El ridículo de Videgaray

Como ya va siendo una pésima costumbre, el secretario mexicano de relaciones exteriores, el novato de lento aprendizaje Luis Videgaray, jugó el ominoso papel de servil a los intereses del imperio yanqui para conseguir que la Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) dictara un ultimátum al gobierno de Venezuela para rendirse ante la agresión de la oligarquía criolla, en términos de sepultar la Revolución Bolivariana y el legado del Comandante Hugo Chávez. No tuvo que andar mucho para pagar las consecuencias de su error: la Canciller Venezolana. Delcy Rodríguez, joven diplomática de muy acelerado aprendizaje, le colocó una diana en el pecho y soltó su dardo con precisión: El gobierno mexicano carece de autoridad moral para hablar de los derechos humanos en Venezuela, cuando en México su violación es práctica de todos los días, con asesinatos y desapariciones forzadas, impunidad y corrupción, agregando una breve lista de los casos más sonados internacionalmente de tales agravios, comenzando por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa.

Para mayor vergüenza, la gestión de Videgaray fue incapaz de lograr su cometido ante la solidaridad brindada a Venezuela por los países de Caribe y los que permanecen de pie en su lucha emancipadora antiimperialista. Siendo el anfitrión no le quedó de otra que dar por terminada la Asamblea que, con bombo y sin pudor, había inaugurado el también desprestigiado Peña Nieto el día anterior. La irredenta costumbre de los tecnócratas de ignorar la historia y las razones constitucionales que han definido la política exterior mexicana, principalmente el principio de la no intervención en los asuntos internos de los países, hizo que una vez más se tropezara con la misma piedra. Pero todavía más vergonzoso fue el haber intervenido en los asuntos de Venezuela por encargo del gobierno de los Estados Unidos, empeñado en recuperar su hegemonía y el dominio de la riqueza petrolera de la Patria de Bolívar. ¡Que vergüenza!

Al mismo tiempo de tal desaguisado, el New York Times saca a la luz que el gobierno mexicano practica espionaje ilegal de las actividades y comunicaciones de periodistas y personajes que le son incómodos, en un ejercicio propio de los peores casos de regímenes tiránicos. Así que, como dicen en mi ranchito, le llovió recio en la milpa al ilustre presunto canciller y, por añadidura, al muy podrido gobierno mexicano que pretende tapar el sol con un dedo. Que dice el tal Peña que los que se crean agraviados por tales violaciones a la intimidad acudan, con plena confianza, a denunciarlo ante la autoridad competente: la Procuraduría General de la República que, a no dudarlo, forma parte del equipo de espías acusados.

Está todavía fresco el cadáver de la voluntad popular, arteramente asesinada por el fraude electoral, en Coahuila y en el Estado de México, cometido flagrantemente ante la mirada omisa de la autoridad electoral, pero ampliamente documentado por la sociedad y sus redes de información. Así pretenden salir al exterior a dar lecciones de democracia.

No pueden seguir sucediendo estas cosas. Estamos cansados de tanto agravio a los derechos de los mexicanos. Es urgente la insurgencia; la rebelión pacífica pero contundente que haga resurgir a un México digno y satisfactorio. La batalla electoral del próximo año deberá ser acompañada por todos los movimientos que luchan por eliminar y borrar del mapa a la tecnocracia enquistada en el poder, para construir un gobierno capaz de sacarnos del atolladero en que nos han metido.



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Gerardo Fernández Casanova


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