Es admirable el desprendimiento y fidelidad de un hombre que en el pináculo de la fama y del poder se dirija a otro, que muchos años atrás le brindara apoyo docente y moral, con expresiones de franco respeto y gratitud; siendo aquel una humilde persona sin renombre político ni fortuna material alguna. Hoy y siempre es necesario, para bien alimentar el espíritu, considerar las cosas buenas que han hecho nuestros antecesores, y en el caso arriba citado reflexionemos sobre: ¿Cómo es posible que un ser humano en la cúspide de la gloria e imbuido simplemente por la emoción de encontrarse con su preceptor, pueda hacer brotar de su alma, corazón y mente palabras tan reverentes para con él?
“¡Oh mi maestro, oh mi amigo! Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. ¿Se acuerda usted cuando fuimos junto al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros. Usted maestro mío, cuanto debe haberme contemplado de cercas aunque colocado a tan remota distancia. Con que avidez habrá seguido usted mis pasos, estos pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo. Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa.
No puede usted figurarse cuan hondamente se ha grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado, no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presente a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta, usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderece tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté, voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos porque mi derecho es imprescriptible; privativo a todo.
Venga usted al Chimborazo, profane usted con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá usted la vista y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: Dos eternidades me contemplan, la pasada y la que viene. ¿Desde donde, pues, podrá usted decir otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga usted a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitiva; usted no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida madre; allá encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y el hálito pestífero de los hombres, aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano del Creador”
Fue así como Simón Bolívar escribe a Simón Rodríguez el 19 de enero de 1824. Y por ese sentimiento exquisito, espléndido y exuberante expresado, no puede haber otra cosa que se pueda decir: Simón Bolívar, el Libertador, es único en la historia universal de la humanidad.
joseameliach@hotmail.com