Poco antes del golpe del 11-A, la intelectualidad escuálida, los
investigadores escuálidos, la representación del más sesudo academicismo
venezolano, descargaba todas sus baterías contra el gobierno de Chávez
augurándole poca vida, asegurando su fin a poco menos de la vuelta de la
esquina y casi definiéndonos el triste destino que nos depararía a todos
los que seguíamos al “loco”, al “vesánico tirano”, al “déspota de
corazón”, a la “bestia de las bestias nacionales”.
El adeco Rafael Marín, del que casi nadie se acuerda, llevó al Tribunal
Supremo de Justicia un documento para que se le hiciera un examen
psicológico al presidente Chávez para que se le declarase demente y se
procediese a celebrar nuevas elecciones. Es decir, aplicarle la fórmula
con la que sacaron de Ecuador a Bucarán. El mar de escuálidos de las
universidades autónomas celebró aquella ingeniosa salida y hasta se
dispensaron largas y profundas discusiones con sesudos siquiatras en los
que se evaluaron el cuadro clínico terrible del “loco infiltrado en
Miraflores”.
Al tiempo que esto se desarrollaba, otros genios ponderaban sobre la
horrible debacle que en el término de pocos meses abrasaría nuestra Nación
producto de la política económica del gobierno. Decían que las reservas
internacionales se evaporarían, se entraría en una devastadora recesión y
correrían del barco a punto de hundirse los grandes inversionistas
extranjeros. Todos los genios como Emeterio Gómez, Ochoa, Quiros Corradi y
Luis Ugalde, asegurando que si Chávez aún seguía en el gobierno el 2003,
Venezuela quedaría por detrás de Haití en desarrollo económico y social.
Las escuelas de Economía de nuestras universidades autónomas vibraban en
extenuantes discusiones sobre el porvenir de venezolanos que tendrían que
huir en cueros hacia Colombia porque la hambruna sería incontrolable.
Los medios de comunicación por su parte corrían a Washington para
denunciar la horrible represión y censura contra la prensa venezolana e
igualmente asegurando que pronto no quedaría un solo periódico o un sólo
programa de opinión independiente en el país.
La cúpula de la iglesia se unía al enjambre de enemigos del gobierno y en
precesiones y homilías aseguraba que una maldición había caído sobre
nuestro país. Que la tragedia de Vargas era un alerta un castigo por haber
permitido la elección de Chávez.
Y qué decir de la alta meritocracia de INTEVEP y de PDVSA. El Juan
Fernández y la alta gerencia sin los cuales la producción se iría a cero y
el país no sobreviviría ni una semana. Y aquellos marinos mercantes, y
aquellos pilotos lacayos, y aquellas damas de Chuao petulantes y soberbias
meneando sus banderitas y sus consignas, y los caimacanes del Zulia,
Cabimas, de Monagas o Sucre amanzanado con hundirnos en la miseria si los
botaban.
Y los reyecitos de los colegios privados y de esa intelectualidad
empollada en El Nacional balbuceando por Globovisión, RCTV, Venevisión y
Televen de que los inteligentes tienen por fuerza que ser antichavistas.
Cada día, cada hora, el Manuel Caballero hablando de la
“Pesadilla-Chávez”, a Elías Pino Iturrieta diciendo que por culpa de
Chávez ya Bolívar no era un genio aglutinador. Y el Pedro León Zapata
diciendo que Chávez es un pavoso y que los que le apoyan no hacen otra
cosa que jalarle mecate, y lo mienta el Poseso por orden de Miguel Enrique
Otero.
Toda esa “genialidad” pervertida, cobarde, sumisa al imperio, entreguista,
bobalicona, que aquí embaucaba a todo el mundo porque El Nacional los
inflaba, los galardonaba, los hacía caminar en cuatro manos por Miraflores
para darles almuerzo y celebrarles sus bazofias. Esa intelectualidad
premiada por CAP, Caldera y por Lusinchi, a la medida de esos leguleyos
del Ramón Escovar Salom, del Asdrúbal Aguiar (el abogado defensor de
Vinicio Carrero), Antonio Ledezma, Manuel Malaver o Petkoff.
Por culpa de esa inteligencia Venezuela se acomplejó horriblemente y todo
lo que llevaba sello de venezolano no servía para nada. Por culpa de esa
inteligencia escuálida fuimos una colonia de EE UU. Por culpa de esa
inteligencia nuestros investigadores en las universidades jamás produjeron
algo genuino, algo propio porque eso resultaba miserable para los tutores
que habían dejado en el Norte o en Europa. Habría que escribir todo un
tratado de esa Estúpida inteligencia que aquí todavía sigue hacinada y
cometiendo toda clase de crímenes en el Este de Caracas, en las llamadas
Casa de Estudios Superiores, en el IESA y en los colegios católicos
privados.