Antes, los candidatos de la izquierda siempre estaban prestos a congraciarse con la derecha, a llegar a acuerdos que acababan afectando sus programas y en definitiva por ser devorados por el status, por el modelo que siempre ha exigido el imperio. Muchos de estos políticos que empezaron con proyectos revolucionarios, con ideales radicales independentistas y de soberanía, en medio del fragor de la lucha, debido a las grandes presiones de las oligarquías criollas dirigidas desde EE UU, se asustaron, se acobardaron por lo que terminaron traicionando sus principios, haciéndose los locos, al tiempo que negociaban a espaldas del pueblo la total entrega del país a las bestias transnacionales. Entre esta cadena de venezolanos “izquierdistas”, vendidos al más bajo negocio de la derecha, sin moral ni escrúpulo alguno, podemos mencionar por ejemplo entre los más resaltantes a Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Velásquez, Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff.
Chávez supo a mediados de los noventa que había que romper el cerco del terror que se creaba para todo aquel candidato que intentara enfrentar la oligarquía en el llamado terreno “democrático”, el preferido por el imperio. Porque democracia para el imperio significa estar totalmente plegado al modelo neoliberal e imperialista decidido por el Departamento de Estado norteamericano. En América Latina, el campo que se hacía visible, ante el triunfo de un candidato que no estuviese plegado al modelo del Norte era de tensión, de amenazas, de muerte. Fue así como cayeron Jacobo Arbenz, el mismo Rómulo Gallegos, Juan Bosch, Allende, Torrijos, Aristide, al tiempo que la lista de los que se entregaron antes de dar la pelea es mucho más larga: Todos los gobernantes latinoamericanos del siglo XX fueron exterminados por la presión estadounidense, a excepción de Velasco en Perú, Domingo Perón en Argentina y, por supuesto, Fidel Castro.
En los últimos 5 años hemos visto la catastrófica pérdida de credibilidad moral y política de aquellos que traicionaron a sus pueblos como Lucio Gutiérrez y Alejandro Toledo, por mencionar los más emblemáticos. El que vino a demostrar que es posible sostenerse en el poder sin el apoyo de EE UU y enfrentando a las oligarquías criollas con el degenerado modelo democrático neoliberal que exigen los gringos, ha sido Hugo Chávez.
Nuestro Chávez les ha demostrado a los demás pueblos que sí es posible vencer al monstruo del Norte, pero recurriendo al poder del pueblo. Que el que se enajena de este poder nunca podrá gobernar en paz. Hoy, el panorama se presenta harto complicado para las élites oligarcas en toda Latinoamérica, y se perfilan grandes cambios en países como Perú, Ecuador, el mismo Chile, en varios países centroamericanos y México, los cuales tienen la mirada fija en nosotros. Esto no significa que ya estemos triunfando. NO. Ahora veremos si realmente frente a los inmensos enemigos que nos rodean seremos capaces de sobrevivir por nuestros propios medios, sin la maldita avalancha, desquiciante, enfermiza y perversa del vil consumo, de la atosigante penetración tecnológica que obliga a la dependencia del Norte o de Europa de nuestra industria, de nuestra producción. Si caen los gobiernos de izquierda que con grandes esfuerzos se han podido levantar, con un trabajo político y constante de más de 40 años, lo que nos espera es la colonización y la servidumbre total, definitiva. Realmente estamos muy lejos de poder cantar victoria. Como dijo el cubano Pérez Roque, las oligarquías latinoamericanas y los yankis están fuertemente persuadidos de que las revoluciones son eventos cataclísmicos que tienen una energía inicial, pero que después con el tiempo pierden fuerzas, van languideciendo hasta que perecen en el mayor fracaso; la revolución bolivariana en este sentido enfrenta grandes retos decisivos este año del 2006. Pues, a luchar, a crear, a vencer, camaradas.
