Un 28 de agosto de 1985, a la edad de 67 años, cuando todavía tenía mucho que dar a las letras y la cultura venezolana y latinoamericana, nos dejó físicamente el maestro del periodismo, de la novelística, de la poesía, del teatro y de la lucha revolucionaria venezolana, Miguel Otero Silva, el inmortal MOS, fundador junto a su padre Enrique Otero Vizcarrondo, del diario El Nacional, que durante 50 años fue escuela de ética, redacción y estilo del periodismo venezolano.
Miguel Otero Silva, nació en Barcelona Estado Anzoátegui, un 26 de octubre de 1918, del matrimonio de Enrique Otero Vizcarrondo y Mercedes Silva Pérez, esta ultima fallecida, el mismo año que nació su hijo. Miguel Otero Silva, desde muy niño mostró su inquietud por la lectura y su primer texto que le interesó para leer y estudiar fue la biblia, aun cuando nunca se le conoció vinculación alguna con movimientos religiosos.
En 1943, Enrique Otero Vizcarrondo, funda el diario El Nacional, cuyo primer número ve luz el 3 de agosto de ese año, con Antonio Arráiz, como Director y Miguel Otero Silva, como Jefe de Redacción. Desde entonces este ilustre venezolano estaría ligado a la actividad de esta publicación de la cual fue director ejemplar, por la responsabilidad con que condujo la línea editorial de este diario, que se convirtió en la lectura obligada de los venezolanos que apreciaban la información veraz y responsable, hasta que a su muerte la orientación editorial, tomó otro rumbo y de ser el primer diario en circulación nacional, pasó a ser una de las publicaciones que se queda en los puestos de revista bajo la mirada desdeñosa de los lectores que se inclinan por otras opciones con mejor presentación y más respeto por el lector.
Quienes tuvimos la buena suerte de laborar en el Diario El Nacional de los años 70, bajo la batuta del ilustre oriental como Director, Gustavo Sánchez, Administrador, con Don José Moradell como Jefe de Redacción, un catalán, fundamentalista en cuanto uso del idioma y, José Luis Mendoza, en la jefatura de provincia, la primera alcabala en cuanto a estilo, títulos, ética y fuentes, que teníamos los corresponsales del interior. Porque era un periodismo muy exigente, siempre nos estaban recordando que El Nacional en el interior del país, no tenía dateros, sino redactores y de hecho en cada dotación para la corresponsalía, junto a las cintas para la máquina, los borradores, las gomas para pegar, los lápices, bolígrafos, libretas, para recoger las notas y las cuartillas, debidamente programadas con 25 líneas; venían unos lapiceros azul, de grafito, muy especiales, porque era la herramienta, para que el material lo enviáramos corregido, listos para ser levantado por las tipistas (entonces no había computadoras), de donde pasaba a los correctores de prueba.
La titulación y el poder de síntesis, eran exigencias supremas, razón por la cual de repente empleábamos dos horas en redactar cuatro informaciones, pero nos tardábamos tres o más, buscando los titulares que cuadraran y que fuesen el gancho para meter al lector en el texto. Los titulares sensacionalistas o amarillistas estaban proscritos y quien se atreviera a quebrar esa norma, seguro tenía su halón de orejas.
Esa calidad de producción llevó a El Nacional y su equipo humano a convertirse en dictadores del país, en el ámbito de los premios de periodismo. Inolvidable nos resulta la gran fiesta que hizo en su sede el diario El Nacional, en junio de 1970 con Miguel Otero Silva a la cabeza, para celebrar, el Dia del Periodista venezolano y, el arrase nacional e internacional que había hecho con los premios de periodismo. Todos los redactores en los diferentes estados del país nos llevamos los premios municipales y regionales, mientras en el campo internacional el hombre de la “Pantalla de los jueves”, Abelardo Raydi, ganó el premio “Ondas” en España y el diario como tal, premio nacional. En esa oportunidad MOS publicó una página completa con la foto de todos los periodistas que fuimos galardonados en el país.
Las palabras de aquel maestro del periodismo en ese compartir fueron aleccionadoras y llenas de sabiduría y honestidad profesional.
Inolvidable también resulta aquella quijotada de Miguel Otero Silva, cuando cazó la pelea con la cadena de automercados CADA y tiendas SEARS, transnacionales norteamericanas y a las cuales demostró con hechos y números, que engañaban y estafaban a sus clientes, con las ofertas. MOS demostró que la estafa multimillonario de estas empresas contra el consumidor venezolano se realizaba de una manera muy sutil, pero muy productiva, que cobrito a cobrito llenaba las alforjas de los empresarios. El engaño consistía, en que te ofrecian en oferta una mercancía, cuyo precio siempre terminaba en, en 0,85 , 0, 90, o 0,95 y como la cajera o el cajero, nunca tenia cobritos o centavitos, para dar el cambio, entonces redondeaba el precio, si la mercancía costaba, 20 bolívares con 85 céntimos, el empleado cobraba 21 bolívares. El acucioso periodistas, levantó muestras de los clientes diarios que en el país compraban en esos establecimientos, pro rateó el producto de ventas y de artículos y matemáticamente demostró al mundo que efectivamente estas cadenas de tiendas se metían ilegalmente en sus cuentas mensualmente millones de bolívares, estafados a sus clientes.
Aquí se impusieron los grupos de presión y pese a que se trataba del copropietario del medio, tuvo que salir de nómina o de lo contrario la mafia de los anunciantes quebraban la editorial al retirarle todos los anuncios comerciales. La única gracia de la directiva, que obtuvo MOS, fue la publicación del ultimo reportaje, donde razonaba su teoría sobre la millonaria estafa.
Era el Nacional del Papel literario de los domingos y con lumbreras de las letras y la cultura, como Miguel Otero Silva, Ludovico Silva, Aquiles Nazoa y todo un conjuntos de intelectuales, incluso identificados con la derecha.
Miguel Otero Silva, como poeta y como novelista, fue incomparable, por su poder descriptivo, basta leer Niño Campesino, para que mentalmente tengamos la gráfica de aquel niño moreno, receloso, rebelde, parado a la orilla del barranco, diciéndole al extraño, “Soy el macho sabe”. En Casas muertas, inspirada en la tragedia del pueblo Ortiz, en el Estado Guárico, diezmado por el paludismo, cuando nos metemos en la lectura, no es extraño que oigamos el castañetear de los dientes de aquel cuerpo presa del frio que provoca la elevada fiebre malárica. Oficina número uno para sentir en carne propia el saqueo del país, por las transnacionales y tantas otras obras, que muestran su carácter de hombre comprometido con la izquierda mundial.
MOS, estando exiliado en Europa, se hizo militante del Partido Comunista Español y por eso fue deportado. Fundador del Morrocoy Azul, junto a Francisco (Kotepa) Delgado y Claudio Cedeño, su primer poemario es Agua y Cauce. En el Morrocoy Azul, utilizó diversos seudónimos. En 1928, participa en la fundación de la revista Válvula, de la cual circuló solo un número. En 1937, es desterrado por el gobierno de Eleazar López Contreras, junto a Gustavo Machado, Salvador de la Plaza (El venezolano que todos los gobiernos lo tuvieron preso, hasta en la IV República que murió) y otro grupo de militantes comunistas. Bueno es recordar que la constitución de la época, establecía que los comunistas y anarquistas no eran venezolanos, sino agentes al servicio de una potencia extranjera, y que fue Isaías Medina Angarita, quien modificó ese artículo 43, y legalizó al Partido Comunista de Venezuela. Desde su exilio en Curazao, por los sucesos del carnaval de 1928, junto a Gustavo Machado y Rafael Simón Urbina, participó en el intento de invasión a Venezuela.
MOS, obtuvo el premio nacional de novelística y de Literatura, con su novela “Casa Muertas” y la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas (URSS) le otorgó el premio “Lenin por la Paz”. Pudiéramos seguir hablando de este ilustre maestro, pero necesitaríamos escribir un voluminoso libro. Solo nos queda recordar que hace 28 años se nos fue un maestro de la revolución.
Periodista*
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