El “documento final” aprobado el pasado viernes al término de la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas ha sido calificado de “decepcionante” o “descafeinado”. Es una afirmación cierta, al menos en parte, y así lo dije ante los líderes del mundo el pasado miércoles. Pero, entendido en su conjunto, no deja de ser una significativa manifestación de unidad a escala mundial sobre un gran número de cuestiones.
Se trata de una excelente noticia, tras semanas de tensas negociaciones. El martes por la mañana aún quedaban por resolver 140 puntos de desacuerdo que afectaban a 27 temas. En un alarde final de diplomacia de tipo “lo tomas o lo dejas” se pudo ultimar el documento, pero eso ocurrió tan entrada ya la noche, que los re-porteros y comentaristas no tuvieron tiempo de analizar el texto completo antes de emitir su juicio. No pretendo criticarlos cuando afirmo que ahora se están revisando, o cuando menos matizando, muchas de sus valoraciones.
En efecto, no es mi intención criticarlos, pues la mayoría han sido muy consi-derados conmigo. Así, atribuyeron el supuesto fracaso a los Estados miembros, quienes, supuestamente, no hicieron suyas las audaces propuestas de reforma que yo había formulado. De justicia es que ponga ahora las cosas en su lugar.
En marzo, cuando propuse una agenda de trabajo para la Cumbre, coloqué el listón a un nivel deliberadamente alto, pues en las negociaciones internacionales nunca se obtiene todo lo que se pide. Asimismo, presenté las reformas como un con-junto, no porque confiara en que fueran a aprobarse sin cambios, sino porque esti-maba más probable que se lograran avances si se procedía conjuntamente y no por separado, puesto que los Estados estarían más dispuestos a superar sus reservas so-bre algunas cuestiones si observaban que otras a las que atribuían más prioridad re-cibían la atención que a su juicio merecían.
A fin de cuentas, eso fue precisamente lo que sucedió.
El documento aprobado hoy contiene compromisos firmes e inequívocos, tanto de los países donantes como de los países en desarrollo, sobre los pasos concretos que hay que dar para que en 2015 se consigan los objetivos de desarrollo acordados hace cinco años en la Cumbre del Milenio, y ahora que el Presidente Bush los ha respal-dado claramente en su discurso de la semana pasada durante la Cumbre, puede de-cirse innegablemente que existe un consenso mundial que los apoya.
El documento contiene decisiones destinadas a fortalecer la capacidad de las Naciones Unidas en el mantenimiento, el establecimiento y la consolidación de la paz, incluido un esbozo detallado de una nueva comisión de consolidación de la paz, lo que permitirá garantizar acciones internacionales más coherentes y sistemáticas para fraguar una paz duradera en los países asolados por la guerra.
El documento incluye decisiones que permitirán afianzar las funciones, y du-plicar el presupuesto, de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas pa-ra los Derechos Humanos; crear un sistema mundial de alerta temprana para prevenir desastres naturales; movilizar nuevos recursos para luchar contra el VIH/SIDA, la tuberculosis y el paludismo; y mejorar el Fondo Renovable Central de las Naciones Unidas para Emergencias, de modo que cuando ocurra un desastre en el futuro, la ayuda llegue con mayor rapidez y seguridad.
Contrariamente a lo que había recomendado, en el documento no figura la de-finición clara de terrorismo. Sin embargo, sí contiene, por primera vez en la historia de las Naciones Unidas, una condena inequívoca, por todos los Estados Miembros, del terrorismo “en todas sus formas y manifestaciones, independientemente de quién lo cometa y de dónde y con qué propósitos”, así como un enérgico llamamiento para que en un plazo de 12 meses se ultime una convención amplia contra el terrorismo y un acuerdo para forjar una estrategia mundial de lucha contra el terrorismo que de-bilitará a los terroristas y reforzará nuestra comunidad internacional.
Tal vez lo más valioso para mí sea la aceptación clara por todos los Miembros de las Naciones Unidas de que hay una responsabilidad colectiva de proteger a las poblaciones civiles del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad cuando las autoridades locales no estén manifiestamen-te a la altura de sus responsabilidades, con el compromiso de hacerlo por conducto del Consejo de Seguridad. Fue en 1998 cuando defendí por primera vez esta postura, como lección ineludible de nuestros fracasos en Bosnia y Rwanda. Me complace ob-servar que por fin ha recibido la aceptación general, y confío en que se pondrá en práctica cuando las circunstancias lo exijan.
También se acepta mi propuesta de un nuevo Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, aunque no sin los detalles que, a mi juicio, harían de él un órgano claramente mejor que la actual Comisión. A la Asamblea General se atribuye el cometido de ultimar dichos detalles durante el próximo año. Los Estados que creen firmemente en los derechos humanos deben trabajar con empeño para que el nuevo órgano represente un verdadero cambio.
Los Estados Miembros han aceptado la mayoría de las propuestas detalladas que formulé sobre la reforma de la gestión. En un futuro próximo deberíamos dispo-ner de mecanismos de supervisión y auditoría de nuestra labor más independientes y rigurosos; eliminar las actividades obsoletas e introducir una gratificación excepcio-nal para el personal que se retire voluntariamente, de modo que podamos concentrar nuestras energías en las prioridades actuales y contratar a las personas adecuadas pa-ra encargarse de ellas; y reformar en profundidad las normas que rigen la utilización de nuestros recursos presupuestarios y humanos.
Sin embargo, los Estados Miembros se han abstenido de asumir el compromiso claro de dotar al Secretario General de la firme autoridad ejecutiva que tanto yo co-mo mis sucesores necesitaremos para desempeñar el creciente número de funciones que se encomiendan a las Naciones Unidas.
También había propuesto una reforma del Consejo de Seguridad, para que fue-ra más ampliamente representativo de las realidades de hoy. Aquí también existe un acuerdo de principios, pero el problema está en los detalles. El documento recoge el compromiso de los Estados de seguir buscando un acuerdo e insta a que se exami-nen los avances al respecto a finales de 2005.
Con todo, el principal fallo del documento es no haber abordado la cuestión de la proliferación de las armas nucleares, sin duda la amenaza más alarmante a que ha-bremos de hacer frente en un futuro inmediato, dado el peligro de que los terroristas adquieran ese tipo de armas. Algunos Estados quisieron que se diera prioridad abso-luta a la no proliferación, mientras que otros insistieron en que las acciones para re-forzar el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP) debían in-cluir nuevos pasos hacia el desarme. De este modo, se repitió el fracaso de la confe-rencia de examen del TNP celebrada en mayo.
Evidentemente, se trata de un asunto demasiado importante como para que la indecisión lo lleve al fracaso. Hago un llamamiento a los dirigentes en ambos frentes para que den mayores muestras de capacidad política y tomen medidas urgentes para encontrar una posición común. De lo contrario, esta cumbre podría llegar a recordarse sólo por su incapacidad para impedir el desmantelamiento del régimen de no proliferación y todo lo que en realidad se ha conseguido podría quedar en el olvido.
Kofi A. Annan es Secretario General de las Naciones Unidas.