Agradezco, muy sentidamente, las muestras de afecto y amistad recibidas durante la semana; ha sido la mejor terapia que pude haber imaginado para salir del hoyo en que estaba sumido. En todos lo casos la recomendación de seguir adelante se convirtió en un imperativo. Muchas gracias. Nuevamente oxigenado y desprovisto de las razones subjetivas propias del trauma, no dejo de ser escéptico respecto de la posibilidad de transformar afirmativamente la realidad imperante, por lo menos en lo que toca a la relación entre la sociedad y el estado, cada vez más distante. Por una parte, la sociedad está imbuida por una creciente enajenación cultural propicia al individualismo egoísta y, por la otra, el estado se ha desligado de su compromiso esencial de ser garante y procurador de la felicidad de la población. Es un tremendo efecto de descomposición en caída libre.
La historia de México está marcada por una serie de rompimientos del proceso de acumulación de experiencias que forman una cultura y una identidad; la imposición de una nueva cultura destruyó la previa: la Conquista impuso la cultura de la contrarreforma de la España católica y destruyó la autóctona; la Independencia y la Reforma rompieron la cultura española católica para adoptar la liberal anglosajona; la Revolución introdujo una cultura de corte social y nacionalista, contraria al individualismo propiciado por la influencia gringa, y que tuvo su, llamémosle, período clásico en los años cuarenta en que se decantó una forma propia de entender al mundo y ofreció expresiones de una gran riqueza creativa en las artes y las ciencias, pero en especial en la forma de decidir el propio destino nacional. El neoliberalismo impuesto en los años ochenta del siglo pasado ha pretendido enmendar la historia y borrar el antecedente revolucionario y nacionalista como definiciones culturales; ha reducido al estado al exclusivo servicio de la minoría opulenta, dejando a las fuerzas del mercado la función de conducir al país.
Por esta condición de rompimientos culturales México se ha mantenido a la zaga de los procesos universales, siempre abandonando lo existente en aras de una modernidad ajena y, también siempre, arrasando con lo malo y lo bueno de lo precedente. Aclaro: una cosa es participar activamente en el proceso de interacción entre culturas que se perfeccionan y otra, muy distinta, la adopción pasiva de lo que otros han perfeccionado para su beneficio.
No es extraño el paralelismo que se registra entre el abandono del esfuerzo educativo de la post revolución y la imposición de conceptos neoliberales, como es el caso de la llamada competitividad y el hedonismo consumista. Hay una clara intencionalidad en el desmantelamiento de valores que, de alguna manera, se fueron rescatando o permeando en el entramado social, se trata de la dominación por intereses ajenos al destino del país. Hoy la real educación está a cargo de Televisa.
En esta circunstancia no se ve cómo podrán resolverse los graves problemas que aquejan al país. En tanto se privilegia la acumulación de riqueza individual, se fomenta la violencia criminal; mientras el libre mercado se expande, la actividad económica doméstica y el empleo languidecen; cuando se prefiere lo que viene de fuera, se apuñala lo que nace dentro. Lo peor del caso es que todo esto sucede entre aplausos a los dirigentes que así actúan y la gente, en medida importante, lo secunda votando por ellos. Pesa mucho una juventud nacida en los años ochenta y posteriores que entiende el nacionalismo sólo en términos de la selección de futbol, para quienes la Revolución fue sólo un movimiento armado entre puros facciosos; y para los que el vecino es un simple competidor más.
Sin embargo, quedan luces al final del túnel. Crecen las experiencias de grupos que han decidido apropiarse del destino y practican la democracia directa, que prescinden del estado para procurarse seguridad y bienestar, basados en la solidaridad y la ayuda mutua. Los Caracoles zapatistas son casos avanzados que lo ejemplifican; las policías comunitarias y las cooperativas de producción y consumo formadas al margen del gobierno, dan muestras de ello; las luchas campesinas en defensa de la naturaleza y de las formas de producción autosustentables, también contribuyen a la recuperación de la esperanza.
Es tiempo de que los verdaderos progresistas de México nos avoquemos a impulsar esta forma cultural, a la vez tradicional y moderna, como alternativa eficaz ante un mundo que nos avasalla.
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