La semana pasada fui al aeropuerto a buscar a un amigo procedente de Londres, que venía a realizar un trabajo de investigación sobre el proceso bolivariano en Venezuela. En el aeropuerto de todas partes salen personas comprando dólares y euros ante la presencia ausente de las autoridades. Salimos de Maiquetía rumbo a Caracas y la bienvenida la da un túnel deteriorado y mal iluminado que ya no se ni cuánto tiempo tiene en esas condiciones; luego al irrumpir en la Av. Sucre con sus particularidades, es decir, la anarquía vial, donde los motorizados son reyes, a su máxima expresión, mi amigo me preguntó en tono irónico: ¿esto es Venezuela? Mi respuesta fue un silencio afirmativo.
Soy hipertenso así que necesito tener tratamiento permanente, pero lo que va de año no hay medicamentos para esta condición se salud. Así que he tenido episodios no deseados de hipertensión al no contar con los medicamentos requeridos. La semana pasada logré conseguir el tratamiento y durante varios días seguí comprando hasta tres veces por día, unas veces yo y otras enviaba a otras personas. Logré unas 20 cajas de mi tratamiento que me durara unos 4 meses, ayer pasé por la farmacia y ya no hay más. Pueden decir que soy un acaparador por la cantidad de medicamentos que obtuve, pero no tengo más alternativa.
En reiteradas oportunidades he denunciado por acá la inseguridad que he experimentado en las camionetas de Puerta Caracas en la Av. Baralt. No hay día que salga que no me atraquen. La semana pasada no tenía que ser diferente. En la plaza de la Pastora, dos jóvenes abordaron la camioneta he hicieron su “trabajo”: despojaron a los pasajeros de sus pertenencias, celulares, dinero, al chofer del trabajo del día; y un joven que se negaba a dar su disco duro, porque alegaba que tenía todo su trabajo allí, fue golpeado salvajemente en un ojo con la cacha del arma de fuego. Sentí deseos de tener un arma nuclear en mi mirada y poder desintegrarlos para que ya no “jodan” la vida de tanta gente trabajadora y humilde.
Mi amigo londinense quería conocer algunos sitios de Caracas así que decidí que fuéramos al Panteón Nacional y conocer también el Mausoleo del Libertador. En los alrededores del Panteón, cerca de la Biblioteca Nacional, se encontraba un Policía Nacional, me imagino que tiene la responsabilidad de prestar seguridad a esa zona. Curiosamente estaba sentada en uno de los bordes de la acera, con sus pantalones arremangados hasta la rodilla, el radio transmisor en el suelo y con su celular en la mano escuchando ballenatos. A 30 metros de allí, una estudiante forcejeaba con un delincuente para este no le arrebatar su bolso. Entramos al Panteón y su interior como siempre es impactante, el Mausoleo imponente, Buscamos a alguien apra que nos orientara y guiara el recorrido, pero algunos guías estaban chateando por sus celulares, otros hablando con los militares que montan guardia a la tumba de Bolívar, así como se lo digo, y dos amigas de mantenimiento recostadas de sus haraganes frente al ataúd en una charla muy amena.
Tengo dos hijas la semana pasada las llevé al médico por algunas dolencias que han presentado. En resumen necesito hacerle un examen a una de ellas, pero en ningún centro de salud público se le puede hacer: el aparato no sirve, no tenemos ese aparato, tenemos aparato pero el técnico esta de reposo, etc, etc. Mi esposa es docente del Estado Aragua, así que el “maravilloso” sistema de salud que tienen los educadores allá, le exige que pida una orden para luego con esa orden solicitar una cita. Desde las 9 de la mañana hasta las 2.30 de la tarde y nada que dan la bendita orden, aun, mientras escribo estas líneas. Repito no es la cita, es una orden para dar después la cita. No voy a un centro privado por lo costoso del examen y porque los 3.200 Bs que gana un docente a la fecha en Aragua no alcanza para estos menesteres.
Como cada fin de semana me dirigí al terminal de la bandera para viajar hasta Maracay, a la altura de la Estación del Bus Caracas hay un semáforo y un paso peatonal. Al intentar atravesarlo varios motorizados lo tomaron dieron vuelta en uno se comieron la luz, etc, etc, al mirar a uno de ellos que casi me atropella se detuvo para decirme: ¿Qué te pasa guevón? Sentí otra vez esas ganas de ser el “hombre de la etiqueta y liquidarlo allí mismo. Seguí caminando y un Policía Nacional que estaba allí sólo se limitó a sonreír, mientras chequeaba un mensaje de texto que le acaba de llegar a su celular.
Me acordé de la pregunta de mi amigo extranjero: ¿Esto es Venezuela?
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