Es casi el amanecer cuando escribo estas líneas y la brisa triste y en agonía se junta con el silencio de la ciudad maltratada, herida e incendiada, que también va arrastrándose de dolor, rodando calle abajo, quizás buscando aire fresco para no morir asfixiada en manos de los violentos, de los fascistas y algunos vecinos malvados e incautos, que juegan a los “chamuscados”, sin ni siquiera darse cuenta que poco a poco su odio visceral les ha ido achicharrando el alma y el espíritu. Por instinto de ser humano que reclama sus derechos que han sido violentados, me asomo por la ventana de mi cuarto y miro hacia allá lejos, hacia el cielo infinito de la esperanza donde la luna parece recostada en los brazos de la inmensidad. Más allá, un lucero que titila para recordarnos la grandeza del Ser Supremo, quien nos regaló la paz y la armonía para vivir viviendo en cada alborada de la vida. Con el alba como testigo silencioso, sigo respirando en medio de la nostalgia para continuar con la tarea del escrito y compartirlo con todos ustedes, tal como lo hago los días lunes de cada semana.
Tras cada palabra que voy pensando y escribiendo, las ideas se me cruzan como relámpagos en el firmamento de las ideas y las verdades luminosas de la vida se vuelven resplandecientes. Es el momento del fervor y la paz se hace presente cuando abrigamos sentimientos de fe, de alegría, de respeto por los demás, por sus derechos y su tranquilidad. Lo contrario, es la violencia, la guarimba, las barricadas que secuestran la libertad de la familia, de los niños y niñas, de nuestros abuelos; de los padres que con impotencia ven la tristeza colgando en el rostro de sus hijos porque algunos seres malvados, llenos de odio y frustración, quieren someterlos con el miedo y el terror. No nos hagamos ecos del terror, sino del amor para desterrar el odio y la maldad que pretende sumir esta ciudad en las tenebrosas guarimbas y barricadas de las penumbras. No nos hagamos ecos de la muerte y que nuestro mensaje sea para llevar a cada rincón de la patria las semillas de la libertad revolucionaria y no de sepultureros para enterrar la verdad.
Eso es lo queremos, vivir la plena libertad y no el secuestro que quieren imponernos los grupos opositores, miserables y escuálidos de la derecha. Tampoco queremos escuchar los ecos del terror, distorsionando los hechos, avivando las llamas del odio. El espíritu del torbes nace en las montañas llenas de rocío, de silencio y de paz; pero luego se ha ido contaminando en su recorrido inocente de aguas abajo. Ecos del Torbes ahora adquirió voz y emite sonidos de catástrofe, de hecatombe, de agonías y muerte. Tal vez pensando que pueden corroer la tierra sagrada de la patria y de esta ciudad, sus corrientes las vuelven impetuosas para arrasar con todo y derribar las estructuras de la democracia y del Estado.
Si, en los tiempos de violencia, el torbes se contamina más y más, y sus cantos y deseos son de muerte, de desesperación y de histeria. Los pocos seres que navegan como náufragos en sus aguas misteriosas, el mundo se les contrae y el cerebro se les comprime para no dar uso a la razón. Los ecos del torbes, son dañinos para la sociedad tachirense, para la vida y para la paz. Que el rio se vuelva cristalino y los ecos del torbes sean para llevar el mensaje constructivo, de fortalecimiento de los diques de la verdad. Finalmente, paremos la violencia y construyamos la paz.