El diálogo, en el sentido más complejo de la acepción, encierra un profundo contenido filosófico porque supone un encuentro por la verdad. La política, en cambio, sugiere un espacio para el debate y libre confrontación de ideas para el diseño de políticas públicas. El diálogo político siempre conduce a una “negociación” en el mejor sentido del término. En ese laberinto se desarrolla la Conferencia Nacional de Paz.
Hoy, en Venezuela, el diálogo nacional debería representar el encuentro entre dos fuerzas sociales y políticas antagónicas que buscan una solución a los niveles de violencia (guarimbas) y destrucción que amenazan la tranquilidad colectiva, la convivencia ciudadana y la paz posible. Ese debe ser el acuerdo preliminar que abra el camino para el debate de los grandes temas del país y la defensa de la Soberanía Nacional.
El Presidente Nicolás Maduro ha demostrado una singular vocación por el diálogo y lo ha hecho con su convocatoria a todos los gobernadores y alcaldes a diseñar, conjuntamente, políticas públicas dirigidas a atender los problemas de cada región. Lo demostró con la invitación a todos los sectores sociales y políticos para construir un Plan para la Paz y la Convivencia y lo está ratificando con su convocatoria a la Conferencia Nacional de Paz que se desarrolla en el palacio de Miraflores.
Contradictoriamente, la Conferencia Nacional de Paz no refleja la esencia y complejidad de un verdadero diálogo nacional. FEDECAMARAS, empresarios como Lorenzo Mendoza emblema de la especulación, diputados, gobernadores como Henry Falcón y Liborio Guarulla, alcaldes como Miguel Cocchiola e individualidades ansiosas de protagonismo como Vladimir Villegas son personajes que no terminan de deslindar con la política desestabilizadora que comenzó con la “guerra económica” que provocó paralización de la producción, acaparamiento, especulación, usura y especulación financiera con el dólar paralelo. Tampoco condenan la violencia y asesinatos como política financiada y dirigida por factores externos. Alguien pudiera decirme que es mucho pedir y puedo responder con una pregunta: ¿Cuál es el compromiso de estos personajes con la Soberanía Nacional?
La Conferencia Nacional de Paz y cualquier otro espacio de diálogo nacional crea expectativas en la población y aspiraciones en el alto gobierno que no se corresponden con los posibles resultados inmediatos y mediatos. Los factores políticos de oposición (incluyo empresarios, funcionarios públicos, dirigentes políticos, clero y supuestos independientes) que participan allí no están separados de la oposición que representa CAPriles, López, Machado, Ledezma y Aveledo. Su objetivo estratégico es el mismo: Destruir la Revolución Bolivariana y eso pasa por derrocar a Nicolás Maduro. Son parte del plan, afinaron su estrategia y su lugar de encuentro es la MUD. Se rasgaran las vestiduras por la libertad de los presos y luego lo celebraran como victoria política con más violencia.
El diálogo entre fuerzas antagónicas exige la evaluación del contexto nacional para calibrar la correlación de fuerzas. Una minoría desesperada por el poder no puede imponer, por la fuerza, sus criterios a la mayoría. La violencia convocada por la oposición devino en vandalismo. Ese vandalismo que ejerce una minoría financiada por factores externos está vinculado a gente que participa en la Conferencia Nacional de Paz. El Estado está obligado a garantizar los derechos ciudadanos. Cualquier muestra de debilidad, en estas condiciones, puede terminar en concesiones injustificadas.
El diálogo político recuerda muchos accidentes históricos. Salvador Allende atendió el dialogo nacional encabezado por Patricio Aylwin y patrocinado por el Cardenal Silva Henríquez. Aylwin fue parte del golpe de Estado, dirigió el bloque de derecha que apoyó a Augusto Pinochet y 17 años después fue el presidente de la cacareada transición democrática en Chile. Allende era un revolucionario que se consumó en el laberinto del diálogo nacional.
