La cultura de una sociedad, de un grupo o de un individuo se expresa, de manera preponderante, en su consumo. Una cultura arraigada e idónea consume lo que produce y esto lo hace en función de la dotación de recursos naturales e intelectuales de que dispone. La pretendida globalización ha buscado, con gran éxito para sus fines, una especie de cultura universal que estandariza el consumo a despecho de las peculiaridades de las culturas regionales o nacionales y en beneficio de la producción de las grandes transnacionales de los llamados países desarrollados y, por consecuencia, en detrimento de los productores locales. Es el proceso de penetración cultural, tan frecuentemente ignorado por gobiernos, comunidades y personas.
Desde otro ángulo, el de la democracia, el capitalismo de enésima generación vincula, estrecha e interesadamente, la democracia con la libertad de consumir y, específicamente, con la libertad de elegir lo que se consume. El libre comercio no es sólo cosa de aranceles de importación y exportación, sino de la ampliación de la oferta de bienes entre los cuales el individuo pueda optar, lo que se hace acompañar por la acción de una vigorosa industria de la publicidad que lleva a que se consuma lo que se publicita que, a su vez, es lo que se ofrece en los grandes centros comerciales también de origen transnacional.
En otro aspecto, la relación producción y consumo registra una importante vinculación con la naturaleza y su adecuada conservación. Su desajuste, derivado de la implantación de modos de consumo y producción ajenos y exacerbados, es causante de la depredación y de efectos como el cambio climático, más aún cuando la cultura que impera en el mundo es una que se basa en el desmedido empleo de la energía fósil no renovable y en productos de escasa recirculación biológica.
La conjunción de estos tres elementos, entre otros, resulta determinante en el de la política. En una perversa concepción del desarrollo, los países que lo registran en mayor medida, imponen sus intereses en los menos desarrollados que, equivocadamente, intentan alcanzarlos. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el impulso a la globalización y en la implantación de formas de supuesta democracia basada en la libertad de consumo; quienes atenten contra ella se convierten en "tiranos" a los que la "comunidad internacional" debe combatir, Así se dan el mérito para intervenir en la política interna de los países a fin de garantizar regímenes que sean obsecuentes a las normas de "su democracia". Especial mención en este punto al papel que desempeñan los medios masivos de comunicación, especialmente los electrónicos, que son el más agresivo ariete para la imposición de las formas de consumo enajenantes y que de ello hacen sus enormes utilidades, tanto por la vía del contenido de su programación como por sus pautas publicitarias de bienes (mejor, males) de esa cultura global.; esa es su enorme fuerza política y su escudo, la libertad de su expresión
El comportamiento individual se siente libre de culpa; supone que la televisión abierta es gratuita y que puede optar por varios canales en ejercicio de su libertad. El engaño está en que el costo de lo que "disfrutan" por la televisión lo pagan, con creces, en el momento que acuden al comercio que se anuncia a comprar los artículos que se anuncian; ahí van a parar los míseros salarios de los mexicanos y si, merecidamente se les incrementan o si reciben apoyos por vejez, ahí también irán a parar. Es un círculo vicioso pero muy bien diseñado para que esa famosa libertad de consumir se convierta en la irresistible levedad de la enajenación.
Hoy que el panorama se aclara, aunque para otros se oscurezca, con la terminación del TLC, México está en la magnífica oportunidad de replantear su concepto y su modelo de progreso (conste que no desarrollo) en términos de deshacer los nudos que nos han atado a esa cultura consumista universal. Hay que recuperar la producción y el empleo en el campo y en la ciudad, pero habrá que impulsar el consumo socialmente conveniente, con métodos que privilegien las verdaderas democracia y libertad. Educar para el consumo eficaz es una de las grandes tareas.
No sé cómo se hace pero habrá que hacerlo de manera muy pensada y, además, urgente.