Estuve atento al interesante programa de La hojilla el día jueves, 5 de
enero, cuando al fin se decidieron desde VTV a auscultar la podredumbre de
ese film “Secuestro Express”, mucho más inmoral, criminal y bajo que el
montaje que hicieron los medios con el caso de los “pistoleros de Puente
Llaguno”. Yo vi esta película por equivocación, creyendo que se trataba de
un tema muy propio de Ciudad de Méjico, y que tenía algún interés por
conocer más a fondo. Después de verla me sentí enfermo, lleno de
indignación y hasta humillado. Al día siguiente escribí un artículo que
envié a Aporrea. He aquí lo que entonces comente: Finalmente, luego de
tantos fallidos intentos por encontrar un film que le tuerza el pescuezo a
“La Revolución no será transmitida” que tantos
aplausos, comentarios halagadores y galardones ha ganado en el mundo,
Gustavo Cisneros, Federico Alberto Ravell y Marcel Granier creen haber
dado en el clavo con uno que ya no se trata de un documental, sino que
está sustentado sobre la fantasía de un experto en cine de terror como los
que hace el director de “La matanza de Texas”.
Todo el odio más bajo, el supremo asco por Venezuela de cierta clase
social y en combinación con la más brutal campaña internacional (promovida
por los magnates del sionismo) contra nuestro país se encuentra resumida
en esa repugnante bazofia de gran difusión por todos los cines nacionales
que se llama “Secuestro express”. Ya imagino la descomunal campaña que se
hará a nivel internacional para promocionarla por América Latina, Europa y
EE UU, y que está comentada por The New York Times como “un despiadado
asalto a los sentidos”, que bien puede interpretarse también como: “un
volcán de escupitajos la decencia del venezolano”.
Pobres escuálidos, que no los dejan en paz. Se acabó aquel potro de
torturas diarias que se llamaba Plaza Altamira, se murieron de consunción
los cacerolazos y los trancazos, las marchaderas y los firmazos, los
paros, los negros augurios de golpes y matazones, las pertinaces amenazas
de aquellos círculos del terror que anegarían de sangre al Este de Caracas
y han quedado esas zonas como si se trataran de campos de concentración
con sus redes electrificadas, con púas, anillos herméticos de defensas
plagados de cámaras y elementos de guerra: explosivos, armas, minas,
trampas… los mismos que inspiraron esas tensiones hacen ahora “Secuestro
express”: es la poderosa mano de la CIA junto con la NED que utiliza a sus
elementos más expertos en terrorismo socológico: Globovisión, El Nacional,
RCTV, la SIP, la CEV, CTV, Fedecámaras, Human Right Watch… Si usted,
venezolano, ve esa película, al final sentirá que lo han ultrajado, que le
han lanzado mil escupitajos a la cara y que luego lo han hundido en un mar
de excrementos que tendrá irremediablemente que tragarse. Le dirán a usted
que por un motivo inexplicable, escrito más allá de las estrellas, usted
por ser venezolano está manchado de ignominia, es un maldito y un mierda,
un asco y un monstruo.
Para la realización de esta bazofia se le extrajo la bilis rancia y
acumulada de siete años de ira y de frustración a Patricia Poleo, a
Orlando Urdaneta, Marta Colomina, Mingo, Roberto Giusti, Fausto Masó,
Carlos Ortega y Carlos Fernández, a la Conferencia Episcopal en pleno, a
Leopoldo Castillo y a los efebos de Primero Justicia, a la gusanera cubana
de Miami. Con toda esa refulgente bilis y un actor de primera línea que
fuese popular en los barrios por sus canciones de salsa, el canalla Rubén
Blades (agente encubierto de la CIA), todo iba a quedar de maravillas. El
tema tenía que ser algo que llamase la atención de toda Latinoamérica, el
asunto del secuestro que causa pánico y desgarro en naciones como México,
Perú y Colombia. Uno de los países que menos sufre de esta maldición es
Venezuela, pero eso no importa. A Venezuela hay que usarla para todo lo
malo, feo, horrible y desgarradoramente social que se esté dando en el
mundo y eso es posible mediante el método que muy bien sabe manipular el
Gran Hermano. Porque en verdad, eso ha sido muy bien estudiado, lo que más
preocupa a cualquier Nación, más que el problema del desempleo, el hambre,
la salud, la educación, es el de la inseguridad, el de la violencia, y
porque muy bien se adecua a una película de terror.
Se utilizaron en “Secuestro Express” las técnicas más agudas y
contundentes del cine de terror, los efectos sonoros más escalofriantes
plagados de espasmos y de gritos; las escenas más tétricas y repulsivas de
sangre que bañan rostros, que salta como plasta que se pega y que se
incrusta como maldición. El arco iris de la raza nacional está allí
representado por una banda que resume la chusma que desprecia El Nacional:
la forman malandros con un jefe que es un negro “morcilla” simpático y
sádico, un melenudo anegado de resentimientos sociales y que odia a la
clase alta, y finalmente un mulato de lentes que se regodea en su bestial
manera de asesinar a sus víctimas. Por supuesto que a la razón del
escuálido que la vea no le quedará duda alguna de que se trata de una
banda constituida exclusivamente por elementos chavistas. Hay un momento
en el clímax de la filmación en que se escucha la voz de Chávez decir:
“Esta es nuestra Venezuela, carajo”.
La bazofia no tiene guión, ni falta que le hace falta. Comienza con
escenas que son las viejas marchas de la oposición y la de los pistoleros
de Puente Llaguno, a los que hay que mantener en el tapete para que el Rey
de España siga convencido de que el premio entregado a Venevisión, fue
justo, necesario y oportuno. Tanto el premio a Patricia Poleo como el de
Venevisión otorgado por la realeza española forman parte del negocio
neoliberal que hoy defienden con tanta furia la CIA y el Vaticano.
No hay absolutamente nada positivo de la bella y rica Venezuela en ese
film. Todo es brutal, asqueroso, repelente, y se buscaron para que
aconsejase el mejor modo de representar lo peor de un país, a uno de los
expertos en turismo de Panamá (y que fue o lo es ministro en esta área), a
Rubén Blades muy ligado a la gusanera cubana de Miami. Se ofende a la
misma clase pudiente, a la clase pobre, a los militares, a los niños, a
los incapacitados, a los mendigos, a la mujer. Un río de podredumbre va
discurriendo escena tras escena: prostitutas, basura, los apiñados barrios
que circundan a la capital, con el toque inevitable del uso de la droga en
la cual hierve Caracas, y la guinda de todos los morbos: una maricota.
Pues bien, a los supuestos secuestrados que en verdad resulta que no son
ningunos angelitos y que en lo moral están casi a la par con los propios
secuestradores, los llevan a un genio del mal que es una marica, digo. Así
es, la pareja secuestrada es un par de drogómanos. La marica se deja
follar por el protagonista (secuestrado) a quien lo sorprenden en tan
chula faena su idílica novia y la banda en pleno. Por allí aparece un
cadete de la academia militar de Venezuela con su uniforme de gala y su
sable, quien seguramente también estaba en ese garito mariqueando. Al
protagonista que se le veía al principio seria e románticamente unido (con
cocaina y todo) a su novia, refiere como si nada tuviera que ver con él
que seguramente la banda la va a violar. La novia acaba jugueteándose de
buenas maneras con los sádicos criminales. En fin, nadie se salva, nada
allí es positivo ni humano ni nada se respeta ni vale la pena. En una de
las escenas finales desde un cerro se muestra a Caracas a la que se le
vuelve llamar ciudad de mierda.
No puedo evitar imaginar como una vez terminado “Secuestro express” y
pasado a una audiencia muy selecta, estallaron los hurras y abrazos de
Orlando Urdaneta, Ángela Zago y Napoleón Bravo, Miguel Enrique Otero,
Federico Alberto Ravell y Marcel Granier con gritos de victoria como
cuando marchaban y exclamaban: “ni un paso atrás”, o como exaltados pedían
la cabeza del tirano aquel 12 de abril de 2002 en Miraflores. Todos a la
vez gritando: “Qué bien hemos pintado a ese pueblo de mierda”.
Pero esta película no podrá prohibirse aunque se veje hasta al pus al
venezolano porque saltará la SIP con toda su corte de agentes encubiertos
en Venezuela y el mar de pobres diablos escuálidos secuestrados por los
medios de comunicación poderosos y dirán que se está violando la libertad
de expresión y todos nos estamos ahogando en una horrible tiranía
comunista.