Anodino y burócrata filósofo (existencialista), que pregona con gran orgullo haber sido alumno (y amigo) del pensador nazi Martín Heidegger. Se conformó con ser rector de la Universidad Simón Bolívar (maquina productiva de puros tecnócratas sin sentido de patria casi todos ellos), uno de los parapetos exclusivos de la clase alta, fundada con la idea de que se convirtiese en un club de genios de la derecha criolla. Allí sentó sus reales don Ernesto durante varios años como gran señor de esa vacada de profesores y alumnos prepotentes y esclavos del pensamiento único que domina occidente desde la II Guerra Mundial. Al cumplir ochenta años, el 19 de septiembre de 2005, Mayz Vallenilla sigue disimulando con mucha astucia su obra de gran pensador existencialista. En el país de los ciegos...
Pero don Ernesto se considera algo superior a su maestro Martín Heidegger cuando dice que el tuvo el honor de ver los originales de la segunda parte de “Ser y tiempo”, mostrados por el mismo gran filósofo, y aun cuando él mismo se considera uno de los críticos de Heidegger no se atreve a agregar de sí nada sobre esta obra sino que vacila: “Cuando volví a Munich conté lo que había visto, mis profesores no podían creerme porque consideraban que Heidegger no podía llegar tan lejos en su línea de pensamiento. Por ejemplo, mi maestro Max Muller no lo creía”. Hasta ahí llega su juicio que no es el suyo, por supuesto, perdiendo una gran oportunidad (dada por El Nacional) para expresar su tan genuino pensamiento.
Don Ernesto pertenece a la clase intelectual dominante, más por la posición y los privilegios sociales de la alta burguesía que ha tenido que por las ideas y el pensamiento que sustenta. Escribió don Ernesto un libro “Sobre el ocaso de las universidades” (Monte Ávila Editores), pero Mayz Vallenilla grita que la autonomía universitaria “ES ESTUPENDA, FUNDAMENTAL”; esa autonomía con la que en Venezuela se han saqueado tan vilmente a nuestras casas de estudios superiores. La autonomía de la suprema desvergüenza que ha permitido que todos los equipos rectorales de las llamadas universidades autónomas se decidan en las oficinas de los bancos, de los centros comerciales (que acaban siendo los proveedores de estas casas de estudio), en la cúpula eclesiástica y en los cuarteles de los partidos politiqueros. Autonomía que ha permitido que sean rectores analfabetos ganglionares como los paridos por la ULA: José Mendoza Angulo (quien le otorgó un doctorado Honoris Causa al adeco Gonzalo Barrios, pero en ese mismo momento se lo negó a Jorge Luis Borges), a otro adeco como Néstor López Rodríguez (acusado de haberse jubilado dos veces), a Michel Rodríguez, Genry Vargas, Felipe Pachano, Léster Rodríguez, quienes jamás se han leído un libro, todos violadores de la Ley de Universidades por cuanto que ninguno ostenta el título de doctor. Y así por el estilo en la UCV, LUZ, Carabobo y en la UDO.
La vanidad de este señor Mayz es patética, a Armando Coll quien lo entrevista en su casa con motivo de sus ochenta años, va y le lee una dedicatoria que está en el Proyecto de Estatuto para las universidades nacionales, del cual él fue redactor: “Para Ernesto, genio creador de este estatuto...”. Lo que pinta y define claramente la personalidad y la profundidad filosófica de Mayz Vallenilla viene en la siguiente anécdota relatada por él mismo: “Por ese entonces (cuando él era profesor en la UCV) había un profesor extraordinario que era Ángel Rosenblat. Pusieron un cartelón a lo largo de toda la pared en la Facultad de Humanidades que decía: “Rosenblat y Mayz, espías de la CIA”. Yo me indigné y acudí al decano: “Mire, ahí hay un cartelón infamante contra mí y el profesor Rosenblat. Hágame el favor de mandarlo a quitar”. Y me respondió que él no estaba ahí para mandar a quitar nada. “Quítelo usted”, me dijo. Si yo mismo iba a quitar el cartelón, no sólo me iban a humillar, sino que me exponía a un linchamiento. Entonces no me quedó más remedio que renunciar a mi alma máter” (Véase entrevista de Armando Coll por El Nacional, 19 de septiembre de 2005). Es por ello por lo que Rafael Caldera decide entregarle el juguetito de la Simón Bolívar para que hiciera una universidad a su imagen y semejanza.