Desde el siglo XVIII se impuso la práctica de repartición en columnas de los textos periodísticos. De allí resulta la definición de la columna de opinión, un artículo firmado que se publica con regularidad y que ocupa un espacio determinado en el periódico. La tertulia radiofónica, por ser un modo expresivo en el fenómeno de la opinión, establece un paralelismo con la columna. Ahora bien, los hay de todos los gustos y colores. Pero académicamente han establecido algunas categorías para la columna de opinión, en las que por su intención son analíticas o personales.
Una columna de opinión analítica es poco frecuente en el periodismo venezolano, pues exige un mayor esfuerzo para lograr una explicación objetiva de los hechos noticiados. Mientras que una columna personal implica juicios subjetivos de algunos acontecimientos. En Guayana la mayoría de los columnistas se presentan como comentaristas de hechos noticiosos. No es gratuito, pues en el género periodístico siempre han sido más populares las columnas personales. Los analistas intentan no juzgar, dejando en el lector o el oyente esta tarea, para la cual se le aporta una interrelación de hechos, prospectivas históricas para el debido análisis del tema tratado y presenta las diversas perspectivas que el hecho noticioso ha provocado. La columna personal siempre ha sido más popular entre los lectores, implica calidad literaria y contenido sintético y nada ambiguo que logra captar lectores por la psicológica razón de verse reflejados en ese pensamiento. También es popular entre lectores dados a la polémica, pues proporciona motivos para discutir o comprender por dónde van los tiros ideológicos.
El lector puede dar un vistazo en este momento a cualquier columna de opinión y seguramente encontrará denuncias, críticas, insultos, ironía, tergiversación de hechos y algunas verdades o medias verdades. También podrá escuchar este tipo opiniones personales en la radio. Un lector u oyente desprevenido puede creer o no, es vulnerable a ciertos argumentos mal intencionados, pero también puede descubrir otros puntos de vista ante hechos que le fueron inadvertidos antes de que alguien los comentara en su columna o programa radial.
Amigos columnistas me critican, me aconsejan, me comentan y chismosean un poco de todo. Se esconde en ellos, quizás sin saberlo, una pasión por escribir y comentar el acontecer de la región. Otros se disfrazan de agudos analistas, pero en el ambiente todos sabemos quienes son. Su opinión a favor o en contra depende de la existencia de un cheque y su determinado valor. Estos personajes son vulgares chantajistas que se atribuyen un talento que no poseen. Su ingenua demagogia a veces capta gobernantes y gerentes de empresas desprevenidos o personas que ignorantes de lo que es la comunicación institucional caen en sus redes. Sin embargo, han ido desapareciendo con el tiempo, pues es muy fácil diferenciar un trabajo periodístico, de análisis u opinión muy personal, de un vulgar chantaje. Ese accionar delictivo los persigue hasta el punto de dejar una hediondez a su paso. Y sin conocerlos personalmente, sin que sepamos como son físicamente nos repugna su fetidez. Algunos se ufanan de no ser periodistas, ignorando que en el gremio, no opina quien tiene ganas, sino quien sabe opinar. Cambian constantemente de periódico o emisora radial, y en todos ellos salen como entraron, por la puerta trasera donde se deja la basura. La columna es un artículo de opinión que puede ser razonador o lo contrario, falaz; orientador o enigmático; analítico o pasional; enjuiciativo o narrativo; y siempre valorativo, subjetivo, porque no puede ser de otro modo. ¿Opinión o chantaje?, existe una gran diferencia.
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