Ornitorrinco sin Alma

A pesar de que la derecha que escribe en la prensa venezolana se ha vuelto una especie de club del mutuo elogio y una especie de sindicato intelectual cuya tarifa se paga en dólares y su plusvalía en bolívares como migajas,... y también a pesar de que Juan Villoro diga -según Ibsen Martínez- que “la crónica [de prensa] es el ornitorrinco de la prosa” para pretender asomarla como ejemplo de injerto raro y variopinto, de mucha versatilidad, de ser “el más flexible de los géneros”, etc., pareciese que no estuvieran hablando de las características de la crónica como una justificación aduladora de aquella que escribiese Alma Guillermoprieto sobre Venezuela y su era chavista, titulada “Don´t cry for me, Venezuela”, producida para la publicación The New York Review of Books y publicada en Julio del 2005. Según El Nazional de Caracas, diario que la reprodujo el domingo pasado (30/10/05), con el título traducido también (No llores por mi, Venezuela), en ella esa Alma “reflexiona sobre el proceso político venezolano... y ofrece una desapasionada mirada acerca de los aciertos y yerros de la oposición y del gobierno”. Pero en vez de eso, pareciese que lo que ha querido hacer Martínez, evocando apreciaciones de otros sobre este género, es como justificar las dos tarifas: la de él y la de la dama prosista. Porque una cosa es tomarse todas las licencias posibles a la hora de producir una crónica tan sesgada, pero tan aparentemente completa e imparcial, y otra cosa es hacerse coro de lo que los tarifados locales dicen, sirviendo como fuente que no permite ver o arañar más allá de publicaciones más extremas aún (Hugo Chávez sin uniforme, de Marcano y Barrera; Hugo Chávez: The Bolivarian Revolution in Venezuela; La Revolución como espectáculo, Capriles) y aliñar el producto con la versión reducida y traducida de la señorita Linares.

Pero resulta que la cronista es una profesional del periodismo. No es una cronista sin escuela, sin conocimientos de lo que debe ser el periodismo, tan mal llevado en los últimos tiempos. Y como periodista seria (que debiera serlo), su trabajo arrastra todo un fardo de subjetividad, un gran sesgo y un vuelo-de-pájaro, demasiado notorios. Creo que la autora pierde cuando escribe trabajos de esa “laya”. Porque se trata de que los lectores, sus lectores, que no han visitado la patria de Bolívar en los últimos meses (o nunca) y que pudieran interesarse en lo que está pasando en ella, comerán de esa apreciación y podrán hasta sentirse atragantados, pero jamás quedarán bien alimentados con ese menú.

Los de la acera de enfrente volverán a llenarse la boca con las licencias infinitas que puede tomarse el género, sobre todo en las manos de ellos. Pero yo les diré que jamás despaché a la subjetividad como lo hacen en las escuelas, donde casi ni se trata el tema, como no sea para argumentar que como “la objetividad no existe... ¿para qué intentarla?”. Para mi, como periodista, existe la objetividad de las misma manera que la felicidad. Por ejemplo. A pesar de que algunas personas sostienen lo mismo de la felicidad, es decir, que tampoco existe, la mayoría de nosotros los humanos, intuye que existe. Puede que no se dé a plenitud, que no sea duradera, que se presente intermitentemente, que puede buscarse y no encontrarse... o sí... Que, en fin, en algún momento hemos sido felices y por tanto podemos decir que ésta si existe. De la misma forma, la objetividad. Unos pocos tenemos noción de ella y hasta pretendemos que nos envuelva en grado mayor o menor, dependiendo de la técnica y el empeño en buscarla. Y otros, simplemente, le huyen, la evaden por comodidad y hasta por no perder la chamba. La objetividad puede resultar demasiado peligrosa cuando indaga mucho, porque generalmente encuentra la verdad a menos de media cuadra. Y la verdad no gusta cuando se está aferrado a una necedad o a una postura política deshonesta. Se torna incómoda. Y hasta se corre el riesgo menor de una amonestación, o mayor, de perder el empleo.

Cuando esta Alma hace su larga introducción, reproduce lo que han escrito radicales opositores al presidente, quienes tramposamente (lo que también reproduce la cronista) y haciéndose los esplendorosos, venden sesgadamente pasajes de la vida de Hugo Chávez, tan inconexos y en forma tan esquizoide, que lo menos que puede pensar el lector es que al frente del país tenemos a un loquito de carretera. Y eso, precisamente, es lo que quieren vender. Al llegar aquí, sonreirán y pensarán de este escribidor, que lo que pasa es que yo no creo que tengamos a ningún loco al frente de la presidencia del país y que eso es porque soy chavista a ultranza. Dirán...

En una parte del ornitorrinco des-alma-do, la cronista escribe de Chávez que “durante sus seis años en el poder se han celebrado varios tipos de elecciones ...” (¡cómo no, qué bueno el tío...!), peero, y aquí viene el pero: “ y su porcentaje de aprobación en esos comicios nunca ha alcanzado 60 % ”....!!!? ¿Cómo es eso, mi Alma? Si la primera vez sacó 56 %. En la segunda elección como Presidente llegó al 60 %. En el Referendo para aprobar la nueva Constitución, casi llegó al 80 %... ¿Y entonces? ¿Cómo quedamos?

Cuando nos adentramos en la lectura de la tan elogiada crónica (elogiada por Martínez), nos conseguimos con esta perla, o mejor dicho, madreperla: “Tres meses después de su toma de posesión, el nuevo presidente ganó un referendo que lo facultó para autorizar la convocatoria de una asamblea constituyente, la cual reemplazó la antigua constitución “moribunda” por otra que concentra buena parte del poder en sus manos y que además amenaza con extinguir la existencia misma de una oposición. Actualmente el financiamiento de las campañas electorales de los partidos políticos por parte del gobierno está proscrito.” Pues bien, en primer lugar cabe aquí la crítica de que la cronista repite lo que los opositores que escribieron los libros que leyó, le dijeron. Leyó los libros de estos señores, pero no fue capaz de buscar y leer la hermosa constitución que ahora tiene Venezuela. Que se está estudiando en numerosos países del mundo para beber de ella e incluir sus modernidades en otras Cartas-Magnas del planeta. No pudo leerla y encontrarse conque en ninguna parte habla de esa concentración de poder en manos del Presidente de la República. Tampoco contiene amenazas contra la existencia de la oposición. Además la oposición venezolana no ha necesitado de ninguna norma “oficialista” para que se produzca su desaparición. Para beneficio de los chavistas, la dirigencia política de oposición ha sido tan torpe, que nada de eso ha sido necesario. Otra cosa es que la culpa de su propia ineptitud para leer al país que tienen ahora de frente, se la achaquen al gobierno. Y ese párrafo último referido a que el gobierno no financia a los partidos políticos en sus campañas electorales, ameritaba por lo menos preguntar cómo era antes, cuando el estado sí los financiaba. A quienes les daba más dinero, etc. Porque la cosa no era ni equitativa, ni -mucho menos- igualitaria. Falló aquí también la curiosidad periodística.

Más adelante escribe la dueña del ornitorrinco, refiriéndose a la suerte de la compañía petrolera del estado, PDVSA, que “Chávez también reemplazó a la vieja meritocracia por un nuevo cuerpo directivo de su propia escogencia”. Bueno, eso de “su propia escogencia” lo hicieron todos los presidentes con el presidente de nuestra principal empresa, porque lo que fue con la llamada “Nómina Ejecutiva”, formada por una pandilla de saqueadores de talla mediana que competían con los grandes capos de la oligarquía criolla en lo que a expoliación del país se refería, no logramos entender completamente cómo se instalaron allí para convertirse en inamovibles aunque cambiaran los gobiernos. Y tal y como reza aquel viejo refrán español: Dime de que alardeas y te diré de que careces”... eso que nombra la cronista como “vieja meritocracia”, ni era vieja, porque eran “yuppies” relativamente jóvenes los saqueadores y mercachifles que “dirigían” la empresa, ni era meritoria ni meritocrática. Mucho menos cuando uno se entera que quien se erigió en líder principal de ese grupúsculo, lo conocen desde la universidad como comprador de copias de exténsiles en los que se registraban los exámenes que se le harían a los estudiantes, y como revendedor de esos exámenes a sus condiscípulos. ¡A dos mil, a dos mil...! Por ahí podemos comenzar a medir los “méritos” de semejante líder y de sus seguidores.

Yerra también en su apreciación la cronista, cuando menciona la famosa Lista, registro de los firmantes que solicitaron la defenestración del Presidente. ¡Claro! Si tampoco le dijeron de cuál ONG emergió la fulana lista. Y tampoco tuvo tiempo (y en eso la disculpo) de imaginar que la tal lista funcionó también para no darle trabajo, en muchas empresas cuyos dueños no estaban de acuerdo con Chávez, a los que no habían firmado. Lo cierto es que esta lista fue elaborada y reproducida por miembros de una ONG que pretendió con casi un 40 % de votos en contra de Chávez, pasarlos por la centrifugadora de mentiras en que se convirtió la prensa y demás medios venezolanos, y convertirlos en el 60 % que ganó apoyando al Presidente. Por otra parte resultaría un tanto extraño que un gobierno (cualquier gobierno en cualquier país) contrate para ocupar puestos en su burocracia a enemigos más que declarados. Además nos preguntamos, ¿para qué querrán trabajar en un gobierno con el que no están de acuerdo?

Para rematar y no salirnos del tema anterior, la cronista, haciendo gala de su injerto ornitorrínquico, narra una anécdota tan absurda como que alguien fue a hacer una consulta en la Biblioteca Nacional y le pidieron la Cédula de Identidad en la portería. Y cuando preguntó que para qué tenía que mostrar tal documento, dizque le dijo la portera: “Ay mi amor, para la lista”. Por favor a otros perros con esa clase de hueso. Por otra parte, en el mejor de los casos la portera puede formar parte del “Estado” venezolano, mayoritariamente militante en los partidos que gobernaron antes, y no necesariamente apoyar al gobierno. Como pasa en casi todas las instituciones oficiales.

Lo cierto es que la crónica de esta Alma se desmigaja en cosas poco relevantes y además inoculadas falazmente. No dice, por ejemplo, porque no se lo ofrecen ni se lo revelan sus fuentes, que por primera vez en Venezuela, en cuarenta años, se elaboran los presupuestos del país, colocándole precios muy por debajo al barril petrolero, principal proveedor de ingresos. En los gobiernos de la “democracia” añorada por las fuentes que nutrieron a Alma Guillermoprieto se hacía al revés. Se le colocaba precio al que nunca se llegaba en el año, porque además los mismos gobiernos violentaban las cuotas impuestas por la Organización de Países Exportadores de Petróleo -OPEP- y los precios internacionales del crudo bajaban en vez de aumentar. En otro aparte nombra las reservas internacionales que destina el gobierno de Chávez como respaldo a su economía y que ahora lo hace diversificadamente en otras monedas además del dólar norteamericano, en montos récord históricos, y solamente dice escuetamente que las utiliza para financiar sus programas “sociales”, como para espantar a los inversionistas extranjeros (quienes afortunadamente cada año vienen en mayor número), cuando lo cierto es que de unas Reservas Internacionales que ya quisieran tener muchos países, el gobierno de Chávez utiliza para desarrollar programas de desarrollo, un poco menos del 20 % o sea, menos de la quinta parte de apartados nunca antes mantenidos en el país. Tampoco incluyó la crónica, a pesar de la flexibilidad que le otorga Ibsen, que se detuvo el saqueo de divisas que siempre estuvo presente como el “deporte” económico jugado por quienes controlaron al país en la llamada democracia de la Cuarta República, y mucho menos que se están elaborando leyes -y aplicándolas- para proteger a la ciudadanía de una de las bancas y grupos de compañias aseguradoras, más ladronas, ventajistas y estafadoras del mundo.

Lo más importante quedó oculto. Lo que pueda hablar de la responsabilidad del gobierno, sobre todo en materia económica, no fue incluido en el injerto narrativo.

¿Para que? La crónica, no tiene porqué tomarse esas molestias. Mucho menos si esas molestias no son pagadas. O puedan provocar el que no te paguen lo acordado. Creo que Venezuela no llora por ese ornitorrinco ni por la que lo parió. Lo melodramático está en el 40 por ciento...y tampoco los llora porque ni lee.

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Manuel Rugeles A.


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