesta totalmente incapaz de asumir cualesquier procedimiento de auto evaluación. Nos divertimos en la escuela, de seguro nos divertimos. Ah!, se me olvidaba aclarar una cosa. Me refiero a incapaz, en el estricto sentido de la perversidad que incinera el comportamiento ético de los figurantes que viven de la cultura. Estos chocarreros jamás enfrentan situaciones en la cual un educador debe juzgarse a sí mismo. Así trasladan la ejecución de su comportamiento al alumno. Este letal ejemplo debe ser atribuido a la irresponsabilidad didáctica en el proceso educativo y al interés de educar, valiéndose de premisas exógenas.

En las condiciones actuales, cuando cada alumno tiene que autoevaluarse lo hace padeciendo las influencias del grupo al que pertenece. La evaluación de cada cual se hace clandestinamente, nunca se verbaliza un juicio derivado de principios lógicos al hablar. A menudo, muy a menudo, sólo se enjuician procederes que afectan en un momento determinado el culto a la personalidad de cortesanos, grupos, y divinidades creyentes de la hipocresía.

Para la gran mayoría de las instituciones educativas y culturales en nuestro país, esta situación, es una manera de sacralizar elementos de control sobre el intercambio de recursos humanos. Es, en la práctica, la conducta ejemplar a copiar si se desea una próspera y vertiginosa consagración. Ungida bajo la rentabilidad de sabanas con alcance y poder evaluador. Este sistema de cortesanato constituye metodológicamente el sistema de reciclaje que espermatiza las dádivas de las organizaciones culturales privadas: legitimadas como compromiso de anaqueles e inventarios financieros.

Esta sordina del comportamiento, anima la irresponsabilidad del alumno en el proceso educativo, a la vez que activa la permutación circular de los dueños de nuestra cultura. Ello permite la creación de un sistema de anti-valores que impide la responsabilidad en el aula y transfiere la salud de la instrucción teatral a los gestores que mercadean nuestra cultura.

Un nuevo sistema de evaluación es imprescindible para el desarrollo de las nuevas realidades de nuestro sistema educativo. Esta suposición está basada en la confianza mutua, en las habilidades del individuo y la responsabilidad de sus representantes para asumir las etapas de aprendizaje.

La exigencia de un horizonte endógeno y la existencia de un proyecto socialista; construye una representación en la que las elites y sus franquicias deben dejar de generar sobre sí los privilegios a los que están acostumbrados. Del mismo modo, cuánto tiempo ha de pasar; antes qué se revisen lavanderías como la del Ateneo de Caracas: los lineamientos de lo que debe ser y lo que será después de rescatarlo de la voracidad de una familia que representa un grupo editor.

En alusión al Ateneo de Caracas, el grupo editorial que lo gerencia contiene eminentemente el débil acento de los cobardes que no dan la cara para oponerse abiertamente al Estado venezolano: mantienen operaciones expresivas manipulando la libertad de expresión para excederse en sus fines.

Sin volvernos en contra de las exequias de los grupos privilegiados debemos arbitrar la evaluación de los mismos atendiendo la existencia de daños percibidos e inmunidades dañinas; reconociendo el exceso de lo que no hay que tolerar sobre su poder ya verificado. Este esquema de dominación impuesta por las franquicias culturales privadas hace que la profundidad de las contradicciones se conforme sobre un mismo plano: comprender y hacer comprender el fin de los privilegios como trasfondo de la voracidad y el lucro que coloniza la significación del colectivo.

En la percepción de la evaluación, las tareas del educador y el educando no tienen importancia aparente ni definida. Uno se impone al otro mientras ambos se engañan a sí mismos. No es necesario afirmar que la proyección de los logros en un cuadro estadístico, en una lámina o en un ensayo de esos “magistrales”; reproducen la magnitud de los instrumentos de la acción como acción que no atina cuándo y dónde debe intervenir ni dónde habría que buscar los vínculos con la realidad autonómica de su historia. Conformada como medida de las realidades negadas en el aula. La responsabilidad de uno y otro y sus apariencias recorren la profundidad, la estatura y la longitud financiera, ahí dónde piensa y domina la visión de los privilegios.

Modificar los criterios de evaluación no significa el derrocamiento de la autoridad en el aula. Es recobrar la fe sin intervenir el proceso de aprendizaje con intereses exógenos que ejercen presión sobre la actitud del docente y la aptitud del alumno.

No se trata de falsetes ni discursos retóricos. Se trata de asumir los desequilibrios educativos desde la realidad del aula: los docentes se convirtieron en compiladores de autores y carceleros del conocimiento trasmitido por las elites. Los docentes y sus milimétricas excepciones dejaron de creer en el aula: ¿Será por esa razón qué no dan clase?

Mantener las parcelas que paralizan el bienestar de la educación sin arrancar la simultaneidad, suscribe el rechazo a la ubicuidad y la hipertrofia de los elementos que asesinan la formación práctica e intelectual de las artes escénicas… su imaginería: vocación de una nación en conexión contraria a una realidad globalizada que hoy nos atañe... Sorda, sórdida, KITSCH.

candelarioreina@yahoo.es


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Candelario Reina

Poeta venezolana, activista por la paz y la solidaridad con los pueblos del mundo. Productora Nacional Independiente, Guionista y Reportera. Primera poeta venezolana, en recibir en manos del Comandante Supremo Hugo Rafael Chávez Frías, la orden "Heroínas de la Patria".

 sinfronteras_al@yahoo.com

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