Sinsabores del día a día

Escribimos esto una noche sin la certidumbre de que podremos enviarlo. Hace ya varias horas no disponemos de teléfono y por lo tanto de Internet. Una voz amable nos comunicó, en el servicio de averías, que el cableado de nuestro número reporta una falla que Cantv no sabe si tardará uno o 15 días en reparar. En cualquier caso, apelaremos a las señales de humo para hacer llegar estas líneas a la redacción. La molestia se suma a un cúmulo de insatisfacciones que, como cualquier venezolano, hemos padecido en estos días.

Nuestro viejo carro demanda atención. Para no caer en las garras del especulativo mercado secundario, que sigue operando a sus anchas pese a los reiterados anuncios gubernamentales respecto a su combate, decidimos “invertir” unos reales en repararlo. No queremos anotarnos en una lista de espera de ningún concesionario y terminar pagando cinco veces lo que vale un vehículo, para tener que asegurarlo después por una millonada y vivir luego atemorizados de que nos asalten. Decidimos quedarnos con el cacharro y ponerlo en manos especializadas. En mala hora. La pésima calidad de los repuestos encontrados ha sido peor que la enfermedad. El chillido del automóvil nos atormenta el oído. Malas mañas burguesas, dirá un ultroso.

En estos mismos días hemos padecido a la Lopnna. Tal cual. La ley que se supone que protege a los niños termina convirtiéndose en un calvario de papeleos infinitos para quienes disfrutamos la dicha de tener a un menor en custodia, pero la desgracia de que quienes deben velar por sus intereses van montados en un morrocoy, mientras sus necesidades suben por el ascensor. A quien le interese el tema, puede escribirnos al correo al pie de esta página.

Como todos, padecemos de males que requieren medicaciones específicas que no se consiguen. Nada de morirse, pero sí para preocuparse. Y además, para asustarse. Una apreciada colega acaba de vivir un auténtico drama con la hospitalización y la muerte de su señora madre. Lo sufrido por ella nos condujo a la conclusión que escuchamos una vez: la peor enfermedad es la pobreza. En familia nos intimidamos porque cada día somos más y más pobres, inflación por delante y devaluación después. “¿Por qué sigues escribiendo?”, me preguntó alguien muy cercano. No lo sé. Será por la terquedad de no claudicar y perseverar en el intento por la patria aquella.



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Mariadela Linares


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