Concluyó la reunión de los mandatarios de los países firmantes del Tratado México- Estados Unidos-Canadá, incluidas las reuniones bilaterales de los tres mandatarios con sus contrapartes. Entendiendo tales eventos como de revisión de la operatividad del dicho tratado, los considero en alto grado exitosos; se cumplieron las expectativas y todo transcurrió como miel sobre hojuelas. Creo que lo más importante se dio en los aspectos políticos, más allá de los estrictamente comerciales y -es mi punto de vista- constituyó un importante triunfo político para el Presidente López Obrador.
El contexto. AMLO asume en 2018 la Presidencia de un país totalmente volcado (entregado) a los Estados Unidos (USA) y de espaldas a Nuestra América, incluso jugando un papel de esquirol en relación con las aspiraciones progresistas de Latinoamérica y el Caribe; la vecindad y la dependencia económica pesaban más que la identidad sub regional por razones pragmáticamente obvias, pero en contradicción con la postura progresista del nuevo régimen, cuando aún era Trump el presidente de USA y sus contrincantes demócratas exigían cambios al TMEC. Anoto aquí la importancia de la copiosa votación a favor de AMLO (seguramente no del agrado de los vecinos) que le otorgó un cierto grado de libertad para manejarse con el blondo troglodita y combinar una mayor amistad y un respeto indiscutible a la independencia y la soberanía. La súbita explosión de la migración centroamericana provocó un severo conflicto con Mr. Trump que amenazó con un alza a los impuestos de importación a las mercancías mexicanas, medida por demás catastrófica. AMLO llevó dos vías: una convocatoria a una movilización popular en Tijuana y otra diplomática de mutua conveniencia. Ganó la segunda y se dejó de lado la primera; se ganó respetabilidad. Igual sucedió cuando Biden ganó la elección y AMLO se abstuvo de felicitarlo hasta que se hizo oficial su declaración como Presidente Electo, lo que fue motivo de una tormenta doméstica de críticas y augurios de agravio de parte de Biden. Ganó la respetabilidad institucional y la soberanía. De igual manera se tuvo la osadía de repudiar el golpe de estado en Bolivia y el heroico salvamiento del Presidente derrocado, Evo Morales. En el mismo contexto se manifestó el desacuerdo por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua de la Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, Cal. AMLO se negó a asistir. El contexto es de malabares de conflicto permanentes.
Así las cosas, el Presidente López Obrador se zafa del conflicto subiendo dos o tres escalones en el concepto de la relación de México con USA y con Nuestra América: convoca a la integración de todo el continente, no sin calificarla como una utopía, en términos de poder competir con el gigante asiático. La condición fundamental es el cambio radical de la relación de USA con los países del sur, abandonando las doctrina Monroe y la del Destino Manifiesto, por las que el primero ha justificado su ominosa intervención en los asuntos internos de nuestros países, impulsando golpes de estado e invasiones.
Desde luego las fuerzas progresistas de América Latina y el Caribe reciben la propuesta con el mayor escepticismo a partir de toda una historia de difícil olvido y la nula esperanza de que USA modifique su actitud. Tampoco los gringos aceptan una propuesta que atenta sobre el sustento de su progreso. AMLO se queda solo con su iniciativa, ninguno de los involucrados lo secunda y así era de esperarse. Sin embargo el Presidente López Obrador se hace de un mucho mayor grado de libertad para respaldar el proceso progresista en Nuestra América sin perder un ápice de su muy redituable relación con el poderoso vecino del norte. La utopía en la diplomacia sirve para acomodar las fichas y creo que así está funcionando.