La Vinotinto y el humor cáustico de Dios

Como es sabido por todo el mundo (y todo el mundo es ¡todo el mundo! Todo), nuestra selección de fútbol se juega su clasificación al mundial este viernes frente a Paraguay. Y como era de esperar, en la radio abundan esta semana los programas que analizan las posibilidades de la Vinotinto, aunque los locutores no sepan nada de deportes. Ayer por la mañana, camino al trabajo y luego de dejar a las niñas en el colegio, Maruxa y yo veníamos escuchando uno de ellos. El locutor explicaba que, para que Venezuela pueda alcanzar la clasificación al mundial, debe suceder esto:

1.- Ganarle a Paraguay este viernes

2.- No sólo ganarle a Paraguay, sino ganarle por goleada (mínimo 3 a 0)

3.- Que en el juego entre Ecuador y Uruguay, en Ecuador, uno de los dos gane (no nos sirve que empaten)

4.- Que el que pierda ese partido, pierda –por supuesto- por goleada.

5.- Si el que pierde es Uruguay, que vuelva a perder el próximo martes ante Argentina (si por goleada, mejor)

5 bis.- Si el que pierde es Ecuador, pues que pierda -¡hombre, ni más faltaba!- ante Chile (por goleada, claro)

6.- Después de todos esos malabares, quedar empatado a puntos pero con mejor gol average que cualquiera de esas dos selecciones (¡cualquiera, no tenemos preferencia!)

7.- Con todo y eso, sólo aspiramos al quinto puesto, que da el derecho a jugar el repechaje ante Jordania: por lo tanto: ganarle a Jordania en el repechaje (por la mínima es suficiente)

“Vamos a pedirle a Dios a ver si nos hace el milagro de clasificar a la Vinotinto”, despedía su análisis el locutor de marras.

Con tanto lío en Medio Oriente, por decir algo, porque pude haber dicho en los países mediterráneos de Europa, o con el cierre presupuestario de los gringos, o con la guerra en Colombia que ya dura una eternidad, o la pobreza en África y América Latina, o con tantos problemas serios que tenemos acá en casa, ¿de verdad le va uno a pedir a Dios que se ocupe de la clasificación de la selección de fútbol?

A mí en verdad me da pena molestarlo por algo tan superfluo, tan banal, tan fatuo. Y además ponerlo a que haga como mínimo siete milagros. ¡Siete milagros! Ahí arriba está la lista. ¡Na’ pelusa! como dicen en Río Claro.

Creo que incluso para Dios eso es humanamente imposible.

(Me doy cuenta del contrasentido: decir que para Dios algo puede ser humanamente posible o imposible es cuando menos ridículo. Pero estas eran mis opciones: intentar un neologismo como “diosmente” o “diosamente” o “diosísticamente”, lo que habría resultado mucho más ridículo y aun absurdo; o utilizar el adverbio “divinamente” –recomendado por la RAE-, lo que habría resultado muy afectado.)

Puestos a pedirle milagros banales o superfluos o fatuos a Dios, mejor pedirle que uno se gane la lotería. Además, no es esa lista del supermercado que acabamos de ver, es un solo milagrito. Uno, nada más que uno, la lotería. Y ya está, chao…

Fue lo que yo hice.

Y lo confieso sin rubor alguno, sin ningún tipo de vergüenza, aunque con un solo y único remordimiento que ya les paso a contar.

Yo apunté  bien alto: el Kino Táchira. O el Triple Gordo, por lo menos. Además, así le daba opciones: uno de los dos, no los dos, que tampoco soy avaricioso. El que Él, con Su infinita misericordia y en Su infinita sabiduría decidiera. O al revés, no importa. O no me importó mucho ayer. Hoy me doy cuenta, tristemente, que debió importarme.

Al mediodía, luego de almorzar, salí a dar una vuelta por las agencias de lotería de los alrededores. Me llegué hasta una que está en el cruce de la calle Guaicaipuro con la avenida Libertador, en Chacao. Me tomé  mi tiempo para estudiar bien los cartones que quería comprar, de uno y otro juego. Había que facilitarle las cosas a Dios. Los que saben de loterías y otros juegos de envite y azar saben, además y entre otras cosas, que no se debe agarrar el primer cartón que se presente; de lo contrario, se corre el riesgo de escoger uno con números imposibles que nunca van a salir premiados o -si Dios concede el milagro- que eso pueda arrojar dudas sobre la legalidad o la legitimidad del resultado del juego.

Quiso la providencia –Providencia es uno de los nombres que los humanos hemos dado a Dios- que el Triple Gordo incluyera un premio instantáneo. En la parte inferior derecha del cartón hay una cifra compuesta de tres números (un triple); en la parte izquierda hay un espacio que hay que raspar y descubrir unos números, también triples. Si estos números coinciden vertical, horizontal o incluso oblicuamente con el triple de la derecha entonces uno ha ganado. En cada una de las direcciones posibles está indicado el importe del premio correspondiente.

Yo raspé  mi cartón y con indisimulada sorpresa y alegría vi que uno de los triples que había raspado coincidía con el de la derecha. “¡Gané, gané!”, grité mentalmente (si es que eso se puede).

Toda la alegría se me vino al piso al constatar que el premio que me correspondía era un “reintegro”; es decir, que me devolvieran el dinero que había gastado en ese cartón o que me dieran otro completamente gratis. “Deme otro cartón”, le dije con indiferencia a la vendedora.

Enseguida me di cuenta del error que había supuesto pedirle a Dios que me ganara la lotería, pero ya no había tiempo para enmendarlo.

Recordé  que en Río Claro también dicen que “Dios castiga sin palo y sin mandador” y pensé que tal vez Dios, el Jehová que (yo diría que) disfruta de aparecer severo y cruel doquiera en la Biblia, quiso castigar (lo que Él entendió como) mi soberbia, ordenando un premio a todas luces irrisorio para una petición también a todas luces irrisoria.

Más tarde se me ocurrió que quizás Dios, tan ocupado resolviendo los entuertos del mundo y ante las miles de peticiones de milagros que le han de llegar cada día, al ver la mía dijo “sí, la concedo”, y ordenó que en mi cartón se incluyera un premio, sin reparar en que yo estaba pidiendo el premio mayor. No lo especifiqué en mi petición, pero es que eso se sobreentiende, caramba. Uno juega la lotería para ganarse el premio mayor, no un simple reintegro, recuerdo haber pensado. Temeroso de desatar la ira de Dios por insinuar la posibilidad de que Él se hubiese confundido, deseché inmediatamente estos pensamientos.

Imaginé  entonces un Dios como el de Jaime Sabines, al que “le gusta jugar y juega”. No a los dados, eso lo sabemos por Albert Einstein. Y por Mallarmé sabemos la razón. ¿A qué juega entonces? ¿A las cartas? Bueno sí, tal vez a las cartas y a otras minucias. Es muy conocida la afición de Dios por el teatro griego, comedias y tragedias indistintamente. De ellas le quedó la costumbre de entrometerse en la vida de los humanos para arreglar pequeños detalles que Él considera que no van bien en la historia de sus personajes. Y a veces, supongo, también para matar el tedio.

De las comedias griegas le vino aquella frase latina que se ponía a la entrada de los teatros: “castigat ridendo mores”. Castigar riendo…

Fue lo que Él hizo.

Él sabía, no podía no saber, que yo le estaba pidiendo el premio mayor, pero como sólo pedí ganarme el Kino Táchira o el Triple Gordo, Él me dio el premio que quiso. Con el reintegro, Él técnicamente estaba concediendo el milagro que yo pedía. Imagino que mi cara de alegría trastocada en cara de desolación en apenas un instante para Él era, como se dice, todo un poema. O no tenía precio, como también se dice comúnmente. No es difícil imaginar una sonrisa en Su cara.

Esta explicación me dejó mucho más tranquilo. La idea de un Dios con sentido del humor, si bien un sentido del humor un tanto ácido, es mucho más tolerable que la de uno severo y cruel como aparece en el Libro de Libros. He dado en creer que es porque lo hemos hecho a nuestra imagen y semejanza, como aquél fue hecho a imagen y semejanza de los viejos moradores del desierto.

Mientras tanto, el remordimiento que me persigue es el de haber tenido en mis manos la clasificación de la Vinotinto y haber desperdiciado la oportunidad. Pensar que Dios estaba dispuesto a concederme un milagro y yo lo desperdicié con un mísero reintegro de un billete de lotería me atormenta. ¿Cómo le pido yo a Dios un nuevo milagro? Aún cuando Él esté por olvidar todo este cuento, ¿no es muy superfluo, fatuo, banal, pedirle ahora la clasificación al Mundial? Si Él está por conceder un nuevo milagro, mejor pedirle que uno se gane la lotería…

@angitogomez

 



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Ángel Gómez A.


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