Chávez un día dijo que la oposición parecía un camión atestado de cochinos
chillando. Poco después, Julio Borges y Gerardo Blyde cargaron con un bien
cebado cerdo y lo pusieron a correr por el hemiciclo de la AN. El cerdo y
que en cu carrera chillaba: “¡corina!, ¡corina!, ¡corina!”, quien sabe si
buscando a su pareja.
Lo que queda en claro es que la oposición desde que Chávez llegó al poder
convirtió a Caracas en una gran Necrópolis. La oposición se fue convirtió
en una deplorable y lastimera Magdalena, que gemía a grito partido si
Chávez vestía de militar o si no lo hacía, si callaba o sino lo hacía, si
rezaba o si no lo hacía. Al principio lloraban sus dirigentes dentro de
sus partidos, en las tascas del Este, en los medios, se desgarraban en
llantos en el Congreso, en los clubs, en los hoteles de primera, en las
fiestas y grandes condumios, en los sesudos debates que montaban en las
academias y universidades privadas o autónomas.
¡Qué chilladera de padre y Señor nuestro! Qué de golpes de pecho, alzadas
de brazos, imploraciones, zapateos, convulsiones de rodillas o sentados,
en el suelo, abrazando vírgenes, santos…
Poco a poco aquellas lágrimas no conseguían conmover al pueblo, ni sacarlo
de su desdén e indiferencia. La iglesia montó su descomunal llorona en
casi todos los púlpitos e igualmente se quedó con los crespos hechos; lo
mismo le pasó a la CTV con sus mantenidos manganzones, a los de
Fedecámaras que andaban en cuatro manos con sus declaraderas mostrando sus
ampollas de seres andrajosos que estaban dispuestos a “morir por su país”,
aunque luego de aquellas muecas y temblores en la Plaza de Altamira
pasaran a restañar sus heridas en las playas de Aruba o Miami.
Qué decir de las berraqueras estridencias de los meritócratas de Pdvsa, de
aquellas malcriadeces y rabietas sacudiendo banderitas y del “¡No
pasarán!”, de que “¡Con mis hijos no se metan!”, “¡A Miraflores!”.
Los chillidos no eran suficientes para que llegaran con todas sus fuerzas
y clamores a Washington. Se requerían muchas pajarracas y gargantas de
acero, muchas mujeres histéricas, araguatos, monos y pericas feroces. Fue
cuando Patricia Poleo, Ybeyise Pacheco, Marta Colomina y Marianela Salazar
comenzaron a viajar a EE UU, y hasta a cogerse las portadas de las
revistas del corazón. En Washington les midieron los pescuezos, las
profundidades de sus ecos, la corteza de sus agallas y gaznates y quedaron
admirados: las animaron a mejorar la calidad de sus aullidos agudos y
bajos, y a mantenerlos firmes, constantes y elevados todos los días por
los medios. “Jamás bajéis el tono de vuestros insignes alaridos”, fue la
consigna que les dieron. En la CIA las reseñaron como las PESCUEZUDAS.
Qué jarana, Señor. Nunca más nuestros tímpanos fueron los mismos. De
madrugada, día y noche escuchando o viendo los aspavientos de aquella
hiena de la Patricia, quien honor a la verdad aplastó sin compasión, por
ejemplo, a la desvergonzada chillona de Liliana Hernández, cuando en
aquella ocasión, en La Carlota, se superó a sí misma en sus alaridos
diciendo: “¡Chávez está cagado, Chávez está cagado!”.
De aquellas giras de las pescuezudas comenzaron a llegar al país
observadores, entrometidos y fisgones de todo el planeta: La SIP se
convirtió en la suprema ramera de todas las plañideras. Se iba la SIP y se
plantaba la OIT, se largaba la OIT y entraba la OEA, luego el Vivanco de
Human Right Watch, tras éste Periodistas Sin Fronteras, seguidos de los
observadores de la Unión Europea, el Centro Carter, la Corte Internacional
de Juristas, etc., etc.
Luego cayeron en la cuenta de que para que las letanías se elevaran más
allá del cielo y del infierno la oposición debía volverse totalmente
eunuca. ¡Cómo gritan los eunucos¡
Con el triunfo del NO, trajeron a los cerebros de la Universidad de
Harvard, para que les tradujera científicamente el arrase del SI a boca de
urna. Dando tumbos, los pobres del Julio Borges y del Gerardo Blyde con
los nísperos ya definitivamente rebanados se pegaron detrás del
tongoneadito de María Corina Machado, quien les alertó de que el voto no
era secreto y que alguien tenía mucho interés en saber lo que había votado
cada ciudadano para tomar las consabidas represalias. No había más que
comprar el DVD de esa lista llamada Maisanta y saber en cualquier
ventanilla si el ciudadano que uno tenía al frente era o no un buen
chavista.
Dijeron los Plañideros de María Corina, que el presidente Chávez, de enero
a septiembre, hizo 171 cadenas, de una duración aproximada de tres horas y
media, sin contar el programa Aló, Presidente de todos los domingos. De
modo que durante este periodo el Presidente había estado al aire 20
millones de minutos, mientras que la oposición sólo 800.
Pobrecitos, ¿entonces qué será lo que les difunden CNN, Globovisión, RCTV,
Televen, Univisión, Venevisión y toda la prensa internacional, que sólo
trabaja para ellos?
Hoy ya todo el mundo está definitivamente convencido del dicho que reza:
No se puede creer en cojera de perro ni mucho menos en lloros de la
Oposición. Qué vaina.