Estimado Vladimir:
Te escribo esta carta en vísperas del aniversario de tu fallecimiento. Hace casi 82 años que tu cerebro se apagó y desde entonces han cambiado muchas cosas.
La patria del socialismo a la que tu viste nacer ya no existe. En su lugar, un grupo de países enfrentados entre si por el gas, el petróleo y por tierras ajenas, donde vuelve a reinar el hambre, el analfabetismo, la pobreza; o sea el capitalismo, hoy llamado neoliberalismo.
Los partidos comunistas y aquellos que se situaban a la izquierda de la socialdemocracia (hoy convertida esta última en la más enardecida defensora del sistema capitalista), cuya misión era extender la Revolución de Octubre al resto de Europa, son una caricatura de lo que fueron en su día. Los dirigentes de esta izquierda renegada y acomplejada han sustituido las enseñanzas de Marx y Engels y las tuyas propias por las de personajes tales como Cohn-Bendit, Tony Blair, Mendiluce, Máximo D´alema y otros pesebreros acólitos de Fukuyama y de su teoría del fin de la Historia, que han sustituido las enseñas de la izquierda revolucionaria (hoz, martillo, estrella y bandera roja) por floripondios multicolores en reivindicación de una nueva izquierda verde (nuevo oportunismo) en detrimento de, según ellos, la apolillada, anacrónica y polvorienta izquierda roja (léase marxista y revolucionaria).
Cuarto y mitad de lo mismo pasa en los malogrados sindicatos de clase, cuyos dirigentes reformistas han renunciado a la consigna del reparto de la riqueza, para hacer suya la “revolucionaria” teoría de que el empleo y la calidad de vida de la clase obrera mejora invirtiendo en I+D, a la par que la competitividad (término del capital que hemos acabado haciendo nuestro).
Sin embargo, estos pupilos de Fukuyama, apologetas del fin de las ideologías, saben de sobra que no están en posesión de la verdad. Como muestra un botón: de un tiempo a esta parte hay en Rusia un debate abierto sobre que hacer con tu cadáver momificado. Desde las altas esferas del poder estatal se apuesta por darle cristiana, o por lo menos humana, sepultura. Desde mi punto de vista es lo que se debería de haber hecho en su día, como respecto a tu última voluntad y como muestra del más simple humanismo. En su lugar, en un intento no se si de no olvidar tus enseñanzas o de venerarlas por toda la eternidad, flaco favor te hicieron momificándote como a una presa de caza, convirtiéndote en una especie de brazo incorrupto de Santa Teresa al que adorar o un monstruo de siete cabezas al que rehuir.
Pero los que hablan de darte tierra no lo hacen movidos por sentimientos cristianos o humanos. No pretenden dar digna sepultura a tu persona, sino a lo que representas. Quieren enterrar tus enseñanzas, aquello por lo que luchaste, desean enterrar parte de la historia de la clase obrera y a uno de sus máximos referentes. Pretenden hacerte desaparecer o en el mejor de los casos denigrarte, emputecerte y echarte mierda encima, al estilo del fascista Partido Popular Europeo que pretende que el Consejo de Europa criminalice el comunismo equiparándolo con el nazismo.
Hoy los que nos sentimos compañeros y compañeras tuyos y de tu lucha (y en especial lo más jóvenes, que nos acercamos al marxismo en los duros años 90, cuando se decía había tocado a su fin) nos conjuramos. En primer lugar para defenderte de aquellos que quisieron a ti y a otros compañeros, como el Ché Guevara, elevarte a la categoría de Dios. Y en segundo lugar, y sobre todo, para coger el testigo de tu lucha hasta la consecución de esa sociedad donde nadie tenga que escupir sangre para beneficio ajeno.
Hoy, cuando se cumplen 82 años de tu muerte, ese es el único homenaje que te podemos hacer. El único pero, que duda cabe, el mejor.