El venezolano de este siglo XXI es un ciudadano profundamente politizado. Es su marca más visible, junto con una manera absolutamente informal de comportarse.
Esto orienta a una práctica de argumentaciones donde se intenta pasar toda conversación por el tamiz del maniqueo y trillado oficialismo/oposición.
La reflexión cotidiana del venezolano, cargada de informalidad, asume una postura individual, con una carga de emotividad que impide visualizar los grises, esos puntos neurálgicos de la problemática general y sus particularidades que nos afecta a todos, seamos rojos o azules.
Políticamente hablando, en la Venezuela actual nadie es imparcial y menos en el ámbito de la opinión pública. Mantenerse en silencio es poco menos que cobardía y sumisión frente a la devastadora realidad, cargada de violencia, sea intrafamiliar, laboral o del Estado.
Bueno que el ciudadano sepa desenvolverse en aguas turbulentas y aprenda a discernir y tomar decisiones sin verse forzado a decidir por imposiciones de terceros ni menos, por mordazas, tipo línea editorial de algún dueño de medio audiovisual o impreso, ni mucho menos por un “bozal de arepa”.
Difícil la situación actual para opinar sobre asuntos vinculados con el régimen que se mantiene en el poder del Estado venezolano.
Difícil entender también la manera cómo este régimen acelera el entierro del chavismo para imponer un nuevo esquema de relaciones con sus adeptos. Mientras se soporta en una débil, sesgada y fracturada militancia, busca fortalecerse en los esquemas autoritarios del militarismo.
Además, al asumir el control sobre los medios audiovisuales en casi su absoluta totalidad, bajo el pretexto de controlar la violencia sobre programaciones abusivas a niños y jóvenes, establece un cerco comunicacional en todo el ámbito nacional donde será prácticamente imposible mencionar una sola frase, sin el temor de ser escuchada o leída por el censor, y tomarla como excusa para prohibirla.
La lucha será a partir de ahora un enfrentamiento directo entre el régimen, a través de sus instituciones, y los ciudadanos, pues los comunicadores sociales, llamados comúnmente periodistas, también forman parte de la sociedad. Ya no será una censura contra las plantas televisoras y radiodifusoras, tanto nacionales como regionales. A ellos se les unirán los medios impresos y los medios modernos, como Twitter y FaceBook. En estos dos últimos es donde se encuentra el grueso de una población que está directamente vinculada con la información que se genera segundo a segundo. Esa que se conoce, lee y observa sin editarse.
Por años muchos países se vanagloriaban de mantener a sus ciudadanos controlados a través de la censura a los medios tradicionales. Pero en años recientes ocurrieron hechos que pusieron a temblar gobiernos y muchos de ellos se tambalearon y cedieron. Caso concreto de varios países árabes, como Egipto, Marruecos y Túnez. Gracias a los medios cibernéticos los ciudadanos se mantuvieron informados y en su momento, pernoctaron en las plazas hasta que su presión en las calles hizo desaparecer esos regímenes escandalosamente infames.
Sabemos que el régimen autoritario y militarista entronizado en el Estado venezolano pronto comenzará una dura penetración para controlar los medios cibernéticos y con ello, censurar a los usuarios quienes constantemente criticamos a este inepto e inescrupuloso sistema que maltrata y ofende la dignidad del venezolano.
No es cierto que el ciudadano venezolano esté ajeno de sus responsabilidades como integrante de la sociedad y su participación en la vida del Estado. Por el contrario, está absolutamente involucrado, sea del bando político que sea, en todas y cada una de las actuaciones del régimen y sus opositores. Solo que se le impide su decisiva participación, se le aparta y ahora, se le cercena su derecho a estar informado al momento, viendo y escuchando, sobre las noticias que este régimen no desea que se sepan.
El ciudadano venezolano es una persona perceptiva, comunicativa, que genera y comparte información. Sabe por experiencia que los regímenes cuando comienzan a establecer controles sobre la vida cotidiana, sobre el hacer del día a día, se debilitan y corrompen. Entonces sabe que debe acelerar su participación para que cambie su maltrecha y vulnerable realidad, cargada de injusticia, ultraje y vejaciones a su condición humana. Una de sus estrategias es el chiste, la burla, la chanza y el humor a quienes representan el régimen. Ahora viene la carga más potente, el reclamo puntual, serio, objetivo y el rechazo que día a día aumenta y se generaliza.