El Ministro de la Cultura responde

Al grupo de intelectuales de la derecha

Un grupo de escritores, profesores y artistas, abanderados de la naftalina, intentan buscar los famosos tres o cinco pies al gato y no los encuentran. Pero se encuentran a sí mismos como protagonistas felinos del reino del revés. Ellos son los propios gatos de la canción de María Elena Walsh.
Vamos a tratar de recordarla. Me dijeron que en el reino del revés, nada el pájaro y vuela el pez, que los gatos no hacen miau y dicen yes, porque estudian mucho inglés.
Los que conforman este selecto grupo son ciertamente cuatro gatos, o cuatrocientos o cuatro mil gatos (¿qué mas da?) diciendo yes y tergiversando la verdad.
Estas personas, que no se comportan como damas y caballeros, sino como lo que son, han terminado de despojarse de cualquier vestigio de vergüenza que pudieran conservar en sus conservadores corazones.
Si en algún momento pudieron haber sustentado sus vidas sobre un mínimo de honestidad intelectual, hace ya tiempo que olvidaron todo pudor y se lanzaron a la voracidad de la corriente. A donde ella los lleve. Y ella los ha ido llevando hacia la derecha. Porque hacia allí derivan las causas excluyentes.
Vamos a decirlo con claridad: Estas personas conforman ahora la derecha intelectual, pero una derecha sin principios, sin orgullo de sí y sin gloria alguna. Ya no son ni siquiera como la derecha de antes, que tenía sus oropeles y sus dignidades.
En estos días han montado un pequeño y estrambótico circo intentando acusar al presidente Chávez de odio racial y de antisemitismo. Nada más estúpido. Ninguna acusación más torpe. Se necesita haber entrado en un proceso de degradación moral y de deslave interior para haber inventado algo así.
A mi, en lo particular, no me da ni rabia. Lo que me da es tristeza. Pena ajena. Pena con estos señores y señoras.
Y digo tristeza y pena, porque a algunas de esas personas abajo-firmantes, las he conocido a lo largo de la vida, y a otras las he leído, sin que pudiera nunca haberme imaginado que llegarían hasta allí, hasta tal grado de desvergüenza.
Pero hay algo más que yo quiero decir ahora, y que, justamente, me da pié para haber comenzado esta nota invocando el reino del revés.
Y lo quiero decir debo decirlo independientemente de mi cargo, o a pesar de mi cargo, o al margen de mi cargo, y si es inconveniente que lo haya dicho, pues nada, si se necesita que renuncie al cargo, estoy dispuesto a hacerlo. Pero lo que no puedo es callarme.
Quiero decir que yo estuve el 11 de Abril entre la muchedumbre que defendía la legalidad constitucional en los alrededores del Palacio y que, por consiguiente, estuve en la mira de los mercenarios francotiradores.
Estuve allí, si. Y siempre he pensado que aquellos mercenarios que pudieron haberme matado y aquellos policías y aquellos generales, tenían ciertamente unos medios de comunicación que los inducían, unos banqueros y empresarios que los financiaban y unos intelectuales y artistas que les tendían la cama y les servían la mesa. Eran estos que hoy firman un infame comunicado.
Esos intelectuales, esos artistas, esos profesores eméritos, tienen las manos bien sucias desde el 11 de abril. Pues hay un rastro de muerte en ellas. Lucen en la frente el estigma de una corta, ridícula, pero terrible, dictadura que ellos contribuyeron a impulsar. Arrastran la sombra imborrable del más horroroso de los militarismos, de la más patética de las autocracias, del más anacrónico de los fascismos, que ellos precisamente alentaron y que va a oscurecer ya para siempre sus palabras. Oscuridad atroz que no se puede esconder.
Y, que yo sepa, todavía no han pedido perdón. ¡Que digo perdón! Ni siquiera una ligera disculpa.
El asalto a la embajada de Cuba lo estimularon ellos. ¿Dónde estaban, dónde estuvo su voz? Su voz formaba parte de ese bando. El Carmonazo lo estimularon ellos. La guarimba la estimularon ellos. El sabotaje petrolero lo estimularon ellos. El atentado al fiscal lo estimularon ellos. Los asesinatos de campesinos los estimularon ellos. La llegada de los paramilitares la estimularon ellos. La tragicomedia de la Plaza Altamira la estimularon ellos.
Lo digo sin que me quede nada por dentro. ¿Hasta cuando vamos a pasar por alto su hipocresía y su simulación? Y ese racismo que afloró en los predios de la clase media, y ese odio persistente y esa obsesión contra el pueblo humilde, que consienten, que provocan, que ellos cultivan con deleite.
¿Ellos? Si, ellos. Aquellas y aquellos que ya no encuentran qué hacer, ni para dónde tomar, con sus envenenamientos, con sus misantropías, con sus decadencias, con sus ofuscaciones reaccionarias.
Si alguien ha jugado y se ha embarrado con el fascismo, si alguien ha invocado los manes totalitarios, son ellos. Con una actitud de doble discurso, desde luego. Porque, salvo en aquellos momentos donde las caretas se caen sin remedio, como en Abril, por lo general presumen de ecuánimes y civilizados. Su crueldad implacable se disfraza de buenas maneras. Y se engalana con una flor neoliberal.
Aunque ya a nadie engañan. Ni a sí mismos.


Farruco Sesto


Caracas 22 de Enero de 2006



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Farruco Sesto

Arquitecto, poeta y ensayista. Ex-Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas. Ex-Ministro de Cultura.

 @confarruco

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