Hace diez días que llegué a Telesur como asesor editorial. Un canal internacional de televisión, con sede en Caracas, nacido para dar la voz a los pueblos del sur en respuesta a un panorama mediático internacional dominado por grandes emporios económicos con sede en los países ricos. A lo largo de todo el mundo, hombres y mujeres preocupados por la necesidad de un medio televisivo que recupere el protagonismo de los ciudadanos, rompa con el dominio informativo de los poderosos y traiga la verdad y el rigor informativo al panorama internacional de los medios de comunicación, tienen grandes esperanzas en este proyecto. A ellos quiero destinar estas líneas porque creo que es obligación nuestra tenerles informados de cómo se desarrolla su esperanza. Al mismo tiempo creo que es oportuno compartir mis sensaciones y emociones a mis compañeros y compañeras de Telesur.
Como en cualquier aventura, hay luces y sombras. Ambas, evidentemente matizadas en mis impresiones por una inevitable subjetividad. Por eso, cada día veo errores y pasiones, frustraciones y esperanzas, angustias y entusiasmos. A quienes pensaban que sólo una decisión política y algo de dinero podrían bastar para levantar un muro de contención en forma de canal de televisión a la mentira, decirles que estaban equivocados. A los que, impacientes, creen que no se está avanzando adecuadamente y que la confusión e indefinición se está apoderando del proyecto, transmitirles que no es esa la realidad.
Mentiría si dijese que no hay errores, problemas y miserias en la cuarta planta de este edificio en el barrio caraqueño de Los Ruices. ¿En qué otro lugar del mundo no las hay? Pero más que todo eso, se encuentran aquí jóvenes periodistas, tan faltos de experiencia como sobrados de entusiasmo y capacidad de trabajo. Técnicos, con muchos menos fallos que capacidad de superación. Y responsables, cuyos errores apenas hacen sombra a la firme decisión de sacar adelante este proyecto.
Claro que diariamente hay deficiencias en la emisión de una entrevista por satélite, en la selección de un documental, en la redacción de un texto o en la búsqueda frustrada de una imagen. Y aun cuando es fundamental trabajar y luchar por mejorar y superar esas deficiencias que tanto nos acomplejan y frustran, es bueno saber que esa entrevista con el sonido defectuoso tiene más decencia que mil horas de miserables concursos en la grandes televisoras norteamericanas. Y que ese documental, quizás lento y emitido demasiadas veces, posee más emotividad y nobleza que la mejor producción de Hollywood. Y aquel texto, regularmente redactado, llevaba más verdad que una decena de noticias frívolas y manipuladas emitidas por la CNN. Y que aunque aquella imagen nunca se pudo conseguir para aquella noticia y tuvimos que resolver con algún recurso de segundo orden, logramos ofrecer al mundo una noticia que hubiera sido silenciada si no hubiéramos existido.
También la burocracia nos oprime, como si no la hubiera en una de esas grandes empresas multinacionales. No conseguí tener una papelera en mis despacho en estos diez días, pero sí encontré decenas de profesionales dispuestos a enfrentarse con el imperio de la mentira, escuchar mis propuestas, aceptar mis sugerencias y compartir retos y sueños. Y me di cuenta que en ese canal había pocas cosas que tirar a esa papelera que no tenía.
No escribo esto para poder instalarnos y acomodarnos a nuestros defectos. Tampoco para transmitir a nuestros amigos y amigas de todo el mundo la tranquilidad de que todo va bien en esta aventura en la que tantas esperanzas han puesto.
En este crisol de acentos latinoamericanos que es Telesur, todos sabemos que nada será fácil, algunos de los obstáculos procederán de quienes tanto trabajarán para frustrar este proyecto, pero otros sólo serán el resultado de nuestros errores. Ni la frustración por pequeños fracasos y deficiencias que, a buen seguro, serán frecuentes, ni la comodidad y negligencia de aceptarlos como inevitables, son lujos que nos podemos permitir.