El sindicato es la forma de expresión primaria de esa novedosa y creciente clase social que constituyen los trabajadores industriales, a los cuales se unen necesariamente otros sectores del mundo del trabajo, como son los transportistas, obreros agrícolas, pequeños funcionarios, y posteriormente hasta los llamados profesionales y técnicos. O sea una gran mayoría de la población en cualquier país del mundo. Tal es el proceso que hemos estado viviendo aquí en Venezuela con notable retardo. Fue a raíz de nuestra entrada en la era petrolera, hace casi un siglo, que los trabajadores venezolanos comenzaron a tomar conciencias de clase, a sentir que eran víctimas de la explotación del hombre por el hombre, para decirlo en el lenguaje de los clásicos del socialismo científico.
Pero al mismo tiempo, sucedió que nuestro país perdió todo rasgo de soberanía, con una industria bajo control de empresas imperialistas anglosajonas. Para el funcionamiento de esa industria, en tales condiciones, se requería guachimanes, y no verdaderos presidentes de la república.
También era necesario que no hubiese sindicatos, y por eso aquí no aparecen sino en 1936, cuando murió el guachimán de turno, Juan Vicente Gómez, tras 27 años de cruel dictadura. Entramos así, tardíamente, al mundo moderno, el de los sindicatos.
Todo esto a pesar de existir ya la Organización Internacional del Trabajo (OIT), antes llamada BIT, creada como respuesta patronal a la revolución de 1917 en Rusia, que había sacudido al mundo. Incluso estando “el gran demócrata” Franklin Delano Roosevelt en la Casa Blanca desde 1932. Fue entonces cuando la clase patronal inventó la ficción de una fórmula tripartita en asuntos laborales: obreros, patronos y gobiernos. Supuestamente el estado sería imparcial, una especie de árbitro en los inevitables conflictos entre las otras dos partes.
Surgieron también los sindicatos manipulados por los patronos, con dirigentes comprados, de manera abierta o disimulada, de los cuales se ha valido la clase patronal para desacreditar el sindicalismo. Pero la fórmula más letal, más dañina para los trabajadores por su efectividad como vía hacia la paralización del movimiento obrero en su conjunto, es el sindicalismo de estado. Esta es una fórmula que ha sido utilizada, tanto por gobiernos reaccionarios, abiertamente de derecha y controlados por imperialista, como por gobiernos de izquierda, realmente revolucionarios.
Un caso muy conocido es el de la AFL-CID en Estados Unidos, cuyos dirigentes son controlados por el partido demócrata y cuando gobierna este partido lo apoyan incondicionalmente. Asimismo lo hacen en Gran Bretaña los históricos TUC con el partido laborista. En México el “sindicalismo charro”, amarrado al PRI y aquí también en Venezuela, tenemos el muy lamentable ejemplo de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) al servicio del partido Acción Democrática, afiliado este a la Internacional Socialista, o sea la II Internacional, reformista y sometida a intereses imperialistas de modo vergonzoso.
Sin embargo, a mi juicio el más triste de todos esos casos ha sido el de los sindicatos soviéticos, que finalmente no movieron un dedo en defensa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), víctimas ellos mismos del sindicalismo de estado.
Lo peor que pudo pasarles a los trabajadores venezolanos es que, cuando apenas se desarrollaban como clase, cayeron en las fauces de la ideología de la clase media y de los mandos sindicales corrompidos de AD y COPEI. La clase obrera no ha tenido tiempo de ser ganada por la conciencia socialista. Se descompuso en las manos pervertidas del sindicalismo adeco. La revolución bolivariana heredó una clase obrera que no es “ni clase en sí, ni para sí”, conducida por dirigentes incapaces de asumir una perspectiva socialista, que andan por el mismo camino de las viejas mafias sindicales de AD y COPEI, pero ahora con una camisa roja.
Uno de los peores daños que hizo Acción Democrática a nuestro país fue la descomposición de los obreros y campesinos. A los campesinos los convirtió en los pobres de la ciudad, reclutas para los oficios más bajos, ahora no se consiguen brazos para sembrar las fincas que rescata el gobierno revolucionario. A los obreros les implantó una dirección pequeñoburguesa que quiere ganar el apoyo sindical mediante demandas económicas, aún a costa de la quiebra de las empresas del Estado.
Rauljoseramirez @hotmail.com
Profesor