El gran defensor de la afro venezolanidad deja una obra y un ejemplo de alcance mundial.
Tal vez en el fondo de nuestros corazones muchos sabíamos que Juan de Dios Martínez no iba a sobrevivir por demasiado tiempo a aquél luto familiar por la muerte de una de sus hijas. Es que el alma a veces se pega de tal manera a los afectos que ni la ingratitud, ni la injusticia pueden con ellos. Esa fue la principal marca de vida de Juan de Dios, la gloria de Bobures, el consentido de San Benito, la humildad caminando y la sabiduría sin fronteras entregada a todos por amor.
Tal vez su gran falla, como la de otros en el tránsito al que obliga la dignidad cultural, fue ser humilde hasta el extremo, el aguantar callado el improperio oculto, el desdén del que supone que sabe, la guachafa blanca que siempre termina con tambores. La cosa es que para Juan de Dios Martínez un tambor no era el motivo del jolgorio sino de la veneración.
Tal vez, amigo lector, usted no sepa de la gloria y de la gracia del hombre que se nos adelantó en el camino en el horario frontera entre el 2 y el 3 de este octubre que así comenzó mal, en vísperas de San Francisco de Asís. Y tal vez no sepa de esa gloria porque nos han desdibujado tanto, pero tanto que aunque queramos, no nos reconocemos.
Lo que duele es que en la misma proporción, el mundo de la investigación en el plano internacional hoy está lamentado (y cómo) la partida de este genial investigador y cronista nacido el 16 de marzo de 1945 en Bobures.
El aporte
Más allá de 70 publicaciones y de incontables reconocimientos, incluyendo los de la UNESCO, el más grande aporte de Juan de Dios Martínez es y será lo implacable del criterio y del orgullo a la hora de defender los conceptos de afro venezolanidad y afro zulianidad. Pasión sólo comparable a su devoción por San Benito de Palermo, el Santo Negro y Luz, al que siempre acompañó en toques y estudios.
En alguna oportunidad compartimos el legendario proverbio africano: “Si no sabes para donde vas, regresa, para que por lo menos sepas de dónde vienes”. Ese proverbio se hizo vida en la vida de Juan de Dios. Pocos como él en eso del compromiso con la raíz, pocos como él en eso del compromiso con la memoria, pocos como él en eso del compromiso con la enseñanza. Y enseñó todo acerca del complejo sonoro y ritual del Chimbánguele, y se dio integro en las peticiones de honor de la afro venezolanidad. Y escribió obras como “El gobierno del chimbánguele”, “Presencia de África en el Sur del lago de Maracaibo” y “Cultura y dependencia en América Latina”, dolor de los dolores en este continente que sigue soñando.
No pudimos estar en su velatorio ni en su siembra. Los vasallos llegados desde todos los rincones de la geografía venezolana, a Maracaibo, a la casa de La Chinita, con cantos, llantos y homenaje hicieron el primer capítulo de la gratitud. Estuvimos esperando el comunicado oficial correspondiente. Hemos quedado en hacer pintas y grafittis para compensar la ausencia de las letras.
Ya nos pasó con Carlos Orta. No entiendo por qué cuando se trata de un negro nunca saben…
Sembrado está Juan de Dios Martínez y multiplicado su ejemplo en la idea de lo que tenemos que hacer para preservar nuestras raíces. Paz a su alma.
(*)Periodista
CNP 5312
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