Hasta donde mis muy limitados conocimientos de fútbol lo permitieron siempre expliqué, a quienes el pesimismo desbordaba ante la actuación de Argentina en el Mundial Brasil 2014, que la selección suramericana estaba dando lo que cada partido le exigía y no más. Que la ausencia de resultados extravagantes a favor de la causa gaucha no reflejaba en la realidad el potencial que llevaron a tierras brasileñas los capitaneados por Lionel Messi, entre otras cosas, porque no hacía falta. Lo sucedido este domingo en el histórico Estadio Maracaná así lo confirmó: vimos una Argentina a la altura de la circunstancia que nunca fue fácil presa a los ahora campeones de Alemania.
De forma tal que aunque estamos dolidos como está buena parte del resto de Latinoamérica y de otros pueblos del planeta que veían en la escuadra albiceleste una identificación con la nueva manera de ver el mundo de hoy, más lo estamos con esa “torcida” mestiza –tan mestiza como yo- que aún no ha descubierto que política y deporte no son cosas diferentes como ingenuamente lo creen.
Necesario es aclarar que nada tenemos en contra de la selección teutona, combinado que límpidamente conquistó el trofeo, pero igualmente es necesario preguntarnos por qué esa porción de compatriotas que desde diversas parte del mundo vejado, explotado y atropellado la apoyaban en una inexplicable comunión de intereses. Me costará mucho descifrar y entender cualquier razonamiento al respecto. Para nada me sorprendería, en consecuencia, que así como deliraron por el gol de Gotze también aclamen la injustificada ocupación inglesa de Islas Malvinas.
Argentina nos duele, sí, pero no tanto como quienes desde nuestros barrios y favelas apostaron en su contra. El combinado sanmartiniano tendrá cuatro años para amagar en un nuevo intento. Sus verdugos de “este lado”, por lo visto, ameritan de algo más que tiempo.
¡Chávez vive…la lucha sigue!
