En la ONU, el anuncio oficial del Apocalipsis, ya ocurrió

El efecto ametralladora de los acontecimientos que a diario nos solicitan ha hecho difícil valorar en su justo término el nuevo y cada vez más comprimido escaque de gobernabilidad global que implantan las recién aprobadas modificaciones al documento de la ONU.

Un puñado, básicamente de intelectuales más o menos enterados de los cambios aparece caracterizando este escenario como la expresión más palmaria del advenimiento de una nueva época.

Una era más compleja, borrosa e injusta que las precedentes, sobredeterminada por márgenes de gobernabilidad nacional y sub-regional cada vez más miniaturizados, y un contexto de desregulación galopante cortada a la medida de los por definición insaciables intereses trasnacionales.

Este nuevo “consenso” introduce un conjunto de agendas y prioridades internacionales más perentoriamente centradas en favorecer los intereses del primer mundo, gestionando al mismo alinear al resto de los países en un compromiso conjunto por conjurar algunas de las principales amenazas que más acuciosamente los afectan e inquietan.


Pero, ¿qué se mantiene intacto de la “vieja ONU” y que tenemos propiamente de nuevo?

Siguen más o menos intocados:

1. Las medidas para enfrentar (o por lo menos moderar) los efectos crecientemente regresivos de la globalización económica.

2. La postergación de la aprobación de la cumbre de Kyoto relativa a cambios climáticos.

3. Las propuestas para enfrentar el problema creciente de las migraciones.

4. El cada vez más complejo tema de la mujer.

5. La nueva complejidad que introducen los integrismos y el estallido de nuevas religiones.

6. El doble rasero o tratamiento asimétrico con que los países más acaudalados imponen sus modificaciones en la ONU, vetando sistemáticamente las propuestas que les desfavorecen o perturban.

7. La postergación de los temas una y otra vez formulados por los países denominados “potencias medias” y, desde luego, los puntos sugeridos por los países y regiones eufemísticamente rotulados como “en vías de desarrollo”.

8. La constitución de un Tribunal Internacional Penal para juzgar los crímenes de guerra y contra la Humanidad.


Tenemos de nuevo:

1. Un Comité de alto nivel con potestad para decretar países o regiones inestables, y en consecuencia, con poder para despachar contingentes militares multinacionales, primordialmente financiados por los países que más y mejor puedan contribuir para financiar dichas operaciones. Esto es, las potencias armamentistas.

2. Un Secretario General con mayores atribuciones administrativas para lidiar con asuntos básicamente intrascendentes, como problemas de burocracia en la ONU.

3. Una agenda de compromiso mundial de rechazo y persecución de los fenómenos considerados como expresiones de terrorismo. (Desde luego, cuidándose de definir qué se entenderá en lo adelante por terrorismo).

4. Se suprime el carácter vinculante de la Asamblea General para el logro democrático de acuerdos.

Esta nueva escena está señalando que lo que finalmente fue aprobado no fue una reestructuración de la ONU cuanto que la aceptación ( a excepción de Chávez) de un documento por medio del cual la Administración de Bush aparece declarando frontalmente la guerra al resto de los países del mundo.
Washington introdujo 450 cambios que en definitiva no apuntan a una reforma de fondo de la Organización cuanto que a efectuar un asalto a la razón misma por la que el mundo creó una vez el Organismo de las Naciones Unidas.

Los temas de reforzamiento y reforma de Naciones Unidas y de la ayuda al desarrollo, alineados con los Objetivos del Milenio señalados hace un quinquenio, quedaron como pretextos de la verdadera agenda que mansamente terminó aclamando casi a ciegas, el conjunto de la comunidad internacional.
El diálogo y el debate para tratar problemas como la pobreza y el fortalecimiento del internacionalismo fueron suplantados por la declaración del unilateralismo estadounidense.

En definitiva, la administración Bush hizo una invitación televisada y en vivo a todos los rincones del planeta para que los otros 190 estados, nominalmente miembros de la ONU declaren inservible a la ONU. Desde luego, a menos que sus decisiones coincidan a pie juntillas con la agenda que dicha administración le dicte.

En definitiva, lo que la administración Bush está buscando s instaurar en el mundo es una nuevo orden, ahora sí, privativamente resuelto desde Washington.
Parece una novela de ficción pero tristemente no lo es.

Bolton, el recién nombrado embajador de EEUU ante la ONU, introdujo en pocas semanas, un conjunto de 450 nuevas modificaciones a un instrumento jurídico que había sido afanosamente discutido y afinado por el conjunto de la comunidad internacional durante más de un año.

El norte hacia el que se encaminan prácticamente todas estas modificaciones puede resumirse en una declaración de avance sin barreras del capitalismo salvaje. Se resuelve, al menos entre líneas, legitimar la polémica política de ataques preventivos, relativizándose al extremo el principio internacionalmente consensuado de autodeterminación de los pueblos.

Al hacer este lance la administración Bush parece desafiar a la ONU y al resto del mundo para que ensayen mecanismos que: a) ensayen re-configuraciones que le hagan contra-juego a su poder por lo visto, ilimitado. b) asuman sin remilgos la realidad y consecuencias concretas de una nueva era de incontrovertible hegemonía del imperio norteamericano.

Si esto no es solo un paso más en la política de intimidación global, esta jugada es extremadamente riesgosa para el mundo e incluso, para los mismos EEUU.
Informar, debatir, profundizar sobre este nuevo contexto de excepción internacional que, querámoslo o no, ahora nos rige, es tal vez una de las más altas responsabilidades políticas que nos concernirá afrontar en esta, nuestra singular aldea militarmente globalizada.

Dejar en que el epicentro del debate público venezolano se entretenga en pormenores puntuales, provinciales y provectos puede ser una forma de hacer la vista gorda, de hecho, con respecto de este grave trance geopolítico.

Vivimos una coyuntura en la que Venezuela podría (y debiera) enfilar una buena parte de sus energías políticas en procurar colaborar con el resto de la sociedad civil del país, y la comunidad internacional en su conjunto, a objeto de buscarle una más sensata salida a este embarazosísimo problema.

Ya no hay así que temer el advenimiento del Apocalipsis.

En una metrópoli llamada New York (y ante la mirada distraída de casi todos), el anuncio concreto del Apocalipsis, ocurrió.


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Luis Delgado


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